ENCUENTROS
UNA
MUJER DE MUCHA EDAD, 2
Por: Mu-Kien Adriana Sang Ben
8 DE SEPTIEMBRE, Pablo Neruda
Hoy, este día fue una copa plena,
hoy, este día fue la inmensa ola,
hoy, fue toda la tierra.
Hoy el mar tempestuoso
nos levantó en un beso tan alto que temblamos
a la luz de un relámpago
y, atados, descendimos
a sumergirnos sin desenlazarnos.
Hoy nuestros cuerpos se hicieron extensos,
crecieron hasta el límite del mundo
y rodaron fundiéndose
en una sola gota
de cera o meteoro.
Entre tú y yo se abrió una nueva puerta
y alguien, sin rostro aún,
allí nos esperaba.
Era muy joven, una
adolescente apenas, cuando leyendo “Los versos del capitán” de mi amado Pablo
Neruda, me topé con un poema en el que se reflejaba el arrebato pasional vivido
por el poeta. Lo leí y me encantó su cadencia. Luego me percaté de
su título: “8 de septiembre”. De repente el ritmo de mi
corazón se aceleró tanto que pensé que se saldría por mi boca. No podía dar
crédito: ¡Mi poeta me había hecho, sin saberlo, un hermoso regalo! Desde
entonces, cada día de mi cumpleaños leo este bello poema en voz alta. Me
faltan tres días para volver a leerlo con fruición.
El 8 de septiembre del año 2015 llegaré a mis
60 primaveras. He vivido tantas experiencias, que a veces tengo la
impresión de que he tenido varias vidas. No tengo rubor alguno de
proclamar al mundo mis años, sencillamente porque ¡He vivido! Sí, sí, sí, ¡He
vivido! Y vivir es el regalo más hermoso que podemos recibir. ¡Quién dijo
que la vida era un lecho de rosas! Sí lo fuera, no podemos olvidar que siendo
tan bellas, tienen dolorosas y múltiples espinas. Una vez más la
naturaleza nos brinda la contradicción existencial.
¡Quién dijo que la vida era solo alegría! Sin
las lágrimas no podríamos reconocer y valorar los momentos de felicidad. De
nuevo, aparece la doble dimensión de la existencia humana.
Me siento feliz de llegar a mis 60 años.
¡Seis décadas vividas a plenitud y con pasión! A veces me pregunto si el
paso del tiempo no aminorará esta energía vital que todavía siento. A mis
años todavía tengo sueños, todavía hago muchos planes, todavía me ataca el
gusanito perenne de conocer nuevas cosas, de aprender más del vasto
conocimiento humano.
Aún persisten mis deseos de hacer muchas
cosas, pero con una gran diferencia. Ya no tengo el temor de equivocarme
y de estar consciente de que mi capacidad tiene sus límites. Quiero leer
y aprender, pero sin las prisas de la juventud, cuando quería
atragantarme del conocimiento sin pensar ni analizar. Quiero conocer
nuevas cosas, pero con calma. Recuerdo que mi pasión por la pintura era
tan grande que quería memorizar los cuadros del Louvre, durante mi estancia en
París como estudiante del doctorado en historia. Pasado el tiempo
hicieron un nuevo arreglo y mis notas de entonces perdieron vigencia.
Aprendí a fuerza de aventuras y desventuras a
valorar lo pequeño, para dar caricias a mi corazón con el beso de los nietos,
con los abrazos de los sobrinos y con la presencia de mis hermanos.
Entendí que en la vida es necesario buscar el equilibrio. No todo es
conocimiento. No todo es trabajo. La familia nuclear y ampliada constituye el
principio y el fin de las cosas. Sin ellos el trayecto se hace más largo
y tedioso.
Con los años he valorado aún más la presencia
de mi compañero, aquel que ha estado a mi lado, codo a codo, en los momentos de
alegría y tristeza. Rafael, ha sido, es y será siempre el compañero
perfecto de mi travesía. Y, al valorarlo, tomo el tiempo necesario para
compartir a su lado especiales momentos.
Valoro a los amigos verdaderos, la
familia elegida, porque ellos, sin importar lo que represento, están a mi lado,
por mí, por lo que soy. Ese grupo de personas sufren y ríen conmigo,
porque mis alegrías son suyas, así como también mis tristezas.
Las paradas obligatorias de la agitada vida
laboral, me obligaron a encontrar la belleza en los rayos del sol, en la luna
menguante, o en la luna llena; en las flores que nacen en mi pequeño
jardín; en el pajarito que canta y arrulla en el campo donde me refugio
para olvidar el bullicio citadino; en el amanecer que anuncia una nueva
esperanza; en el atardecer que nos dice sin palabras que la vida es un ciclo de
nacer y renacer.
He guardado como un tesoro del que no me puedo
desprender, lo poco que me queda, de humanidad y solidaridad. Me obligo a
pensar en el otro. A veces nos olvidamos, quizás por la tendencia humana
natural al egoísmo, a concentrarnos en nuestros propios problemas y olvidarnos
de los demás. Me obligo a que me duela la pobreza extrema, y trato,
dentro de mis medios, de dar un poco de todo lo que he recibido. No
podemos decir que somos cristianos si no nos duele el dolor ajeno.
Como dije en el artículo anterior, al llegar a
mis 60 años, llegué, en el marco de la cultura oriental, a la edad del respeto
de los más jóvenes, porque he tenido la dicha de vivir. A esta edad se
comienzan a reconocer lo que somos. Dentro de diez años, si Dios me sigue
bendiciendo, el derecho es mayor porque habré alcanzado el primer peldaño de la
longevidad.
Doy gracias al Dios de la vida, por el regalo
de permitirme alcanzar la cima de los 60 años. Comparto con ustedes la alegría
de haber llegado hasta el pico de esa colina existencial.
Después de haber vivido 21,900 días, puedo
decir a gritos que hay muchas cosas que no me importan. No me importa lo
que piensen de mí. Me convencí, gracias a algunas maliciosas y dolorosas traiciones,
que en el ser humano existe la envidia y la maldad.
Ya no me importa no estar al día con la
literatura universal. Leo lo que me plazca, lo que me interesa y lo que me
gusta. Ya no quiero llegar a ningún lado. Llegó a donde quiero
estar. Soy la mujer que quise ser, y tengo la dicha de que no tengo que
demostrar más nada. Soy lo que construí y tengo la cesta conmigo para
recolectar lo que pude cosechar. Ya no me importan muchas cosas. Tengo la dicha
de poder decir que no compito con nadie. Solo busco SER y nada más.
Sin embargo, me importan muchas cosas.
Me importa mi familia y mis amigos. Me importan mis proyectos de investigación.
Me importa el futuro. Me importa la humanidad, especialmente la juventud.
He llegado a los 60 años, ya he vivido más de lo que me falta por vivir,
y doy gracias a Dios por el regalo de mi existencia.
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