ENCUENTROS
EDGAR MORIN Y LOS SIETE SABERES NECESARIOS PARA LA EDUCACION
DEL FUTURO. La ceguera del conocimiento.
Dedicado a mi hermana-amiga mexicana Patricia Gascón Muro
Cuando miramos hacia el futuro, vemos
numerosas incertidumbres sobre lo que será el mundo de nuestros hijos, de
nuestros nietos y de los hijos de nuestros nietos. Pero al menos, de algo
podemos estar seguros: si queremos que la Tierra pueda satisfacer las necesidades
de los seres humanos que la habitan, entonces la sociedad humana deberá
transformarse. Así el mundo de mañana deberá ser fundamentalmente diferente del
que conocemos hoy, en el crepúsculo del siglo XX y del milenio. La democracia,
la equidad y la justicia social, la paz y la armonía con nuestro entorno
natural deben ser las palabras claves de este mundo en devenir. Debemos
asegurarnos que la noción de durabilidad sea la base de nuestra manera de
vivir, de dirigir nuestras naciones y nuestras comunidades y de interactuar a
escala global.
En esta evolución hacia los cambios
fundamentales de vida y nuestros comportamientos, la educación –en su sentido
más amplio- juega un papel preponderante. La educación es la fuerza del futuro,
porque ella constituye uno de los instrumentos más poderosos para realizar el
cambio…. Federico Mayor, Director General de la UNESCO
En el año 1999 la UNESCO publicó
una pequeña obra de Edgar Morín titulada “Los siete saberes necesarios para la
educación del futuro”, que fue el producto de un “Programa Internacional sobre
la educación, la sensibilización del público y la formación para la viabilidad”,
lanzado en el año 1996. El programa en
cuestión enunciaba las prioridades aprobadas por los Estados miembros de las
Naciones Unidas y al mismo tiempo apelaba a las organizaciones no
gubernamentales del mundo y a otros organismos para que tomaran todas las medidas necesarias con el firme propósito de
poner en práctica el nuevo concepto de educación para un futuro viable, que permitirían,
al mismo tiempo, las reformas de las políticas y programas educativos
nacionales. La UNESCO tendría la función
de ser el motor movilizador de la acción internacional.
En esa perspectiva, cuenta el
propio director del organismo, Don Federico Mayor, se le solicitó a Edgar Morín
que expresara sus ideas sobre lo que debería ser la educación del futuro en el
marco de su visión del pensamiento complejo.
El texto, nacido de esta
encomienda y desafío, fue un pequeño y provocador libro. Como el propio autor lo define, el ensayo no
pretendía ser, en modo alguno, un tratado sobre el conjunto de materias que
deberían enseñarse; era únicamente una reflexión sobre los problemas centrales,
todavía son ignorados, pero que son fundamentales para enseñar en el siglo
XXI.
Dice Morín que existen siete
saberes fundamentales que la educación del futuro debería tratar en cualquier
sociedad y en cualquier cultura sin excepción alguna. Estos siete saberes son:
1. Las
cegueras del conocimiento: el error y la ilusión
2. Los
principios de un conocimiento pertinente
3. Enseñar
la condición humana
4. Enseñar
la identidad terrenal
5. Enfrentar
las incertidumbres
6. Enseñar
la comprensión
7. La
ética del género humano
Comencemos con el primero de los siete principios: las
cegueras del conocimiento: el error y la ilusión. Afirma Morín, con toda la razón, que el
conocimiento conlleva el riesgo del error, más aún, de la ilusión Por esta razón, la educación del futuro debe
afrontar el problema desde estos dos aspectos:
Error e ilusión
parasitan la mente humana desde la aparición del homo sapiens. Cuando
consideramos el pasado, incluyendo el reciente, sentimos que ha sufrido el
dominio de innumerables errores e ilusiones. Marx y Engels enunciaron
justamente en La Ideología Alemana que los hombres siempre han elaborado falsas
concepciones de ellos mismos, de lo que hacen, de lo que deben hacer, del mundo
donde viven. Pero ni Marx ni Engels escaparon a estos errores. (p. 5)
La educación tiene que ser capaz de mostrar que el
conocimiento no es una verdad absoluta, pero sobre todo que está amenazado por
el error y por la ilusión. El saber no
es el espejo de las cosas ni del mundo exterior, pues está condicionado por las
traducciones y reconstrucciones cerebrales, producto de los estímulos y signos
captados y codificados por los sentidos.
Pero al error de la percepción se suma el error del intelecto:
El conocimiento
en forma de palabra, de idea, de teoría, es el fruto de una traducción/
reconstrucción mediada por el lenguaje y el pensamiento y por ende conoce el
riesgo del error. Este conocimiento en
tanto que traducción y reconstrucción implica la interpretación, lo que induce
el riesgo de error al interior de la subjetividad del que ejercita el
conocimiento, de su visión del mundo, de sus principios de conocimiento. De ahí provienen los innumerables errores de
concepción y de ideas que sobrevienen a pesar de nuestros controles racionales.
La proyección de nuestros deseos o de nuestros miedos, las perturbaciones
mentales que aportan nuestras emociones multiplican los riesgos de error. (P.
5)
Morín afirma que existen cuatro errores de ilusiones y
cegueras: los errores mentales, los intelectuales, los errores de la razón y
especialmente las cegueras paradigmáticas. “El juego de la verdad y del error, dice
Morín, no solo se juega en la
verificación empírica y la coherencia lógica de la teorías; también se juega a
fondo en la zona invisible de los paradigmas” (p. 8). Esto así, porque el paradigma hace la
selección y al hacerlo determina la conceptualización y las operaciones
lógicas. A su vez, el paradigma designa
las categorías fundamentales de la inteligibilidad efectuando también el control
para su uso. “Los individuos, escribe el
intelectual, conocen, piensan y actúan según los paradigmas inscriptos
culturalmente en ellos.” (P- 8).
Los paradigmas juegan roles preponderantes en cualquier
doctrina o ideología; y aunque son inconscientes, llega hasta el pensamiento
consciente, controlándolo y dominando los axiomas y conceptos, imponiendo
discursos explicativos, cegados por esas verdades preconcebidas. Finalmente Morín señala que occidente ha
estado preso de su “gran paradigma” que fue formulado por Descartes en el siglo
XVII y aún sigue vigente. Este paradigma
cartesiano separa al sujeto del objeto, con esferas independientes. Por un lado
se encuentra la filosofía y la investigación reflexiva; y por el otro la
ciencia y la llamada “investigación objetiva”. El paradigma de Descartes
disocia el universo de un extremo al otro:
Sujeto versus objeto; alma versus cuerpo; espíritu versus materia;
calidad versus cantidad; finalidad versus causalidad; sentimiento versus razón;
libertad versus determinismo y existencia versus esencia. No hay duda, dice
finalmente Morín, que este paradigma disociador determina una doble visión del
mundo, pero sobre todo, el desdoblamiento del mundo mismo.
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