viernes, 8 de marzo de 2013

Historia y libros de textos


 

LOS LIBROS DE TEXTO:  UNA OPCION Y UNA VISION EDUCATIVA.

 

Por Mu-Kien Adriana Sang[1]

 

“Como individuos y como ciudadanos tenemos perfecto derecho a verlo todo del color característico de las hormigas…muy negro. Pero en cuanto educadores no nos queda más remedio que ser optimistas…Y es que la enseñanza presupone el optimismo tal como la natación exige un medio líquido para ejercitarse. Quien no quisiera mojarse, debe abandonar la natación; quien sienta repugnancia ante el optimismo, que deje la enseñanza…Porque educar es creer en la perfectibilidad humana, en la capacidad innata de aprender y en el deseo de saber…Con verdadero pesimismo puede escribirse contra la educación, pero el optimismo es imprescindible para estudiarla…y para ejercerla. Los pesimistas pueden ser buenos domadores pero no buenos maestros…” Fernando Savater, El valor de educar.

 

“Creo que decidí ser maestra aún antes de abrir mis ojos al mundo. Pienso que aprendí a hablar jugando a la escuela con mis amigas de infancia.  Adulta ya, tomé la decisión de vivir en las aulas, porque estoy profundamente convencida de que enseñar es la más hermosa forma de aprender.” Mu-Kien Sang, Revista Rumbo.

 

Escribí esto hace varios años. Decía verdad. En efecto, comencé a jugar formalmente a la escuela, haciendo el papel de maestra hace 28 años. Iniciando el difícil tránsito de la adolescencia, acepté dirigir la escuela que las religiosas del colegio habían creado en un barrio perdido, allá en mi Santiago natal, llamado la Yagüita de Pastor. Desde entonces he estado siempre en las aulas, jugando a la escuela y aprendiendo a enseñar.  Me pregunto y me preguntan por qué sigo dedicada a la docencia, una tarea difícil y mal remunerada.  Y les confieso hoy que constituye un elixir de vida disfrutar de la inocencia, la picardía y la energía de los jóvenes. Me llena de optimismo ver sus caras de asombro ante un saber desconocido.  Me produce inmensa alegría ver cómo se hace adultos con impresionante rapidez. Pienso también que la docencia es un hechizo que no tiene antídoto alguno.  Me cuesta cada vez más, me agobio cada vez más, pero sigo sin despegarme de ese pequeño espacio cuadrado donde permanecen sentados los jóvenes, esos seres a veces indiferentes que acuden al llamado de estudiar, pero sin estar muy interesados en lo que van a aprender.

 

Comencé muy joven a impartir historia dominicana, tenía entonces 20 años. Recuerdo perfectamente el momento en que me inicié. Me aprendí de memoria el contenido de la clase de ese día y desde entonces han pasado 25 años. Largo tiempo ha pasado y todavía sigo impartiéndola. Comencé a dar la asignatura a estudiantes de secundaria. Algunos años repetí la experiencia en la universidad. Hoy, casi un cuarto de siglo después, tengo la oportunidad de evaluarme y analizar mi propia experiencia.  Y les confieso, que he aprendido con los jóvenes que estaban sentados esperando de mí, he sufrido con ellos, pero sobre todo he renacido con ellos.  Durante todo ese tiempo he hecho, deshecho y  rehecho mis reflexiones. Mi percepción y mis interpretaciones sobre el trayecto que hemos padecido como pueblo.  Pasado el tiempo he comprendido que enseñar historia, no  es ni debe ser inducir a los estudiantes a aprender de memoria una serie de fechas y hechos, para que tiempo después ni se recuerden del contenido memorizado. Hoy afirmo convencida que la enseñar la historia es una forma de buscar junto a los propios estudiantes las explicaciones necesarias para entender el presente heredado.

 

Expresé una vez en un coloquio para maestros que estaba convencida de que después de un semestre, me conformaba con el simple hecho de que los estudiantes al final del curso pudiesen conocer algunos hechos históricos, pero conocieran las causas de algunos fenómenos que se presentan a su vista como algo normal.  Saber por ejemplo por qué el Cibao es una zona tabaquera, por qué en el este existen tantos latifundios, o por qué el autoritarismo es tan patente en la política dominicana, o finalmente entender cómo y por qué la economía dominicana ha pasado de ser agro exportadora a una economía de servicios.

 

Cuando la Editorial Susaeta me solicitó hace varios años que escribiera un libro de texto de historia dominicana, acepté la propuesta, pues constituía primero un halago y luego  un reto.  Era una oportunidad única para plasmar en un libro más de dos décadas como maestra de la asignatura.  Lo primero que hice fue analizar los libros de texto y los manuales que han escrito muchos colegas.  Compré algunos elaborados por editoriales extranjeras.  Me dispuse a analizar la orientación metodológica utilizada en estos trabajos, así como el tratamiento que se le había dado a temas muy delicados, complejos o extensos.

 

Puse especial atención a los libros escritos por los colegas dominicanos. Creo que es justo y necesario reconocer la labor pionera de Roberto Cassá y Frank Moya Pons.  Al principio tuve una sensación extraña.  Estudié con ambos textos cuando estudié en la universidad.  Cassá me aportaba la interpretación y sin duda Frank Moya me servía para nutrirme de la información y la cronología.  Hoy todavía el Manual de Historia Dominicana de Frank Moya sigue siendo un valioso y muy útil fuente de consulta obligatoria. ¡Cuántas vueltas da la vida! 

 

Al extraordinario dueto compuesto por Cassá y Moya Pons se le ha sumado los aportes de Franklin Franco Pichardo y Valentina Peguero. Recientemente salió a la luz el texto de Jaime Domínguez, un libro resumen muy interesante. Esos de valiosos historiadores han sido verdaderos titanes en sus trabajos y han hecho verdaderos aportes para difundir la  historia dominicana al gran público dominicano.

 

El texto de historia dominicana que escribí para la Editora Susaeta en 1999, fue el producto de mis muchos aciertos y sobre todo de los múltiples errores cometidos en esas dos décadas de maestra.  Durante años escribí innumerables cuadros sinópticos en las pizarras, con los cuales intentaba presentar de forma resumida y comprensible el contenido de las diferentes lecciones. Confieso hoy sin rubor de que tardé décadas en comprender que lo importante no era demostrarle a los jóvenes mi erudición sobre la materia. Durante mucho tiempo atiborré a mis pobres muchachos con informaciones tan diversas que al final, hoy lo entiendo así, no recordarían nada. Me costó entender que ser maestra no es demostrar lo mucho o poco que sabes, sino enseñar a amar el conocimiento y la capacidad y  destreza de buscarlo. 

 

Al decidir sentarme a escribir el texto tomé varias premisas que reflejan mi visión no sólo de la historia, sino también una posición metodológica definida. Así lo expreso de forma directa en la introducción del libro:

 

“¿Cómo exponer de forma sencilla y fácil procesos históricos tan complejos y contradictorios? ¿Cómo reducir a algo más de 200 páginas quinientos años de historia? ¿Cómo presentar sucesos de la forma más objetiva e imparcial posible, cuando sabemos que, en las Ciencias Sociales, existe, por antonomasia, un dejo de subjetividad?”

 

En la misma introducción aparece también una reflexión sobre el contenido mismo de la asignatura y las decisiones que tuve que tomé para hacer el enfoque lo más adecuado a mi propia visión y  concepción de la historia dominicana:

 

“El texto intenta apartarse de la visión tradicional que reduce la historia a una enumeración de sucesos desarticulados entre sí y fuera de contexto.  Buscamos, por el contrario, presentar los hechos históricos como producto de procesos y consecuencias lógicas de circunstancias nacionales e internacionales.

 

Si se analiza con detalle el contenido del texto, se podrá observar que no presentamos un desarrollo de acuerdo a una cronología cerrada, ni a la duración de sus gobernadores en el poder, ni de los presidentes, caudillos o dictadores; hemos optado por una estructuración temática-cronológica, intentando enfocar las estructuras económicas, sociales y políticas de cada momento de nuestra historia...” [2]

 

Un aspecto importante del  libro fue mi particular posición sobre los actores sociales. No creo, como piensa la historiografía tradicional, que la voluntad de algunos extraordinarios  seres humanos individuales son los que hacen las grandes transformaciones de las sociedad, sin tomar en cuenta el contexto político, económico y social, tanto nacional como internacional.  Por este convencimiento hice una precisión clara desde el principio del libro:

 

“Podrá observarse también, que, gracias al profundo convencimiento de que la construcción de la historia es una obra colectiva del conjunto de seres que forman parte de la humanidad, hemos tomado la opción de presentarla como proceso global.  En esta perspectiva, los actores de la historia no juegan el papel destacado que algunas corrientes le otorgan. Esta visión no quiere, en modo alguno, minimizar el papel que en determinados momentos jugaron las grandes figuras históricas.  Se han resaltado algunas, y se ha intentado enfocarlas como los seres humanos que fueron...Pero insisto, la virtud de los cambios que se suceden en las sociedades no son ni el fruto del azar, ni de la acción de los héroes y muy escasas heroínas.  La acción social, el acontecer histórico, es un resultado de múltiples factores, donde las masas y las grandes figuras combinan sus esfuerzos para producir el hecho histórico.”

 

 

Historia Dominicana: Ayer y Hoy, no fue escrito para historiadores.  Muchos de ellos saben más que yo sobre alguno de los períodos expuestos.  Esas doscientas y tantas páginas fueron pensadas para los jóvenes que se inician en el conocimiento de su pasado histórico. Está escrito como un instrumento de trabajo para los profesores de historia dominicana.  Intenté también hacer un libro tomando en cuenta los criterios pedagógicos necesarios en la enseñanza de las ciencias sociales. Dividí el libro está integrado por nueve unidades, las cuales a su vez están agrupadas en cinco grandes partes (Historia Pre-colonial; La irrupción de España y la conquista de la isla; Fin de la hegemonía española en el Caribe; La etapa republicana y La República Dominicana en el siglo XX). Dos años después de haber salido a la luz, el libro ha recibido una gran acogida.  Me ha permitido también evaluarlo objetivamente. En general me siento satisfecha con el producto, refleja bastante bien mi percepción sobre la historia dominicana y la forma cómo debe abordarse con los estudiantes, sin embargo, tengo algunos señalamientos críticos:

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1.           Creo que es necesario mejorar algunos objetivos de las lecciones.  Adecuarlos mejor al contenido

 

2.           Las lecciones 7 y 8 son muy amplias. Pienso que cada una debe ser subdivida. Es decir, agregar nuevas lecciones más, a saber:

 

·         Lección 7:  La formación de la República. Avances y retrocesos, podría ser reestructurada de la siguiente manera:

a.       Lección 7:  La dominación haitiana, el movimiento independentista y la formación de la república.

b.      Lección 8:  El movimiento anexionista. Un largo proceso de derrotas.

c.       Lección 9. La dictadura de Lilís o la dictadura positivista dominicana.

 

·         Lección 8:  La entrada a un nuevo siglo:  crisis e intervensionismo extranjero.  Dividirla de la siguiente manera:

 

a.       Lección 10:  El control norteamericano en la vida nacional.

b.      Lección 11:  Dictadura de Trujillo y modernidad.

c.       Lección 12:  El gobierno de Bosch y la Revolución de Abril.

 

3.           Creo que la parte final del siglo XIX, debe ser ampliado. Por ejemplo todo lo relativo a la globalización debería ser tratado con una mayor profundidad. Incluir algunos elementos sobre los cambios tecnológicos que se han producido en el país en los últimos 25 años del pasado siglo XX.

 

4.           En el texto deben hacerse una mayor referencia a los anexos.  Es una forma de obligar a los estudiantes a trabajarlos. Incluir también algunos anexos con estadísticas sociales y económicas del siglo XX.

 

5.           Los ejercicios deben ampliarse también, de manera tal que los estudiantes tengan que utilizar más otras fuentes de consulta.

 

6.           Incluir algún anexo sobre  los cambios culturales que se han producido en la sociedad dominicana, así como algunas referencias a la plástica dominicana y a la arquitectura.

 

De todas maneras, me siento satisfecha con el producto y con sus resultados. He trabajado con el texto en los últimos semestres y el resultado ha  sido alentador.  En algunas oportunidades he realizado sesiones de revisión con los estudiantes, y he tomado nota de sus observaciones. En otra oportunidad tuve una reunión con el grupo de profesores de historia de la Universidad de la Tercera Edad.    Hicimos un trabajo de evaluación crítica del texto.  Cada profesor expuso sus ideas y sus sugerencias.  En general, la acogida del texto fue muy positiva.  He tenido encuentros similares con los profesores de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, mi Alma Mater y centro de trabajo.  Cada cual me ha dado su opinión sobre el libro. Algunas observaciones han sido verdaderamente atinadas.  Otras, creo que no se corresponden con las características del libro.  He tratado de ser paciente con las sugerencias y las críticas. A veces pienso que la gente no entiende que un texto debe ser simple y debe estar escrito en lenguaje sencillo.  En algunas oportunidades me he visto en la obligación de explicar una y otra vez las características de un libro de texto.  Incluso he llegado a decir que para hacer ejercicios de interpretación complejos o novedosos están los libros de investigación y de ensayo. No estoy tan segura de que se convencieran con mis explicaciones. 

 

Una de mis preocupaciones al escribir el libro fue pensar en el aprendizaje de los estudiantes.  Mi pregunta base fue:  ¿Cuáles son las ideas principales que deseo que perduren a través del tiempo?  ¿Qué  es lo más importante la información o la formación? ¿Cómo equilibrar ambas cosas?  Respondí lo mejor que pude en mi proceso de escritura.

Este libro me brindó la oportunidad de reflexionar sobre mi propia experiencia educativa. He comprendido ahora que lo importante en la historia dominicana no es la memorización de los datos, sino el conocimiento del proceso, y la contextualización de los hechos.  Es preferible que los jóvenes terminen su curso con algunas ideas claras, con el deseo de seguir profundizando y con el sentimiento de que la historia no es una asignatura más, o un obstáculo que deben superar para llegar a la meta.  Me conformaría con saber que por lo menos la mitad de mis alumnos tienen alguna idea de por qué el Cibao es una zona tabaquera y minifundista, por qué en el este se concentra la producción azucarera y ganadera. Sería feliz si al final del curso pueden por lo menos intuir que el mundo de la historia, y el mundo real no se divide en los malos y buenos, y que los actores de la historia, sobre todo los héroes, pocas heroínas no son dioses ni diablos, sino seres humanos que actúan en determinadas circunstancias históricas. Me sentiría dichosa si al final un 25% del curso tiene por lo menos una actitud crítica ante el presente; y colmaría mi felicidad, si cinco de cada cincuenta, se asume como compromisario de la construcción del futuro. Permítanme finalizar estas palabras con un hermoso pensamiento que leí en Otra taza de chocolate caliente para el alma:

 

“Dentro de cincuenta años no importará  qué clase de auto manejaste, en qué casa viviste,  cuánto tuviste en tu cuenta bancaria o qué ropa usabas.   El mundo puede llega a ser un poco mejor porque fuiste importante en la vida de un niño” 


 



[1]  Ponencia en la Feria del libro, abril del 2001.
[2] Mu-Kien Adriana Sang, Historia Dominicana:  Ayer y Hoy,  Editorial Susaeta, Santo Domingo, 1999.

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