ENCUENTROS
UNA MUJER DE MUCHA EDAD, 1
Por: Mu-Kien
Adriana Sang Ben
La vejez, Alberto Cortez
Desde hace cuatro
años he atesorada esperanzas, emociones y muchas incógnitas sobre la llegada de
mis 60 años, la antesala inevitable de la vejez. Cuando alcancé la añorada edad de las 15
primaveras, le pedí a mi padre que me hiciera una fiesta. Su negativa fue
inmediata. Tuve que conformarme con un
encuentro de amigas en mi casa y un viaje a Puerto Rico de cinco días para
acompañar a mi madre en la compra de enseres que nutrirían la tienda familiar
llamada “La Pagoda”.
Dos años después,
mi padre organizó una gran fiesta cuando su madre, una honorable anciana china
que no sabía hablar español, cumplió sus ochenta años. Tenía guardada mi frustración, por esta
razón, con mi habitual energía inquisidora le pregunté el por qué. Mi padre sonrió, y me dijo que en la cultura
oriental se hacía un homenaje a la longevidad, porque nacer no es un mérito,
sino el fruto del azar de un óvulo y un esperma que se unieron y crearon un
ser. Lo que merecía realmente el
reconocimiento era la decisión y la voluntad de vivir con honorabilidad. Mi abuela, dentro de su pobreza tuvo la
visión de motivar a su hijo a la aventura marina para que no sucumbiese a los
estragos de la miseria y el abandono. Y
ella, a pesar de que no podía expresarse era la columna que permitía a mi padre
librar las mil batallas. Entendí la lección.
Y disfruté enormemente la fiesta de mi abuela, en la que se dieron
cuenta todos sus amigos y familiares. La
comida abundante corría por las mesas, las voces de los chinos presentes
hablando en cantonés constituían la clave de la alegría y la música estridente
de China resonaba en el salón. Era un
maravilloso escándalo en el que primaba la alegría y el reconocimiento de una
vida humana, que habiendo vivido en la pobreza había sido capaz de alcanzar esa
edad en muy buenas condiciones físicas y mentales.
El 8 de septiembre
de este año alcanzaré la honrosa edad de los 60 años. El inicio de la honorabilidad de haber
vivido. Me gané el mérito de celebrar
una fiesta. A partir de las décadas
siguientes, mientras más vida tenga, mayor será mi privilegio de celebrar.
A partir de hoy
inicio una serie de Encuentros acerca de esta etapa que pronto iniciaré en mi
vida. Buscando información para hacer mi
artículo, leí [1] que
en China continental las autoridades estaban sorprendidas
por el hecho que la tradición ancestral de apoyo, reconocimiento y reverencia
por los mayores, pero sobre el respeto a los padres, se estaba perdiendo. Y por
esta razón, decidieron tomar medidas.
Fue promulgada la “Ley de Protección de los
Derechos e Intereses del Anciano” que obligaba a los hijos adultos a visitar a
sus padres ancianos. Establecía que una
de las mayores responsabilidades de los
hijos adultos era la de proveer satisfacción a “las necesidades espirituales de
los ancianos”. Regulaba la forma, obligando a los hijos a visitar frecuentemente
la casa de sus padres, y debían también asegurar el pago a los empleados cuando
solicitasen permiso para visitar a sus padres.
Tan fuerte es la ley que incluso en el ejército, los oficiales no son
promocionados a menos que estos muestren suficiente respeto hacia sus padres.
La ley ha traído reacciones en el mundo
occidental. Algunos especialistas han
dicho que esta ley lesiona la libertad individual y el derecho a decidir.
Otros, sin embargo, han reaccionado diciendo que por el contrario, el abandono
es un fenómeno crítico especialmente en las sociedades occidentales:
Pero, sin embargo, hacen que nos cuestionemos un problemático aspecto de
nuestra cultura contemporánea, el cual ha creado un clima de indiferencia,
intolerancia y en ocasiones incluso de antipatía por los ancianos. Los
sociólogos le han puesto incluso un nombre: edaísmo. Se refiere a la estereotipificación
derogatoria de los ancianos, siendo la única forma de prejuicio con la cual los
guardianes del buen comportamiento hacen la vista gorda a pesar de que es por
lejos la más común de entre todos los tipos de discriminación.[2]
La cultura de la “juventud eterna” se ha convertido en
una obsesión en estas sociedades, especialmente en las occidentales. Las mujeres, y en algunos casos los hombres,
quieren combatir los embates del tiempo, haciendo uso de cirugías estéticas y
otros subterfugios, desarrollándose una verdadera adicción al botox. A medidas que los años nos pasan, muchas
mujeres quieren aferrarse a la juventud, convirtiéndose en esclavas de la
belleza, y en verdaderos payasos que emulan y dejan pequeño con sus desfiguradas
caras al Guazón de la tira cómica de Batman.
Estoy convencida que para vivir hay que cumplir
años. Sumar años a la vida es una
virtud, quitárnoslos es negar nuestra
propia existencia. Yo estoy feliz de
cumplir seis décadas de vida, de aprendizajes, caídas para volver a levantarme,
de llantos y risas. Sobre este tema
seguiremos en la próxima entrega.
[1]
Benjamin Blech, La Vejez y la Ley China,
http://www.aishlatino.com/a/s/La-Vejez-y-la-Ley-China.html
[2]
Ibidem
[3]Concepción
Sánchez Palacios, Estereotipos negativos hacia la vejez y su relación con
variables sociodemográficas, psicosociales
y psicológicas, Tesis doctoral de la
Universidad de Málaga, http://www.biblioteca.uma.es/bbldoc/tesisuma/16704046.pdf
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