Prólogo
El pequeño-gran espacio de un soñador
Por la tía dulce,
Mu-Kien Adriana Sang
Debemos vivir con una sonrisa en la cara,
riéndonos de las cosas que nos dan miedo y vivir la vida como si fuera el
último día, el último segundo de nuestra existencia, 2008
Tengo una firme creencia que no debemos de vivir la
vida arrepintiéndonos de lo que pudiera ser, debemos vivir la vida tratando de
ser todo lo que pudiéramos ser. La vida es un camino, y como tal todo lo que se
desarrolla en ella conlleva una serie de pasos y con cada paso que damos
tenemos una nueva oportunidad para crecer y estar más cerca de quien queremos
ser…2010
Este prólogo fue
un verdadero desafío. Escribo estas palabras con el corazón henchido, oprimido
y desgarrado. Las lágrimas que se vierten involuntarias sobre mi rostro me impiden
ver lo que escribo. Demasiados
sentimientos se agolpan en mi corazón. Tengo dudas si en estas páginas debe
primar la escritora o la tía que vio crecer a este encantador joven, que se fue
demasiado pronto a gozar de la eternidad.
Soy una de las
tantas tías que gozaba o se molestaba con sus bromas. Me asalta el recuerdo de
aquella ocasión en que un grupo de mis hermanos, cuñados y sobrinos se
presentaron de manera inesperada en mi apartamento de soltera y se encontraron
con un sorprendido Rafael, hoy mi esposo.
Julio César tenía entonces unos seis años, y con una sonrisa luminosa,
después de ver y analizar nuestras turbaciones, me tomó de la mano y gritó:
“Tía Mu-Kien tiene novio, y es un abuelito.”
Otra anécdota
graciosa de Julio César, y que refleja su sentido de observación y su
espontaneidad, ocurrió en mi casa. Ya
casada con Rafael, la familia Mejía Sang
fue a visitarnos. Se detuvo en la escalera a observar cuando mi marido y su
hijo, un fornido joven adulto, también llamado Rafael, bajaban juntos la
escalera, dijo: “Esto no puede ser. Se
supone que los papás son más grandes que los hijos”.
Después que la
tía hojeó las páginas del libro, disfrutando nostálgicamente con las imágenes
que acompañan sus escritos, fotos de su vida y de su entorno, apareció la
escritora, que se sorprendió enormemente con la profundidad, diversidad y
sensibilidad de sus escritos. ¡Qué orgullosa me sentí! Aquel niño travieso e impertinente, se había
convertido en un joven comprometido con la vida y sus grandes interrogantes.
Comenzó con la aventura en el 2008:
¿Quién
soy? Es una pregunta que todos nos hemos hecho en algún punto de nuestras
vidas. Pensando y pensando, me dí cuenta que yo soy yo y un poco de todos. ¿Qué
quiero decir con eso?…Yo soy yo, y soy
un poco de todos… tengo variados intereses
como la música, la informática, una que otra reflexión sobre la vida, y una que
otra cosa…
Me sorprendí con
alegría que mi sobrino era capaz de escuchar rock, salsa y música clásica, lo
mismo con sus lecturas. Era capaz de leer libros de tecnología hasta
política. Por eso no nos puede extrañar
que citara en su primer escrito a Rousseau.
“Advierto al lector que este capítulo debe
leerse con calma y tranquilidad, porque no conozco el arte de ser claro para
quien no quiere ser atento.”
Como bien decía
en la introducción de su “Pequeño Espacio Personal”, Julio fue desarrollando
sus ideas. Tocó temas diversos que iban
desde el tránsito caótico de la ciudad infernal en que le tocó vivir, hasta los
más profundos sentimientos humanos, sin
dejar de incluir artículos que trataban sobre otra de sus pasiones: la
tecnología. Era un gran defensor del
medio ambiente, por eso, como joven inquieto y comprometido con el futuro,
decidió participar en las actividades organizadas sobre la limpieza de las playas
y ser líder y motor del Movimiento Scout, al que le dedicó mucho tiempo y
energía.
El tema ecológico era
casi una obsesión. En su blog había un cintillo permanente que decía: “YO PROTEJO LO
VERDE, ¿Y TU?”
Pero Julio además de ser un preocupado
por los problemas sociales, era un enamorado de la vida y sus enigmas. El amor fue una de sus grandes
preocupaciones. Parece que tuvo tiempo de amar profundamente, con el amor que
un hombre puede sentir hacia una mujer.
Sus grandes interrogantes versaban sobre cómo expresar lo que se siente
a la persona que amas, pero sobre todo cómo decirlo, por eso amó la poesía, y
escribió hermosos poemas a Sonia, el amor de su vida. Pero un gran lector de
los grandes poetas, y cuando encontraba algo que llegara a su corazón, lo
citaba en su blog, como fue un fragmento de una poema de Gustavo Adolfo
Bécquer.
¿Qué es poesía?, dices
mientras clavasen mi pupila tu pupila azul.¿Que es poesía?, ¿Y tú me lo
preguntas? Poesía... eres tú.
Como joven de su época y de su tiempo, supo aquilatar el
valor de la mujer de hoy. Sin
proponérselo, no solo criticó al machismo, sino que fue capaz de valorar al
sexo opuesto en todas sus dimensiones. Le llamaba la atención las grandes
diferencias anatómicas de los sexos, y se preguntaba quién era el sexo débil.
Concluye en su escrito que ninguno es superior a otro.
Descubrí leyendo sus trabajos que Julio
César tenía grandes preocupaciones existenciales. A pesar de sus grandes preguntas
sobre la vida y la muerte, sobre el sentido de la vida, concluía siempre que la
alegría y el optimismo debían ser la norma para vivir mejor. Abogaba por una existencia llena de
esperanzas, pero sobre todo sin que los momentos difíciles arropasen tus días y
la tristeza se apoderara de ti y no te dejara ver el horizonte: No desperdicies el tiempo amargado por cosas que no valen la pena, no
malgastes el tiempo estando asustado de cosas por las cuales no deberías de
estar asustado.
¿Por qué? Porque
si pasas el tiempo amargado o asustado ese tiempo lo pudiste haber utilizado en
amar a alguna persona o, quizás, en haber reído a causa de un chiste muy malo.
Inquieto como era, Julio César se
preocupó por el futuro. Se avergonzaba de la política y de los políticos. Los llamó mentirosos y nada comprometidos
por el beneficio común. Para él, la mayoría de las personas que asumían la
dirección de la cosa pública no eran sinceras, y, por supuesto, no estaban comprometidos con el
porvenir del país. Lo interesante fue su conclusión. Para él, la sociedad debía asumir el
compromiso de transformar la política, porque, como decía, era de todos, y solo
juntos podría producirse el cambio.
Sus reflexiones entraban y salían sobre la realidad
dominicana. Podía hablar en una ocasión
de un nuevo descubrimiento tecnológico, pero siempre su pensamiento llegaba
hacia su tierra natal. Podía escribir
sobre un poema o un pensamiento de Rousseau, hablando de la política como
teoría, pero sin proponérselo llegaba a su amada República Dominicana. Se enojaba con nuestra inercia. Se enfurecía con las malas decisiones de los
políticos de turno. Pero su enojo era mayor cuando pensaba en la baja inversión
en educación.
Joven, inquieto, rebelde,
alegre, preocupado por la sociedad y por la vida, Julio César no dejó de
hacerse preguntas. Creo que las
interrogantes y la búsqueda de las respuestas
guiaron su corta vida. En algunos
de sus escritos aparecen temas profundos, como el perdón. ¿Perdonar o no perdonar?, esa es la pregunta… Así comenzó uno de
sus trabajos. Concluía, muy maduramente, que las diferencias entre las personas
no debían ser motivos para el rencor, pues debíamos aprender a perdonar. ¡Qué
hermoso sentimiento! ¡Cuánto lamento no haber hablado con él de esos
grandes temas!
Quizás porque amaba
filosofar y porque no quería conformarse con saberse vivo, Julio César, se
preguntaba sobre el sentido de la existencia misma. ¿Cómo se que existo? Se
preguntó una vez. Y, como era su hábito buscó respuesta. El ingeniero de sistema en ciernes, filósofo
por vocación, hurgó en los pensadores y llegó a grandes clásicos: Dice Descartes “pienso, luego existo”, es
una afirmación irrefutable, sin embargo, ese pensar nos debe de llevar a estar
concientes de nuestra propia existencia. Pero, rebelde como era, no se
conformó y se siguió haciendo cuestionamientos. Si pienso, quiere decir que existo, porque estoy conciente de que estoy
pensando y por tanto existo, ¿y si me estoy engañando? Si me estoy engañando,
entonces por dudar mis palabras estoy pensando sobre la veracidad de las
mismas y por ende existo. ¿Entonces si no pienso no existo?
¡Qué hermosa forma de
llegar al pozo profundo de su alma!
Por supuesto si le preocupaba la existencia en su más
profunda dimensión, la muerte debía estar en el catálogo de
preocupaciones. Así lo demostró en abril
y octubre 2009, un año justo de su pronta, repentina y sorpresiva partida. El primero de los trabajos que publicó en
su blog fue un pequeño testamento en el que solicitaba a los suyos, con
sorprendente humildad, que lo perdonaran por decepcionarlos. Era el momento
cumbre de su vida. Debía tomar una decisión. Necesitaba un cambio en su
vida. Buscaba nuevos caminos. Y mientras decidía, su mente se nubló… y el
optimismo por el que abogaba se desvaneció…. Hasta que encontró luz al final
del camino…. Pero era un camino corto, porque se nos fue demasiado pronto…
Si estuviera muriendo mis últimas palabras serían: “Perdón
por decepcionarlos…” Todo lo que soñé no forma parte de mi realidad, sino que,
al parecer, permanecerá como un sueño por el resto de mi vida…
¿Es acaso una cruel broma del destino, de
Dios? No, todo es mi culpa… Sin embargo, ya he caído por última vez, pero
siento que no tengo las fuerzas para levantarme, me he dado por vencido…
Mientras seguía leyendo los escritos del
sobrino-filósofo-técnico computacional, me quedé sorprendida con el artículo Racionalizando…Fue escrito justo un año
antes de su muerte. Como si presintiera
que se iría a destiempo, Julio César escribió y describió 365 días antes, su
propia muerte. Leí una y otra vez este
pequeño trabajo. Pensé envuelta en
lágrimas que hoy, tres meses después de su viaje a la eternidad, habrá
encontrado las respuestas a las tantas preguntas que se hacía.
Tengo un tiempo que pienso en la muerte… No es porque creo
que voy a morir, sino porque no sé que es lo que hay después de allí y eso me
aterra. Supongo que es una de las grandes incógnitas del mundo…¿Por qué Dios
nos dio la capacidad de estar concientes de que estamos vivos?... ¿Qué hay
después de la muerte? A medida que escribo esto me doy cuenta de que la cura
para no tenerle miedo a la muerte, no es riéndote en su cara (aunque puede ser
que te ayude), sino que viviendo de una manera que cuando te toque, no tengas
mucho de que arrepentirte. Suena bien, ¿no?...
He reflexionado mucho
mientras leía el trabajo de mi querido sobrino. Pensé en el niño travieso y
hermoso que dio alegría a nuestras vidas, y en el joven inquieto y rebelde que
llenó de inquietudes nuestros corazones.
Como Julio, mi querido sobrino, no tengo respuestas al misterio de la
muerte. Como él, también he pensado en ella, y he concluido,
que amando profundamente la vida, no le temo si me sorprende hoy o mañana. Porque
la única certeza de vivir es saber que en algún momento vamos a morir. No niego que cuando se nos fue de forma tan
repentina, la sorpresa y el dolor nos sobrecogió a todos y cada uno de su
pequeño y gran universo familiar.
Todavía sentimos su ausencia y a veces, para calmar el inconsciente rebelde,
pensamos que está en un largo viaje. Todavía nos parece ver su sonrisa y su
desenfadado andar.
Entonces reflexioné y pensé
en nosotros los adultos. A veces la
irremediable cotidianidad nos hace alejarnos de los jóvenes de nuestro
entorno. Nos conformamos con tener la
seguridad de que están físicamente bien, y nos olvidamos de sus sentimientos
profundos, de sus dramas existenciales y de sus inquietudes.
Julio César partió muy pronto. Su ausencia ha dejado
una estela de dolor, de gran dolor y también de muchas enseñanzas. A través de sus escritos, hemos conocido su
alma de hombre joven que no se amilanaba ante las grandes interrogantes que se
le presentaban. Hemos conocido también las inquietudes de una generación. Pero sobre todo nos ha enseñado que todavía
hay esperanza. Para muchos de nosotros
los adultos que pensamos que la juventud está perdida, Julio César nos dijo a
través de sus escritos y acciones, que hay muchos jóvenes luchando, desde sus
espacios, por un futuro mejor. Para los
adultos que afirman que los jóvenes de hoy reducen su existencia al manejo de
la tecnología, les invito a leer los escritos de este joven, que a los 21 años
era capaz de hacerse profundas preguntas y de buscar las respuestas leyendo a
los clásicos.
Solo quiero que sus padres y hermanos, mis queridos
Suk Yien, Julio César, Eli María y Miguel Eduardo, aprendan a aceptar su
ausencia, y se enorgullezcan de él. Nuestro Julio César Mejía Sang, partió al
infinito dejando una gama inmensa de hermosos recuerdos, pero, sobre todo, de
muchas esperanzas. Por esta razón, para
enaltecer su recuerdo, debemos seguir abogando por una sociedad mejor, más
justa, más humana y equitativa, como él siempre soñó. Nuestro querido Julio César está ahora con el
Padre, y junto a El, ha encontrado las respuestas a sus múltiples y variadas
preguntas. A pesar de las lágrimas que todavía no se han secado, cuando nos asalta
su recuerdo, debemos, como Julio César decía, seguir amando la vida con
alegría.
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