LOS LIBROS DE TEXTO:
UNA OPCION Y UNA VISION EDUCATIVA.
Por Mu-Kien
Adriana Sang[1]
“Como individuos y como ciudadanos tenemos perfecto
derecho a verlo todo del color característico de las hormigas…muy negro. Pero
en cuanto educadores no nos queda más remedio que ser optimistas…Y es que la
enseñanza presupone el optimismo tal como la natación exige un medio líquido
para ejercitarse. Quien no quisiera mojarse, debe abandonar la natación; quien
sienta repugnancia ante el optimismo, que deje la enseñanza…Porque educar es
creer en la perfectibilidad humana, en la capacidad innata de aprender y en el
deseo de saber…Con verdadero pesimismo puede escribirse contra la educación,
pero el optimismo es imprescindible para estudiarla…y para ejercerla. Los
pesimistas pueden ser buenos domadores pero no buenos maestros…” Fernando
Savater, El valor de educar.
“Creo
que decidí ser maestra aún antes de abrir mis ojos al mundo. Pienso que aprendí
a hablar jugando a la escuela con mis amigas de infancia. Adulta ya, tomé la decisión de vivir en las
aulas, porque estoy profundamente convencida de que enseñar es la más hermosa
forma de aprender.” Mu-Kien Sang, Revista Rumbo.
Escribí esto hace varios
años. Decía verdad. En efecto, comencé a jugar formalmente a la escuela, haciendo
el papel de maestra hace 28 años. Iniciando el difícil tránsito de la
adolescencia, acepté dirigir la escuela que las religiosas del colegio habían
creado en un barrio perdido, allá en mi Santiago natal, llamado la Yagüita de
Pastor. Desde entonces he estado siempre en las aulas, jugando a la escuela y
aprendiendo a enseñar. Me pregunto y me
preguntan por qué sigo dedicada a la docencia, una tarea difícil y mal
remunerada. Y les confieso hoy que
constituye un elixir de vida disfrutar de la inocencia, la picardía y la
energía de los jóvenes. Me llena de optimismo ver sus caras de asombro ante un
saber desconocido. Me produce inmensa
alegría ver cómo se hace adultos con impresionante rapidez. Pienso también que
la docencia es un hechizo que no tiene antídoto alguno. Me cuesta cada vez más, me agobio cada vez
más, pero sigo sin despegarme de ese pequeño espacio cuadrado donde permanecen
sentados los jóvenes, esos seres a veces indiferentes que acuden al llamado de estudiar,
pero sin estar muy interesados en lo que van a aprender.
Comencé muy joven a
impartir historia dominicana, tenía entonces 20 años. Recuerdo perfectamente el
momento en que me inicié. Me aprendí de memoria el contenido de la clase de ese
día y desde entonces han pasado 25 años. Largo tiempo ha pasado y todavía sigo
impartiéndola. Comencé a dar la asignatura a estudiantes de secundaria. Algunos
años repetí la experiencia en la universidad. Hoy, casi un cuarto de siglo
después, tengo la oportunidad de evaluarme y analizar mi propia experiencia. Y les confieso, que he aprendido con los
jóvenes que estaban sentados esperando de mí, he sufrido con ellos, pero sobre
todo he renacido con ellos. Durante todo
ese tiempo he hecho, deshecho y rehecho
mis reflexiones. Mi percepción y mis interpretaciones sobre el trayecto que
hemos padecido como pueblo. Pasado el
tiempo he comprendido que enseñar historia, no
es ni debe ser inducir a los estudiantes a aprender de memoria una serie
de fechas y hechos, para que tiempo después ni se recuerden del contenido
memorizado. Hoy afirmo convencida que la enseñar la historia es una forma de
buscar junto a los propios estudiantes las explicaciones necesarias para
entender el presente heredado.
Expresé una vez en un
coloquio para maestros que estaba convencida de que después de un semestre, me
conformaba con el simple hecho de que los estudiantes al final del curso
pudiesen conocer algunos hechos históricos, pero conocieran las causas de
algunos fenómenos que se presentan a su vista como algo normal. Saber por ejemplo por qué el Cibao es una
zona tabaquera, por qué en el este existen tantos latifundios, o por qué el
autoritarismo es tan patente en la política dominicana, o finalmente entender
cómo y por qué la economía dominicana ha pasado de ser agro exportadora a una
economía de servicios.
Cuando la Editorial
Susaeta me solicitó hace varios años que escribiera un libro de texto de
historia dominicana, acepté la propuesta, pues constituía primero un halago y
luego un reto. Era una oportunidad única para plasmar en un
libro más de dos décadas como maestra de la asignatura. Lo primero que hice fue analizar los libros
de texto y los manuales que han escrito muchos colegas. Compré algunos elaborados por editoriales
extranjeras. Me dispuse a analizar la
orientación metodológica utilizada en estos trabajos, así como el tratamiento
que se le había dado a temas muy delicados, complejos o extensos.
Puse especial atención a
los libros escritos por los colegas dominicanos. Creo que es justo y necesario
reconocer la labor pionera de Roberto Cassá y Frank Moya Pons. Al principio tuve una sensación extraña. Estudié con ambos textos cuando estudié en la
universidad. Cassá me aportaba la
interpretación y sin duda Frank Moya me servía para nutrirme de la información
y la cronología. Hoy todavía el Manual
de Historia Dominicana de Frank Moya sigue siendo un valioso y muy útil fuente
de consulta obligatoria. ¡Cuántas vueltas da la vida!
Al extraordinario dueto
compuesto por Cassá y Moya Pons se le ha sumado los aportes de Franklin Franco
Pichardo y Valentina Peguero. Recientemente salió a la luz el texto de Jaime
Domínguez, un libro resumen muy interesante. Esos de valiosos historiadores han
sido verdaderos titanes en sus trabajos y han hecho verdaderos aportes para difundir
la historia dominicana al gran público
dominicano.
El texto de historia
dominicana que escribí para la Editora Susaeta en 1999, fue el producto de mis
muchos aciertos y sobre todo de los múltiples errores cometidos en esas dos
décadas de maestra. Durante años escribí
innumerables cuadros sinópticos en las pizarras, con los cuales intentaba
presentar de forma resumida y comprensible el contenido de las diferentes
lecciones. Confieso hoy sin rubor de que tardé décadas en comprender que lo
importante no era demostrarle a los jóvenes mi erudición sobre la materia.
Durante mucho tiempo atiborré a mis pobres muchachos con informaciones tan
diversas que al final, hoy lo entiendo así, no recordarían nada. Me costó
entender que ser maestra no es demostrar lo mucho o poco que sabes, sino
enseñar a amar el conocimiento y la capacidad y
destreza de buscarlo.
Al decidir sentarme a
escribir el texto tomé varias premisas que reflejan mi visión no sólo de la
historia, sino también una posición metodológica definida. Así lo expreso de
forma directa en la introducción del libro:
“¿Cómo exponer de forma
sencilla y fácil procesos históricos tan complejos y contradictorios? ¿Cómo
reducir a algo más de 200 páginas quinientos años de historia? ¿Cómo presentar
sucesos de la forma más objetiva e imparcial posible, cuando sabemos que, en
las Ciencias Sociales, existe, por antonomasia, un dejo de subjetividad?”
En la misma introducción
aparece también una reflexión sobre el contenido mismo de la asignatura y las
decisiones que tuve que tomé para hacer el enfoque lo más adecuado a mi propia
visión y concepción de la historia
dominicana:
“El texto intenta
apartarse de la visión tradicional que reduce la historia a una enumeración de
sucesos desarticulados entre sí y fuera de contexto. Buscamos, por el contrario, presentar los
hechos históricos como producto de procesos y consecuencias lógicas de
circunstancias nacionales e internacionales.
Si se analiza con detalle
el contenido del texto, se podrá observar que no presentamos un desarrollo de
acuerdo a una cronología cerrada, ni a la duración de sus gobernadores en el
poder, ni de los presidentes, caudillos o dictadores; hemos optado por una
estructuración temática-cronológica, intentando enfocar las estructuras
económicas, sociales y políticas de cada momento de nuestra historia...” [2]
Un aspecto importante
del libro fue mi particular posición
sobre los actores sociales. No creo, como piensa la historiografía tradicional,
que la voluntad de algunos extraordinarios
seres humanos individuales son los que hacen las grandes
transformaciones de las sociedad, sin tomar en cuenta el contexto político,
económico y social, tanto nacional como internacional. Por este convencimiento hice una precisión
clara desde el principio del libro:
“Podrá
observarse también, que, gracias al profundo convencimiento de que la
construcción de la historia es una obra colectiva del conjunto de seres que
forman parte de la humanidad, hemos tomado la opción de presentarla como
proceso global. En esta perspectiva, los
actores de la historia no juegan el papel destacado que algunas corrientes le
otorgan. Esta visión no quiere, en modo alguno, minimizar el papel que en
determinados momentos jugaron las grandes figuras históricas. Se han resaltado algunas, y se ha intentado
enfocarlas como los seres humanos que fueron...Pero insisto, la virtud de los
cambios que se suceden en las sociedades no son ni el fruto del azar, ni de la
acción de los héroes y muy escasas heroínas.
La acción social, el acontecer histórico, es un resultado de múltiples
factores, donde las masas y las grandes figuras combinan sus esfuerzos para
producir el hecho histórico.”
Historia Dominicana: Ayer
y Hoy, no fue escrito para historiadores.
Muchos de ellos saben más que yo sobre alguno de los períodos
expuestos. Esas doscientas y tantas
páginas fueron pensadas para los jóvenes que se inician en el conocimiento de
su pasado histórico. Está escrito como un instrumento de trabajo para los profesores
de historia dominicana. Intenté también
hacer un libro tomando en cuenta los criterios pedagógicos necesarios en la
enseñanza de las ciencias sociales. Dividí el libro está integrado por nueve
unidades, las cuales a su vez están agrupadas en cinco grandes partes (Historia
Pre-colonial; La irrupción de España y la conquista de la isla; Fin de la
hegemonía española en el Caribe; La etapa republicana y La República Dominicana
en el siglo XX). Dos años después de haber salido a la luz, el libro ha
recibido una gran acogida. Me ha
permitido también evaluarlo objetivamente. En general me siento satisfecha con
el producto, refleja bastante bien mi percepción sobre la historia dominicana y
la forma cómo debe abordarse con los estudiantes, sin embargo, tengo algunos
señalamientos críticos:
.
1.
Creo
que es necesario mejorar algunos objetivos de las lecciones. Adecuarlos mejor al contenido
2.
Las
lecciones 7 y 8 son muy amplias. Pienso que cada una debe ser subdivida. Es
decir, agregar nuevas lecciones más, a saber:
·
Lección
7: La formación de la
República. Avances y retrocesos, podría ser reestructurada de la siguiente
manera:
a.
Lección
7: La dominación haitiana, el movimiento
independentista y la formación de la república.
b.
Lección
8: El movimiento anexionista. Un largo
proceso de derrotas.
c.
Lección
9. La dictadura de Lilís o la dictadura positivista dominicana.
·
Lección
8: La entrada a un nuevo siglo: crisis e intervensionismo extranjero. Dividirla de la siguiente manera:
a.
Lección
10: El control norteamericano en la vida
nacional.
b.
Lección
11: Dictadura de Trujillo y modernidad.
c.
Lección
12: El gobierno de Bosch y la Revolución
de Abril.
3.
Creo
que la parte final del siglo XIX, debe ser ampliado. Por ejemplo todo lo
relativo a la globalización debería ser tratado con una mayor profundidad.
Incluir algunos elementos sobre los cambios tecnológicos que se han producido
en el país en los últimos 25 años del pasado siglo XX.
4.
En
el texto deben hacerse una mayor referencia a los anexos. Es una forma de obligar a los estudiantes a
trabajarlos. Incluir también algunos anexos con estadísticas sociales y
económicas del siglo XX.
5.
Los
ejercicios deben ampliarse también, de manera tal que los estudiantes tengan
que utilizar más otras fuentes de consulta.
6.
Incluir
algún anexo sobre los cambios culturales
que se han producido en la sociedad dominicana, así como algunas referencias a
la plástica dominicana y a la arquitectura.
De todas maneras, me
siento satisfecha con el producto y con sus resultados. He trabajado con el
texto en los últimos semestres y el resultado ha sido alentador. En algunas oportunidades he realizado
sesiones de revisión con los estudiantes, y he tomado nota de sus
observaciones. En otra oportunidad tuve una reunión con el grupo de profesores
de historia de la Universidad de la Tercera Edad. Hicimos un trabajo de evaluación crítica
del texto. Cada profesor expuso sus
ideas y sus sugerencias. En general, la
acogida del texto fue muy positiva. He
tenido encuentros similares con los profesores de la Pontificia Universidad
Católica Madre y Maestra, mi Alma Mater y centro de trabajo. Cada cual me ha dado su opinión sobre el
libro. Algunas observaciones han sido verdaderamente atinadas. Otras, creo que no se corresponden con las
características del libro. He tratado de
ser paciente con las sugerencias y las críticas. A veces pienso que la gente no
entiende que un texto debe ser simple y debe estar escrito en lenguaje
sencillo. En algunas oportunidades me he
visto en la obligación de explicar una y otra vez las características de un
libro de texto. Incluso he llegado a
decir que para hacer ejercicios de interpretación complejos o novedosos están
los libros de investigación y de ensayo. No estoy tan segura de que se
convencieran con mis explicaciones.
Una de mis preocupaciones
al escribir el libro fue pensar en el aprendizaje de los estudiantes. Mi pregunta base fue: ¿Cuáles son las ideas principales que deseo
que perduren a través del tiempo?
¿Qué es lo más importante la
información o la formación? ¿Cómo equilibrar ambas cosas? Respondí lo mejor que pude en mi proceso de
escritura.
Este libro me brindó la
oportunidad de reflexionar sobre mi propia experiencia educativa. He
comprendido ahora que lo importante en la historia dominicana no es la
memorización de los datos, sino el conocimiento del proceso, y la
contextualización de los hechos. Es
preferible que los jóvenes terminen su curso con algunas ideas claras, con el
deseo de seguir profundizando y con el sentimiento de que la historia no es una
asignatura más, o un obstáculo que deben superar para llegar a la meta. Me conformaría con saber que por lo menos la
mitad de mis alumnos tienen alguna idea de por qué el Cibao es una zona
tabaquera y minifundista, por qué en el este se concentra la producción
azucarera y ganadera. Sería feliz si al final del curso pueden por lo menos
intuir que el mundo de la historia, y el mundo real no se divide en los malos y
buenos, y que los actores de la historia, sobre todo los héroes, pocas heroínas
no son dioses ni diablos, sino seres humanos que actúan en determinadas
circunstancias históricas. Me sentiría dichosa si al final un 25% del curso
tiene por lo menos una actitud crítica ante el presente; y colmaría mi
felicidad, si cinco de cada cincuenta, se asume como compromisario de la
construcción del futuro. Permítanme finalizar estas palabras con un hermoso
pensamiento que leí en Otra taza de chocolate caliente para el alma:
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