TEMAS SOBRE HAITI, REPUBLICA DOMINICANA Y EL CARIBE
Descubriendo
el Caribe insular no hispánico: Martinica. Edouard Glissant, 3
Por: Mu-Kien Adriana Sang
sangbenmukien@gmail.com
mu-kiensang@pucmm.edu.do
@MuKienAdriana
"Las Américas barrocas" por Edouard Glissant (fragmento)
Los
paisajes americanos son paisajes de apertura, de arrebato y de grandes vientos.
Los barrancos más minúsculos y los cañones más inmensos se dan cita allí, al
igual que las salinas más reducidas y los desiertos más resplandecientes. … Otra dimensión de este
continente emerge poco a poco y se dibuja para nosotros, la de las Américas. No
sabemos, en realidad, dónde ni cuándo se determina nuestro futuro (el mundo es
imprevisible), pero un ensanchamiento de este tipo y la conciencia cada vez
mayor que de él tenemos, confirman intuiciones, y la mayoría de las veces
lugares comunes, en la percepción de una realidad como tal. Este continente,
más que ninguna otra parte del mundo, ha sido, desde hace cuatro siglos, el
lugar más vivaz y más extravagante en cuanto a una enorme experiencia, la de
poner en contacto a casi todas las culturas conocidas, sus repulsiones mutuas y
sus simbiosis nacientes. A estos encuentros se les ha dado nombres diferentes
según el conocimiento que de ellos se iba teniendo: melting-pot, mestizajes,
multiculturalismo, criollización. Ésta, la criollización, es un proceso de
mestizaje imparable, cuyos resultados son imprevisibles. (El mundo es
imprevisible, porque se criolliza)…. En el mapa de las identidades del mundo,
en el que las masacres tribales, las purificaciones étnicas y las intolerancias
religiosas multiplican las capas rojas, el Caribe (Lam, Cárdenas, Camacho) es
una zona azul. Pero también es debido a que las extensiones de las Américas
Latinas velan por nosotros. De esta manera, cada vez que vuelvo a empezar ese
viaje, parto una y otra vez de un trozo de tierra de Martinica, denominado
curiosamente Morne de Perú (l), en el que encuentro un modelo reducido de las
ventilaciones estupefactas de los Andes. Emprendemos una y otra vez estos
itinerarios, volvemos a hacer este viaje, pronunciamos las mismas palabras para
atraer en nuestras paradas el favor de los dioses….
Confieso que de Glissant, como de otros tantos
pensadores del Caribe no hispano, solo había escuchado sus nombres de forma
insistente, y quizás había leído algún trabajo realizado por la amiga Delia
Blanco, una de las especialistas dominicanas más conocedoras del pensamiento
caribeño, especialmente el literario, y en particular el Caribe francófono. Mis respetos a sus conocimientos y a toda una
vida de búsqueda y creación a esta dominico/francesa.
En mi lista de pendientes Glissant estaba colocado
en una posición cimera. Esta columna me
ofreció la oportunidad de leer un poco su obra y sobre todo, saber lo que
piensan los estudiosos sobre este gran hombre que defendió a lo largo de su
vida la identidad nacida de los horrores de la esclavitud y la trata de negros
esclavos.
En una de sus principales obras, “Tratado del
todo-mundo”[1],
Glissant, desde las primeras páginas de la obra, plantea el tema que le
atormenta: el mestizaje. ¿Mezcla de
razas y cultura en igualdad de condiciones? No! Por supuesto, a los esclavos se
les arrebató no solo las fuerzas por ponerlos a trabajar hasta el último
aliento en las plantaciones, sino que su cultura fue desdeñada y descalificada:
La idea del mestizaje, del trémulo valor no solo de
los mestizajes culturales, sino más allá de ellos, de las culturas del
mestizaje, que nos resguardan quizá de los límites o de las intolerancias que
nos acechan y nos franquearán nuevos espacios en donde relacionarnos.
El impacto mundial de las técnicas o de las
mentalidades de lo oral y lo escrito y las inspiraciones que esas técnicas
insuflaron a nuestras tradiciones de escritura y a nuestros arrebatos de voz,
de ademanes y gritos. [2]
A partir de entonces comienza a desarrollar su
teoría del Caos-Mundo. Afirma que
compartimos “poéticas difractadas” que compartimos, en el que están envueltos
conflictos y obsesiones de muerte, en los cuales escuchamos gritos; pero casi
siempre intentamos no ver las miserias que ofrece el mundo como un espectáculo
desgarrador: “la de los
bosques de Ruanda y las calles de Nueva York, la de los talleres clandestinos
de Asia, en donde los niños se encanijan, y la de las cimas silenciosas de los Andes
y la de todos los lugares de rebajamiento, de degradación y de prostitución….” [3]
Glissant escribe esta obra en el momento de las
crisis ideológicas. El este y el oeste
se unieron bajo la marca indeleble de occidente. Una sociedad occidentalizada en el que se
impone un solo modelo cultural, una solo visión del mundo, y todas las demás
expresiones y culturas del mundo solo referente folklórico que no desaparecen
porque fueron convertidos en objetos de consumo del turismo que va de aquí para
allá:
Tal sería mi primera propuesta: en donde han desfallecido
los sistemas y las ideologías, y sin renunciar ni poco ni rechazo al rechazo o
al combate que tenemos que pelear en nuestro particular ámbito, prolonguemos a
lo lejos lo imaginario con un infinito desperdigamiento y una repetición hasta
el infinito de los temas del mestizaje, el multilingüismo y la criollización. [4]
Propone entonces un modelo alternativo, en el que
esté no solo presente, sino que sea el dominante las voces obligadas a callar,
de manera tal que la cara oculta de la tierra resplandezca y se haga visible,
que sus huellas no sean borradas, que sus expresiones no sean objetos de
miradas de curiosos turistas ni objetos de folklor de exhibición:
La huella es el camino igual que la rebelión a la
intimación, el júbilo al garrote.
Estos africanos de la trata que iba a las Américas
llevaron consigo, allende las aguas inmensas, la huella de sus dioses, de sus
hábitos, de sus lenguas. ..
Las lenguas criollas son huellas abiertas en el
charco del Caribe o del océano Índico. La música del jazz es una huella
reconstruida que ha recorrido el mundo, Y también todas las músicas de ese
mismo Caribe o de las Américas.
Cuando los deportados cimarronearon por los
bosques, yéndose de la Plantación, las huellas que fueron siguiendo no
implicaron ni abandono de sí mismos ni desesperación, aunque tampoco orgullo o
henchimiento de la persona. Y no agobiaron con su peso la tierra nueva igual
que irremediables estigmas…[5]
Glissant reivindica la renuncia al sistema porque
fue impuesto acá y acullá de manera absoluta, obnubilando el SER mismo, “que
fue hondura, magnificencia y limitación”.
Lo que existe en el mundo, afirma, es que las comunidades no tienen más
alternativa que la de elegir entre el desgarramiento esencial y la identidad
anárquica; entre la guerra de las naciones y los dogmas impuestos por los
dominadores; o la paz romana impuesta por la fuerza; o una neutralidad relativa
y cuestionada porque ha sido impuesta por “un imperio todopoderoso, totalitario
y benevolente…”[6]
Por esta razón, dice, llama “Caos-mundo” al choque
de tantas culturas que se rechazan entre sí, que desaparecen, se adormecen o se
transforman. Frente a ese caos se
presenta el “Todo-mundo que busca absorber, totalizar e igualar a toda la
humanidad. Se nos acabó el tiempo. Seguimos en la próxima.
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