ENCUENTROS
De vuelta con EDGAR MORIN.
La identidad individual
Dedicado a mi hermana-amiga mexicana Patricia Gascón Muro
La indiferencia ante lo individual, lo contingente, lo perecedero ha
sido el rasgo esencial de la metafísica, la ciencia y la técnica occidentales,
y es el rasgo esencial de la burocracia; ahora bien, lo que hay más bello, más
conmovedor, más precioso, es lo que es más frágil, es decir, lo más perecedero,
lo más contingente, lo más individual.
Hadj Garún O’Rin, citado por Morin.
El individuo humano sin duda alguna no puede escapar a su suerte
paradójica: es una pequeña partícula de vida, un momento efímero, algo de poco
valor, pero al mismo tiempo despliega en sí la plenitud de la realidad viviente
–la existencia, el ser, la actividad- y de este modo contiene en sí el todo de
la vida sin dejar de ser una unidad elemental de vida. Al mismo tiempo,
despliega en sí la plenitud de la realidad humana, con la consciencia, el
pensamiento, el amor, la amistad. Contiene en sí el todo de la humanidad, sin
dejar de ser la unidad elemental de la humanidad. Edgar Morín, El V. La humanidad de la
humanidad. La identidad humana
En el artículo pasado estuvimos
hablando del libro que citamos en la cita anterior, una de sus últimas obras.
Hoy continuaremos sobre la trinidad individuo-sociedad-especie. Como seres que formamos parte del todo, cada
individuo lleva en sí mismo la forma toda entera de la humana condición. Y esta carga no es solo el microcosmo reflejo
del todo, sino el punto único y singular del holograma, el cual contiene la
mayor parte de los elementos en su propia singularidad. Complejo, ¿no? Como lo explica el propio autor:
“El individuo es irreductible. Cualquier
tentativa de disolverlo en la especie y en la sociedad es aberrante. Es el
individuo humano. Repitámoslo, el que dispone de las cualidades de la mente;
dispone incluso de una superioridad sobre la especie y sobre la sociedad porque
solo él dispone de la consciencia y de la plenitud de la subjetividad. La posibilidad de autonomía individual se
actualiza en la emergencia histórica del individualismo, al tiempo que sigue
siendo inseparable del destino social e histórico. De este modo, el individuo
no es ni noción primera ni noción última, sino el nudo gordiano de la trinidad
humana.” (P. 78)
Esta posición de Morín es
interesante, pues no defiende el individualismo del occidente, sino que aboga
por la individualidad humana como parte de un todo, sin perder su propia
identidad. No defiende el egoísmo, sino el egocentrismo, sino el yo como punto
de partida, como centro del mundo, para conocer y actuar.
Cada persona en su hermosa
identidad es un ser único, por lo tanto su diferenciación en relación al otro
no es en materia genética, anatómica o sicológica, sino en su posición
egocéntrica, única del YO que vive un proceso de unificación, integración,
absorción y centralización de su cerebro y su alma. Así pues, “ningún
individuo puede decir YO en mi lugar, pero todos los demás pueden decir Yo
individualmente. Como cada individuo se vive y experimenta como sujeto, esta
unicidad singular es la cosa humana más universalmente compartida. Ser sujeto
hace de nosotros seres únicos, pero esta unicidad es lo que hay de más común.”
(P. 82)
Esta afirmación nos hace pensar
en la relación con el otro, es decir, los otros yo también individuales y
egocéntricos. Los seres humanos, los otros “YO”
tiene semejanzas y diferencias conmigo.
Ellos también tienen ante sí la misma relación conmigo, con mi YO individual
y egocéntrico. La relación con el otro está intrínsecamente vinculada en
relación a uno mismo, es decir, no podemos vivir sin los demás, porque “Yo es
otro”, pero sin perder la autonomía como individuo.
Esa vinculación del yo-otros yo,
es la misma que podría existir entre lo objetivo y lo subjetivo. “Una cualidad esencial del sujeto es la
aptitud para objetivar, empezando por al aptitud de objetivarse a uno mismo, a
reconocerse, asimismo como otro.
Un elemento interesante es
analizar el YO individual en el marco de la paradoja masculino-femenino.
¿Existen diferencias? ¿Diferencias anatómicas únicamente? ¿O son también
diferencias sicológicas? ¿Cómo combinar entonces ese YO-Mujer con ese
YO-Hombre?
Morín responde a las preguntas
diciendo que la diferencia entre femenino y masculino no es solo cultural, es
también anatómica y mental. Mientras la mujer funciona con el hemisferio
derecho del cerebro, el hombre lo hace con el izquierdo. Sin embargo, el peso
de la cultura ha sido fundamental en esta diferenciación. La palabra hombre es sinónimo de poder y
fuerza; mientras la mujer ha sido relegada y subestimada en su papel
civilizador.
La relación es compleja, más que
compleja; pero debe propiciarse, dice Morín, abogarse por una nueva unidad en
el seno de la propia dualidad masculino-femenino. “Quiero decir, escribe el
autor, que lo masculino está en lo femenino y viceversa, genética, anatómica,
fisiológica, psicológica, culturalmente. Raras son las mujeres totalmente
femeninas y los hombres totalmente masculinos…cada sexo lleva al otro de forma
recesiva…Además, como dice Jung, el alma femenina –anima- está presente en el
hombre de forma reprimida, y por ello muchos hombres buscan y encuentran su
alma en la mujer amada; igualmente el espíritu masculino, emprendedor, enérgico
–animus-, está presente en la mujer de forma reprimida, y por ello muchas
mujeres buscan y encuentras su animus en su hombre.” (P. 93)
Así pues, la compleja relación
masculino-femenino está en la complementariedad y en sus propios antagonismos;
en la unidad de su propia dualidad, y, en la dualidad de su misma unidad; en la
diferencia y la ausencia; en la dominación y subordinación. “Hay intimidad
inaudita en la diferencia irreductible del otro sexo, en el interior de cada
cual.” (p- 94)
Finalmente plantea Morín la
individualidad que se modifica con los años. Cada edad, cada etapa de la vida,
tiene sus propios secretos, sus propias experiencias. Estas experiencias hacen cambiar nuestros
propios YO, nuestras individualidades.
Debemos darnos cuenta, en la multiplicidad sucesiva de las edades, que
cada etapa, sin siquiera percibirlo, sin siquiera hacer conciencia, que si bien
cada edad es particular, con el paso de los años, en el curso de nuestras
vidas, acumulamos la suma de las edades-individualidades. Sencillamente porque
no podemos borrar lo que hemos sido, lo que va formando nuestras identidades,
nuestro YO.
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