ENCUENTROS
De vuelta con EDGAR MORIN. Del cosmos a la emergencia humana.
Dedicado a mi hermana-amiga mexicana Patricia Gascón Muro
Seguimos siendo un misterio para nosotros mismos….Hay sin embargo
procesos prodigiosos sobre nuestra situación en el universo, entre los dos
infinitos (cosmología, microfísica), sobre nuestra matriz terrestre (ciencias
de la Tierra), sobre nuestro enraizamiento en la vida y en la humanidad
(biología), sobre nuestro enraizamiento en la vida y en animalidad (biología),
sobre el origen y la formación de la especie humana (prehistoria), sobre
nuestro enraizamiento en la biósfera (ecología) y sobre nuestro destino social
e histórico. Podemos encontrar en la literatura, la poesía, la música (lenguaje
del alma humana), la pintura, la escultura, otros tantos mensajes sobre
nuestros seres profundos. De este modo,
todas las ciencias, todas las artes esclarecen cada una desde su ángulo el
hecho humano. Pero estos esclarecimientos son separados por zonas de sombra
profundas, y la unidad compleja de nuestra identidad que se nos escapa. La
necesaria convergencia de las ciencias y las humanidades para restituir la
condición humana no se realiza.
Edgar Morín, El Método V. La humanidad de la humanidad. La identidad
humana.
Continuamos con Edgar Morín, el
gran intelectual francés que ha hecho planteamientos tan profundos que ha
revolucionado el pensamiento occidental del siglo XX, y ha puesto a pensar a
los defensores de la mal llamada ciencias puras. Esta obra terminó de escribirse en los
primeros años del siglo XXI, después que su autor estuvo más de dos décadas
pensando sobre su estructura. Como dice el propio autor: “He dejado a El Método y a su final un tiempo de larga maduración. Ya
han pasado treinta años desde que me puse a la tarea y doce años desde que
inicié La humanidad de la humanidad. Decidí aislarme en el año 2001 para acabar
la redacción de este manuscrito que había dejado en barbecho durante dos
años…Tengo accesos de entusiasmo seguidos de accesos de melancolía. Y es porque
a la vez parte con el ardor de un nuevo comienzo y la languidez crepuscular… Y
aquí estoy…, dominando desde una gran bahía acristalada mi mar gestora…”
Morín se hace muchas preguntas
antes de iniciar su reflexión. Partiendo de ¿Quiénes somos? ¿Dónde estamos, de
dónde venimos, adónde vamos? Comienza a plantear sus ideas. Sostiene que conocer lo humano es intrínseco al
universo mismo. Hoy hemos podido aprender, dice, nuestro enraizamiento en el
cosmos físico y en la esfera viviente, pues “estamos
a la vez en la naturaleza y fuera de ella”. Nuestro cosmos camina hacia la
dispersión pero también hacia la complejización. Por esta razón, el origen de
esta aventura que llamamos cósmica resulta casi incomprensible, más aún su
futuro es vedado y su sentido prácticamente desconocido.
Nosotros, los seres humanos,
somos algo más que sus partículas,
átomos y moléculas; hemos sido capaces de materializar una organización
físico-química que ha producido cualidades emergentes que constituyen la
vida. Somos una máquina térmica que
funciona a 37º C.
Algo interesante es que Morin
sostiene que el mundo físico del que surgimos no obedece a un orden específico
sometido a leyes estrictas, pero tampoco está librado al desorden y al azar. “Se ve arrastrado, escribe Morín, a un gran
juego entre orden/desorden/interacciones/organización. Las organizaciones nacen por encuentros
aleatorios y obedecen a cierto número de principios que provocan la unión de
los elementos en un todo…” (p. 29)
La complejidad de Morín no es
caos, es una aventura cósmica, telúrica y biológica que parece obedecer a un
diálogo especial entre armonía y cacofonía.
Los seres humanos nacidos de esta especial aventura, tienen una mezcla
única e interesante que envuelve la racionalidad, el delirio, la desmesura, el
orden y la destructividad, porque la historia de la humanidad es un eterno “torrente tumultuoso de creaciones y
destrucciones, gastos inauditos de energía, mezcla de racionalidad
organizadora, de ruido y furor, tiene algo de bárbaro, de horrible, de atroz,
de fascinante que evoca la historia cósmica, como si está estuviera grabada en
nuestra memoria hereditaria. El cosmos nos ha creado a su imagen.” (P. 30)
Un elemento interesante es que
Morín sugiere que nosotros los seres humanos que habitamos la Tierra, hasta
ahora el planeta habitado, quizás no estamos solos. Posiblemente existan otras
vidas, otras inteligencias que han podido sobrevivir en el cosmos y habitan
otros espacios.
Coincide Morín de que los seres
humanos nos diferenciamos de los animales porque somos capaces de crear cultura;
síntesis y antítesis al mismo tiempo, pues, dice el autor, así como la cultura
llena un vacío, permitiéndonos aprender y conocer, asimismo también impide
aprender y conocer fuera de sus imperativos y normas. Para lograr romper con esos moldes, es
necesario reaprender. Por esta razón,
dice Morín, se impone una nueva apertura al mundo, que se logra a través de la
curiosidad, la exploración, la búsqueda, la pasión por conocer: “La mente humana, se sentiría animada por
su pertenencia al mundo, por una parte, su sentimiento de extrañeza ante el
mundo, por la otra, lo que corresponde a nuestro estatuto de hijos del cosmos
ajenos al cosmos.” (p.45).
Morín, brillante y locuaz,
sostiene que la humanidad emerge de la pluralidad y del ajuste de las
trinidades: la trinidad individuo-sociedad-especie; la trinidad
cerebro-cultura-mente; y, finalmente la trinidad razón-afectividad-pulsión.
Aclara el autor que la primera
trinidad (cerebro-cultura-mente) es la depositaria del pensamiento, de la
conciencia, la reflexión y la curiosidad ante el mundo físico y el
metafísico. Un elemento importante, dice
Morín, no debemos llevarnos de lo que se nos quiere imponer de reducir lo
humano a una sola y única humanidad.
Para contrarrestar esa tendencia
hacia el individualismo, Morín habla de la unidad genérica, de la identidad
humana común. Sencillamente porque todos y cada uno de nosotros compartimos el
patrimonio heredado como especie que somos, que es común a todos los humanos;
pues aunque cada persona o individuo se vive y se experimenta como sujeto
singular; pero esta subjetividad singular que diferencia unos a otros, es común
a todos. “De este modo, dice el autor,
todos los humanos tienen en común los rasgos que hacen la humanidad de la
humanidad: una individualidad y una inteligencia de tipo nuevo, una cualidad
cerebral que permite la aparición de la mente…lo cual permite la aparición de
la consciencia…” (p. 67). Así pues,
somos uno, y somos todos al mismo tiempo, en una simbiosis compleja que nos
hace hermanos distintos, pero hermanos al fin y al cabo. ¡Qué interesante! Seguimos en la próxima.
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