lunes, 4 de marzo de 2013


ENCUENTROS

 

Mendigando


 

Por: Mu-Kien Adriana Sang

 

 

Un día el Dios del Bien y el Dios del Mal se encontraron en la cima de una montaña. Y el Dios del Bien le saludó: “Buenos días, hermano”. Pero el Dios del mal no le contestó. El Dios del Bien le dijo: “parece que estás malhumorado”. Y el Dios del Mal le contestó: “Así es, pues hace tiempo que muchos me confunden contigo en inclusive si dirigen a mí con tu nombre, e inclusive se comportan conmigo como si yo fuera tú y ello no me gusta”. Y replicó el Dios del Bien: “También a mí me han tomado por ti, e inclusive me han llamado por tu nombre”. Y al oír estas palabras, el Dios del Mal siguió su camino abominado de la estupidez humana”  Gibrán Jalil Girbrán,  El loco. Lágrimas y sonrisas.

 

Me dijeron que la bolsa negra que aferra a su pecho es ropa decente. Me dijeron que sus harapos mugrientos, su pelo enmarañado, sus pies descalzos y sucios, su boca desdentada y su mirada al vacío y que su susurro pidiendo limosna formaban parte de su montaje para levantar el sentimiento de lástima de los transeúntes, Me dijeron que cuando termina su “jornada”, cuando el sol se oculta, y los vehículos escasean, se dirige a un  solar deshabitado a vestirse de nuevo con ropa limpia y decente.  Me dijeron que compra sus billetes todos los domingos para apostar a la suerte de la lotería.  Quizás así podría abandonar su puesto de trabajo en el cruce de las dos avenidas.

 

Respondieron mi llamado.  Había solicitado varias citas para vender el producto intangiblemente necesario de programas educativos,  Me vestí con las mejores galas de funcionaria privada.  Llegué unos minutos antes de la hora fijada.  Me informó la secretaria que la persona estaba en una junta y que por favor la esperara.  Tomé la revista que estaba en la mesa. Leí unos artículos que apenas me interesaban.  De dos sorbos bebí el café que me brindaron.  Esperé y esperé. Los segundos se convirtieron en minutos, y luego en media hora, que se sumaron a otros hasta llegar a los 45 minutos de espera. Finalmente llegó la secretaria. La persona me recibió con la amabilidad que ofrece la cortesía aprendida. Hablé de mi proyecto, con todo el entusiasmo que la espera no pudo borrar.  Observé que los ojos de mi interlocutor buscaban ávidamente el reloj.  Sin disimular,  miró la hora en su hermoso y costoso reloj de pulsera. Me dijo que saldría de viaje y que lo llamara a final de mes.  Guardó la información en una gaveta. Salí triste. Esperar sin la esperanza de que mi solicitud fuera aprobada.

 

Regresé a mi oficina.  A la hora del almuerzo la vi con su mano tendida. Y entonces pensé en las grandes paradojas de la vida.  Ella mendiga para comer.  Se viste de trapos sucios para despertar la piedad.  Yo en cambio debo vestirme lo mejor posible para despertar el interés en mi interlocutor.  Ella pone su cara de tristeza y ausencia para llamar la atención, yo debo sonreír para tratar de convencer.

 

Pensé mucho en el trayecto.  Los embotellamientos cotidianos del mediodía me permitieron el espacio preciso para pensar.  Supe que el año pasado la demanda de vehículos de lujo fue mucho mayor que las expectativas y la oferta de los comerciantes. He escuchado por todas partes que inversionistas extranjeros, con el apoyo del poder local, quieren construir una isla frente al malecón para atraer a los turistas.  Leí hace unos días que el funcionario público había hablado. Habló y aseguró que el metro iba, aunque se hayan levantado voces oponiéndose o proponiendo alternativas menos costosas, aunque el kilómetro cuadrado de esa araña subterránea tenga el costo de la cartera de educación y salud en más de una década, aunque con el costo de uno de los trenes sea igual al presupuesto que necesita educación para reparar todas las escuelas del país. Me dicen que en uno de los puertos del sur del país hay yates tan grandes como los que están en Marbella, España.  El lujo y el despilfarro contrastan con la pobreza y las múltiples necesidades que hay por todas partes.

 

Y mientras se gastan cientos de millones de pesos y dólares, yo sigo tocando muchas puertas tratando de concretizar un programa que sólo tiene como propósito formar maestros.  Y mientras los jóvenes de la Lincoln convierten la avenida en pista de carrera con los vehículos de lujo que sus desprevenidos padres le otorgan como premio para que no los molesten, yo seguiré tocando puertas, haciendo antesala en empresas y agencias, tratando de vender mi proyecto. ¿Por qué la inversión en educación le interesa a tan poca gente? ¿Cómo vamos a insertarnos en la era de la globalización, en la competencia mundial con un personal descalificado? ¿Cómo vamos a tener ciudadanía, si la escuela está en manos de profesores que no tienen el nivel de preparación adecuado? ¿Cómo vamos a combatir la violencia si somos incapaces de ofrecer los servicios más elementales de la vida social?

 

Ella seguirá en su esquina, apretando como su tesoro más preciado la ropa limpia que oculta.  Ella seguirá mirando hacia el infinito, con sus ojos vidriosos buscando la mano amiga que le ofrezca una moneda.  Yo por mi parte, buscaré mis trajes sastres para aparentar seriedad y firmeza y seguiré tocando puertas, esperando las citas para continuar vendiendo mi proyecto, sonriendo aunque esté triste, siendo amable, aunque mi deseo sea el de salir corriendo.  Sólo espero poder llegar a algún corazón que se duela con la educación.  Mendigar no es un pecado, pero duele, aunque sea por causas justas.

 

 


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