ENCUENTROS
Un paréntesis: EN
DEFENSA DE LOS PRINCIPIOS
Palabras, de Mario
Benedetti
No me gaste las
palabras
No cambie significado
Mire que lo que yo
quiero
Lo tengo bastante
claro.
Si usted habla de
progreso
Nada más que por
hablar
Mire que todos sabemos
Que adelante no es
atrás.
Si está contra la
violencia
Pero nos apunta bien
Si la violencia va y
vuelve
No se me queje
después.
Si usted pide
garantías
Solo para su corral
Mire que el pueblo
conoce
Lo que hay que
garantizar.
No me gaste las
palabras
No cambie el
significado
Mire que yo lo que
quiero
Lo tengo bastante
claro….
No me gaste las
palabras
No cambie el
significado
Mire que lo que yo
quiero
Lo tengo bastante
claro….
Hago un paréntesis en la serie que
casi termina sobre el pensamiento complejo del gran Edgar Morín. Pedí a mis
amigos del periódico Hoy que detuvieran el artículo que correspondía para este
sábado. Después de lo acontecido el
pasado domingo, en el seno del Comité
Político del PLD, no podía seguir callada.
Decidí hace mucho tiempo que no
militaría en ningún partido político, porque defiendo el papel de la sociedad
civil en el fortalecimiento de la democracia a través de una ciudadanía activa
y comprometida, reconozco que en el juego democrático, esas organizaciones son
las que tienen la responsabilidad de realizar la carrera hacia el poder. Creo, sin embargo, que en nuestro país, los
partidos políticos no han alcanzado el nivel que amerita nuestro desarrollo
institucional. Una prueba es que todavía
no se ha podido aprobar la esperada y exigida Ley de Partidos.
El pasado domingo el Comité
Político del PLD aprobó, por mayoría, no por consenso ni por acuerdo, que se
propiciara una reforma a la Constitución de la República para permitir que el
actual Presidente de la República pudiese presentarse en la contienda
electoral. Está claro que esta medida busca poner un PARE a las aspiraciones y
aprestos de Leonel Fernández de cara a las elecciones del año que viene. Está
claro también que el Congreso se convertirá en los próximos días en un
verdadero campo de batalla. La oposición
diciendo que no aprobará. Y los legisladores leonelistas, por su parte,
seguirán diciendo que no podían contar con su voto. Será un duelo a muerte
entre dos titanes. Interesante es destacar que Danilo Medina se abstuvo y ha
mantenido silencio total sobre el asunto.
Mi reflexión de hoy no es hacer
un análisis coyuntural sobre la decisión del Comité Político. Mi posición es de principio: la República
Dominicana debe caminar hacia institucionalidad democrática. Nuestra aspiración
es a la creación y consolidación de un verdadero Estado de Derecho. La Constitución, llamada por Ferdinand
Lasalle como la Ley Fundamental de un país, debe ser sagrada:
¿En qué se distingue una Constitución de una
simple ley? A esta pregunta se nos contestará en la inmensa mayoría de los
casos: la Constitución no es una ley como otra cualquiera, sino la ley
fundamental del país. Es posible, señores, que en esta contestación vaya
implícita, aunque de un modo oscuro, la verdad que se investiga. Pero la
respuesta, así formulada, de una manera tan confusa no puede
satisfacernos. Pues inmediatamente
surge, sustituyendo a la otra, esta interrogación: ¿Y en qué se distingue una
ley de la ley fundamental? [1]…
Para diferenciarlas Lasalle
sostiene que deben existir tres condiciones esenciales:
1. Que
la ley fundamental sea una ley que ahonde más que las corrientes
2. Que
constituya el verdadero fundamento de las otras leyes. “La ley fundamental, para serlo, había, pues de actuar e irradiar a
través de las leyes ordinarias del país.”[2]
3. “La idea de fundamento lleva, pues, implícita
la noción de una necesidad activa, de una fuerza eficaz que hace, por ley de
necesidad, que lo que sobre ella se funda sea así y no de otro modo.” [3]
Nuestra ley fundamental ha sido
maltratada desde su fundación. La primera, proclamada el 6 de noviembre de
1844, y la última el 26 de enero del año 2010.
En el siglo XIX, en 56 años, se promulgaron 17 Constituciones. La única de esas constituciones que tuvo una
relativa larga vida fue la primera con diez años de vigencia, pues fue
modificada en 1854. La última del siglo XIX fue durante la dictadura de Lilís, promulgada
en 1896.
En el siglo XX se realizaron 20
reformas. La Constitución que más tiempo estuvo en vigencia tuvo fue la de
Joaquín Balaguer promulgada en 1966, que fue modificada en 1994. En el actual siglo XXI se promulgó la nueva
Constitución en el año 2010. Y apenas
tiene cinco años de vigencia y ya quieren modificarla.
¿Saben cuáles fueron las razones
de esas modificaciones? En el siglo XIX los políticos modificaban la
Constitución para ampliar o reducir el período constitucional, que osciló entre
un año, dos años y cuatro años. Y por
supuesto, la prohibición o no de la reelección presidencial. En el siglo XX lo único que varió fue la
discusión sobre el período presidencial, pues después de las reformas de Ramón
Cáceres se llegó al acuerdo de 4 años.
La Constitución del año 2010, con
sus limitaciones, fue una gran reforma, pues constituyó un intento de
modernizar el Estado Dominicano y sus instituciones. Esta posición es diferente a la selección de los jueces de las altas cortes y
las negociaciones de intereses que se produjeron.
Por el bien de la
institucionalidad democrática, por el fortalecimiento del Estado de Derechos,
por el bien del país, NO MODIFIQUEMOS LA CONSTITUCION.
Esta es mi reflexión. Este es mi planteamiento. No sé, y confieso, que ya no me importa, si
con estas posiciones lesiono algunos intereses.
Estamos en la democracia, y la ciudadanía tiene derecho a expresar sus
opiniones libremente.
Posiblemente estas palabras
caigan en el vacío y sea objeto de ataques.
Lo más probable es que sean enviadas al cruel olvido. Pero no me
importa. Quiero vivir acorde a mis ideas
y sobre todo, a los principios que siempre he defendido.
¿Soy opuesta a la reelección? En
términos ideales, me gusta el modelo norteamericano. El problema es que en este país que amo y se
desangra en un mar de intereses, la reelección ha sido, es y será siempre el
peor de todos los males de la política dominicana, si la ciudadanía sigue
callando. Qué triste es constatar que no nos respetamos. Y que 171 años después estemos repitiendo la
misma historia, como si nada hubiese pasado.
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