viernes, 8 de marzo de 2013

Bitacora de un Adolescente. Prologo.


Prólogo

El pequeño-gran espacio de un soñador

Por la tía dulce, Mu-Kien Adriana Sang

 

Debemos vivir con una sonrisa en la cara, riéndo­nos de las cosas que nos dan miedo y vivir la vida como si fuera el último día, el último segundo de nuestra existencia, 2008

 

Tengo una firme creencia que no debemos de vivir la vida arrepintiéndonos de lo que pudiera ser, debemos vivir la vida tratando de ser todo lo que pudiéramos ser. La vida es un camino, y como tal todo lo que se desarrolla en ella conlleva una serie de pasos y con cada paso que damos tenemos una nueva oportunidad para crecer y estar más cerca de quien queremos ser…2010

 

 

Este prólogo fue un verdadero desafío. Escribo estas palabras con el corazón henchido, oprimido y desgarrado. Las lágrimas que se vierten involuntarias sobre mi rostro me impiden ver lo que escribo.  Demasiados sentimientos se agolpan en mi corazón. Tengo dudas si en estas páginas debe primar la escritora o la tía que vio crecer a este encantador joven, que se fue demasiado pronto a gozar de la eternidad. 

 

Soy una de las tantas tías que gozaba o se molestaba con sus bromas. Me asalta el recuerdo de aquella ocasión en que un grupo de mis hermanos, cuñados y sobrinos se presentaron de manera inesperada en mi apartamento de soltera y se encontraron con un sorprendido Rafael, hoy mi esposo.  Julio César tenía entonces unos seis años, y con una sonrisa luminosa, después de ver y analizar nuestras turbaciones, me tomó de la mano y gritó: “Tía Mu-Kien tiene novio, y es un abuelito.”   

 

Otra anécdota graciosa de Julio César, y que refleja su sentido de observación y su espontaneidad, ocurrió en mi casa.  Ya casada con Rafael, la familia Mejía Sang fue a visitarnos. Se detuvo en la escalera a observar cuando mi marido y su hijo, un fornido joven adulto, también llamado Rafael, bajaban juntos la escalera, dijo: “Esto no puede ser.  Se supone que los papás son más grandes que los hijos”.

 

Después que la tía hojeó las páginas del libro, disfrutando nostálgicamente con las imágenes que acompañan sus escritos, fotos de su vida y de su entorno, apareció la escritora, que se sorprendió enormemente con la profundidad, diversidad y sensibilidad de sus escritos. ¡Qué orgullosa me sentí!  Aquel niño travieso e impertinente, se había convertido en un joven comprometido con la vida y sus grandes interrogantes. Comenzó con la aventura en el 2008:

 

¿Quién soy? Es una pregunta que todos nos hemos hecho en algún punto de nuestras vidas. Pensando y pensando, me dí cuenta que yo soy yo y un poco de todos. ¿Qué quiero decir con eso?…Yo soy yo, y soy un poco de todos… tengo variados intereses como la música, la informática, una que otra reflexión sobre la vida, y una que otra cosa…

 

Me sorprendí con alegría que mi sobrino era capaz de escuchar rock, salsa y música clásica, lo mismo con sus lecturas. Era capaz de leer libros de tecnología hasta política.  Por eso no nos puede extrañar que citara en su primer escrito a Rousseau.  

“Advierto al lector que este capítulo debe leerse con calma y tranquilidad, porque no conozco el arte de ser claro para quien no quiere ser atento.”

 

Como bien decía en la introducción de su “Pequeño Espacio Personal”, Julio fue desarrollando sus ideas.  Tocó temas diversos que iban desde el tránsito caótico de la ciudad infernal en que le tocó vivir, hasta los más profundos sentimientos humanos,  sin dejar de incluir artículos que trataban sobre otra de sus pasiones: la tecnología.  Era un gran defensor del medio ambiente, por eso, como joven inquieto y comprometido con el futuro, decidió participar en las actividades organizadas sobre la limpieza de las playas y ser líder y motor del Movimiento Scout, al que le dedicó mucho tiempo y energía.

 

El tema ecológico era casi una obsesión. En su blog había un cintillo permanente que decía: “YO PROTEJO LO VERDE, ¿Y TU?”

 

Pero Julio además de ser un preocupado por los problemas sociales, era un enamorado de la vida y sus enigmas.  El amor fue una de sus grandes preocupaciones. Parece que tuvo tiempo de amar profundamente, con el amor que un hombre puede sentir hacia una mujer.  Sus grandes interrogantes versaban sobre cómo expresar lo que se siente a la persona que amas, pero sobre todo cómo decirlo, por eso amó la poesía, y escribió hermosos poemas a Sonia, el amor de su vida. Pero un gran lector de los grandes poetas, y cuando encontraba algo que llegara a su corazón, lo citaba en su blog, como fue un fragmento de una poema de Gustavo Adolfo Bécquer. ¿Qué es poesía?, dices mientras clavasen mi pupila tu pupila azul.¿Que es poesía?, ¿Y tú me lo preguntas? Poesía... eres tú.

 

Como joven de su época y de su tiempo, supo aquilatar el valor de la mujer de hoy.  Sin proponérselo, no solo criticó al machismo, sino que fue capaz de valorar al sexo opuesto en todas sus dimensiones. Le llamaba la atención las grandes diferencias anatómicas de los sexos, y se preguntaba quién era el sexo débil. Concluye en su escrito que ninguno es superior a otro.

 

Descubrí leyendo sus trabajos que Julio César tenía grandes preocupaciones existenciales. A pesar de sus grandes preguntas sobre la vida y la muerte, sobre el sentido de la vida, concluía siempre que la alegría y el optimismo debían ser la norma para vivir mejor.  Abogaba por una existencia llena de esperanzas, pero sobre todo sin que los momentos difíciles arropasen tus días y la tristeza se apoderara de ti y no te dejara ver el horizonte:  No desperdicies el tiempo amargado por cosas que no valen la pena, no mal­gastes el tiempo estando asustado de cosas por las cuales no deberías de estar asustado.

¿Por qué? Porque si pasas el tiempo amargado o asustado ese tiempo lo pudiste haber utilizado en amar a alguna persona o, quizás, en haber reído a causa de un chiste muy malo.

 

Inquieto como era, Julio César se preocupó por el futuro. Se avergonzaba de la política y de los políticos.   Los llamó mentirosos y nada comprometidos por el beneficio común. Para él, la mayoría de las personas que asumían la dirección de la cosa pública no eran sinceras, y,  por supuesto, no estaban comprometidos con el porvenir del país. Lo interesante fue su conclusión.  Para él, la sociedad debía asumir el compromiso de transformar la política, porque, como decía, era de todos, y solo juntos podría producirse el cambio.

 

Sus reflexiones entraban y salían sobre la realidad dominicana.  Podía hablar en una ocasión de un nuevo descubrimiento tecnológico, pero siempre su pensamiento llegaba hacia su tierra natal.  Podía escribir sobre un poema o un pensamiento de Rousseau, hablando de la política como teoría, pero sin proponérselo llegaba a su amada República Dominicana.  Se enojaba con nuestra inercia.  Se enfurecía con las malas decisiones de los políticos de turno. Pero su enojo era mayor cuando pensaba en la baja inversión en educación.

 

Joven, inquieto, rebelde, alegre, preocupado por la sociedad y por la vida, Julio César no dejó de hacerse preguntas.  Creo que las interrogantes y la búsqueda de las respuestas  guiaron su corta vida.  En algunos de sus escritos aparecen temas profundos, como el perdón. ¿Perdonar o no perdonar?, esa es la pre­gunta… Así comenzó uno de sus trabajos. Concluía, muy maduramente, que las diferencias entre las personas no debían ser motivos para el rencor, pues debíamos aprender a perdonar. ¡Qué hermoso sentimiento! ¡Cuánto lamento no haber hablado con él de esos grandes temas!

 

Quizás porque amaba filosofar y porque no quería conformarse con saberse vivo, Julio César, se preguntaba sobre el sentido de la existencia misma. ¿Cómo se que existo?  Se preguntó una vez. Y, como era su hábito buscó respuesta.  El ingeniero de sistema en ciernes, filósofo por vocación, hurgó en los pensadores y llegó a grandes clásicos: Dice Descartes “pienso, luego existo”, es una afirmación irrefutable, sin embargo, ese pensar nos debe de llevar a estar concientes de nuestra propia existencia. Pero, rebelde como era, no se conformó y se siguió haciendo cuestionamientos. Si pienso, quiere decir que existo, porque estoy conciente de que estoy pensan­do y por tanto existo, ¿y si me estoy engañando? Si me estoy engañando, enton­ces por dudar mis palabras estoy pensando sobre la veracidad de las mismas y por ende existo. ¿Entonces si no pienso no existo?

¡Qué hermosa forma de llegar al pozo profundo de su alma!

 

Por supuesto si le preocupaba la existencia en su más profunda dimensión, la muerte debía estar en el catálogo de preocupaciones.  Así lo demostró en abril y octubre 2009, un año justo de su pronta, repentina y sorpresiva partida.    El primero de los trabajos que publicó en su blog fue un pequeño testamento en el que solicitaba a los suyos, con sorprendente humildad, que lo perdonaran por decepcionarlos. Era el momento cumbre de su vida. Debía tomar una decisión. Necesitaba un cambio en su vida.  Buscaba nuevos caminos.  Y mientras decidía, su mente se nubló… y el optimismo por el que abogaba se desvaneció…. Hasta que encontró luz al final del camino…. Pero era un camino corto, porque se nos fue demasiado pronto… 

 

Si estuviera muriendo mis últimas palabras serían: “Perdón por decepcionarlos…” Todo lo que soñé no forma parte de mi realidad, sino que, al parecer, permanecerá como un sueño por el resto de mi vida…

¿Es acaso una cruel broma del destino, de Dios? No, todo es mi culpa… Sin embargo, ya he caído por última vez, pero siento que no tengo las fuerzas para levantarme, me he dado por vencido…

 

Mientras seguía leyendo los escritos del sobrino-filósofo-técnico computacional, me quedé sorprendida con el artículo Racionalizando…Fue escrito justo un año antes de su muerte.  Como si presintiera que se iría a destiempo, Julio César escribió y describió 365 días antes, su propia muerte.  Leí una y otra vez este pequeño trabajo.  Pensé envuelta en lágrimas que hoy, tres meses después de su viaje a la eternidad, habrá encontrado las respuestas a las tantas preguntas que se hacía.

 

Tengo un tiempo que pienso en la muerte… No es porque creo que voy a morir, sino porque no sé que es lo que hay después de allí y eso me aterra. Supongo que es una de las grandes incógnitas del mundo…¿Por qué Dios nos dio la capacidad de estar conci­entes de que estamos vivos?... ¿Qué hay después de la muerte? A medida que escribo esto me doy cuenta de que la cura para no tenerle miedo a la muerte, no es riéndote en su cara (aunque puede ser que te ayude), sino que viviendo de una manera que cuando te toque, no tengas mucho de que ar­repentirte. Suena bien, ¿no?...

 

He reflexionado mucho mientras leía el trabajo de mi querido sobrino. Pensé en el niño travieso y hermoso que dio alegría a nuestras vidas, y en el joven inquieto y rebelde que llenó de inquietudes nuestros corazones.  Como Julio, mi querido sobrino, no tengo respuestas al misterio de la muerte.  Como él,  también he pensado en ella, y he concluido, que amando profundamente la vida, no le temo si me sorprende hoy o mañana. Porque la única certeza de vivir es saber que en algún momento vamos a morir.  No niego que cuando se nos fue de forma tan repentina, la sorpresa y el dolor nos sobrecogió a todos y cada uno de su pequeño y gran universo familiar.  Todavía sentimos su ausencia y a veces, para calmar el inconsciente rebelde, pensamos que está en un largo viaje. Todavía nos parece ver su sonrisa y su desenfadado andar.

 

Entonces reflexioné y pensé en nosotros los adultos.  A veces la irremediable cotidianidad nos hace alejarnos de los jóvenes de nuestro entorno.  Nos conformamos con tener la seguridad de que están físicamente bien, y nos olvidamos de sus sentimientos profundos, de sus dramas existenciales y de sus inquietudes. 

 

Julio César partió muy pronto. Su ausencia ha dejado una estela de dolor, de gran dolor y también de muchas enseñanzas.  A través de sus escritos, hemos conocido su alma de hombre joven que no se amilanaba ante las grandes interrogantes que se le presentaban. Hemos conocido también las inquietudes de una generación.  Pero sobre todo nos ha enseñado que todavía hay esperanza.  Para muchos de nosotros los adultos que pensamos que la juventud está perdida, Julio César nos dijo a través de sus escritos y acciones, que hay muchos jóvenes luchando, desde sus espacios, por un futuro mejor.  Para los adultos que afirman que los jóvenes de hoy reducen su existencia al manejo de la tecnología, les invito a leer los escritos de este joven, que a los 21 años era capaz de hacerse profundas preguntas y de buscar las respuestas leyendo a los clásicos. 

 

Solo quiero que sus padres y hermanos, mis queridos Suk Yien, Julio César, Eli María y Miguel Eduardo, aprendan a aceptar su ausencia, y se enorgullezcan de él. Nuestro Julio César Mejía Sang, partió al infinito dejando una gama inmensa de hermosos recuerdos, pero, sobre todo, de muchas esperanzas.  Por esta razón, para enaltecer su recuerdo, debemos seguir abogando por una sociedad mejor, más justa, más humana y equitativa, como él siempre soñó.  Nuestro querido Julio César está ahora con el Padre, y junto a El, ha encontrado las respuestas a sus múltiples y variadas preguntas. A pesar de las lágrimas que todavía no se han secado, cuando nos asalta su recuerdo, debemos, como Julio César decía, seguir amando la vida con alegría.

 

 

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