Un hombre esencialmente bueno. A Francisco Polanco
Por: Mu-Kien Adriana Sang
Tú y yo lo sabemos y lo adivina el tiempo roto
En el vacío de cada reloj que fue marcando
Los instantes de tus momentos más amados,
En ese día que dejaste perdidas entre nosotros
Tu sonrisa y esa mirada alegre de niño ilusionado.
El fruto generoso de tu siembra en vida
Y tanto amor a lo largo acumulado queda
En el corazón de los hombres buenos,
Ese lugar que tú siempre has transitado…
Elegía a un hombre bueno Carlos Gracia Escarp
Hace algunos años, después de haber enterrado a mi
padre, decidí abrazarme a la filosofía taoísta.
Era mi mecanismo personal de mantenerlo vivo en mi corazón. Leyendo a Lin Yutang, su escritor favorito,
aprendí a ver la vida de manera distinta.
Aprendí a valorar al ser humano y a la vida en su justa dimensión,
porque, como decía ese gran filósofo del siglo XX, “en esta vida hay lágrimas,
y lo que importa, después de todo, es ante todo lo que lloramos”, [1] Partiendo de estas lecturas maravillosas, creo
que no hay mejor definición para Polanco, como le llamábamos siempre, que la de
un hombre esencialmente bueno.
Conocí a Francisco Polanco hace más de 30 años, cuando
ambos prestábamos servicios a otras instituciones de educación superior. Mi hermana mayor laboraba bajo su dependencia
en la Universidad Nacional
Pedro Henríquez Ureña, y siempre me mencionaba al Sr. Polanco, su jefe.
El destino nos trajo a la Pontificia Universidad
Católica Madre y Maestra. Francisco no pudo realizar su sueño de ser Rector de
la UNPHU, entonces decidió alzar el vuelo en hacia nuevas playas. Tocó nuestras puertas y aquí fue recibido con
los brazos abiertos. Traía una estela
de realizaciones. Llegamos casi
juntos. Él fue recontratado para
desempeñar una función académica, yo, a dirigir un proyecto. La alegría de reencontrarnos fue inmediata. Al poco tiempo, fue designado para
desempeñarse como miembro del Comité de Evaluación de Propuestas del Proyecto
que tuvo la honra de dirigir, el Proyecto para el Apoyo a Iniciativas Democráticas. Nos
acercamos y fue un gran aliado en esa nueva experiencia. En el año 2002, cuando el proyecto
finalizaba, ya Francisco había sido designado como Vicerrector Académico, yo
ocupaba la Dirección del nuevo Departamento de Educación. En el 2006, fui llamada a ocupar la posición
que desempeñaba Francisco. Nos reunimos,
me entregó la posición. Le pedí consejos.
Entonces él ocupó la Dirección de Ciclo Básico hasta su muerte. Así pues, fuimos primero compañeros de
labores, después una relación de superior a subalterno y, al final de sus días,
de subalterno a superior. ¡Cuántas vueltas da la vida!
Todavía me sorprende su humildad. Francisco, maestro
a toda prueba, educador convencido de que la educación era y es la única salida
que tiene el país, ocupó a lo largo de su vida diversas posiciones: maestro de
primaria, maestro de los maestros, funcionario de alta y mediana
responsabilidad. Todas y cada una de
esas posiciones las desempeñó con gran
responsabilidad, mucha dignidad y, sobre todo, sin estridencias. Las
posiciones, los ascensos y descensos que implicaba ocupar la nueva posición, significaron un nuevo reto. Con su sencillez
lo dignificaba las nuevas tareas, pero sobre todo, lo convertían en un ser cada
vez más grande y más humano. (“El hombre
superior ama su alma, el hombre inferior ama su propiedad.”, Lin
Yutang.)
He comentado siempre que la dignidad, la humildad y
la bondad han sido siempre los signos característicos de Francisco Polanco. Así
vivió y así murió. Cuando recibí de sus labios que había sido diagnosticado con
una enfermedad terminal, me derrumbé. Me
pregunté constantemente ¿por qué la vida impone tan duras pruebas? Intenté
consolarlo como pude. Decidí acompañarlo durante largos y tortuosos días de
dolor físico. (El hombre sólo está en camino a la grandeza cuando es lo suficientemente
sincero consigo mismo como para reconocer su pequeñez, Ling Yutang)
Ya Francisco pronto tendrá un año que partió al
infinito. Imagino que está sentado al lado de Dios, en Quien confiaba y Amaba
profunda y plenamente. Todavía me parece
ver su paso lento y desgarbado por los pasillos de esta universidad. En varias
oportunidades coincidimos como jurado de los premios del hoy Ministerio de
Educación. En ese momento estaban bajo esa dependencia. Él era jurado de
didáctica y yo de historia. En una oportunidad aumentaron la dotación de los
jurados. Quería comprarse un sillón
reclinable. Me contó que utilizaría el dinero para complacer ese deseo. Tiempo después le pregunté si lo había
hecho. Me respondió que compró uno
sencillo, porque aunque el dinero le alcanzaba “¡Ese sillón era demasiado para
mí! ¡Me daría vergüenza tenerlo en mi casa!” Recuerdo que al salir de la
Vicerrectoría debía comprar un vehículo. Lo convencí de que comprara una yipeta
X-Trail porque le daría buen servicio.
Al comprarla me la mostró con orgullo. Le dije que debía comprar la
alfombra plástica que protegía el baúl y las alfombras protección para los
asientos delanteros y traseros. Me
contestó con un rotundo ¡No! Argumentaba que era demasiado dinero, aunque lo
tuviese.
Al enfermar supo llevar su enfermedad con
dignidad. Para afrontar los gastos
recurrió a la venta de una pequeña propiedad para poder pagar lo que el seguro
médico no cubría. Sin quejas, sin estridencias y sin lamentarse, buscó la
manera de ser un fardo pesado para nadie.
A veces siento que está todavía con nosotros, porque
escucho su voz y su tono cuidadoso en las tantas reuniones que participamos
juntos. Sonrío aún cuando siento que
alguien repite el final de las frases, porque me recuerda a Polanco, quien
repetía las dos últimas sílabas de las oraciones. Era su forma de concentrarse. Así descubrí que cuando no lo hacía en mis
reuniones periódicas con él, era porque estaba distraído. Quizás por su sencillez
y por sus garras demasiado amoladas, no enfrentó lo suficiente o no tomó la
decisión correcta en el momento preciso. Lo recuerdo hoy y lo recordaré
siempre, como el maestro y el hombre bueno y sencillo.
Igual que llora la vida este adiós tuyo
Sienten tu pérdida pastores y rebaños,
De luto el aroma a romero y a tomillo,
Tristes resuenan campanas y campos,
Como nos cubre de pena tu ausencia,
Vacías se ven las calles sin tu presencia,
Callado el pueblo en su doloroso llano.
Revivirán en el horizonte tu risa y tu llanto
Y los días respetarán sin falta tu memoria
Como permanece la cruz herida en el calvario,
Como quema y hiela el viento en San Macario,
Como nos duele ahora tu lugar en el camposanto.
Lo sabes bien, le iremos dando largas al olvido,
Con nosotros vas para siempre…,
Rey del ritmo de tic-tac que diste cuerda a todas las horas,
Lentas las manecillas se arrastran, ahora que nos has dejado.
Elegía a un hombre bueno Carlos Gracia Escarp http://desdebarcelona.lacoctelera.net/post/2010/07/19/elegia-un-hombre-bueno
[1] Cf. Lin Yutang,
http://blogs.clarin.com/monicaiforte/2008/06/29/una-hoja-la-tormenta-no-son-hinchas-racin/
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