viernes, 29 de marzo de 2013

Oficio de historiar, 1


OFICIO CON DIFUNTOS (1)

Por: Mu-Kien Adriana Sang

                           

Lo que realmente interesa al historiador es la interpretación del devenir tal y como se manifestó en el pasado, y como proyecto de sentido este interés termina transformándose en el movimiento mismo de la historia.  La historiografía existe porque hay una pasión por el pasado, y ella misma es una recuperación de la muerte....No hay historia sin necrofilia, esa sublime malla que se deshace tras la inclusión materna de lo silenciado, de lo encontrado, que se singulariza en el relato del historiador como un hallazgo.  Solo que ese pasado atraviesa por la lengua que lo narra y se transforma, convirtiéndose en presencia y conocimiento, en poder.  Andrés L. Mateo, El habla de los historiadores.

 

Andrés L. Mateo es para mí uno de los escritores más prolíferos e interesantes del país.  Su prosa hermosa, precisa, provocadora y poética  es su principal arma de batalla.  Cada entrega semanal en la prensa nacional, es un canto a la función crítica que debe asumir todo intelectual.  Adoro su forma de escribir.  He leído varias de sus obras, tanto ensayos y como novelas,  y aún cuando no comparta sus opiniones, me encanta la forma de plantear sus ideas.  Mi más reciente lectura fue su pequeña obra publicada por la universidad APEC, titulada "El Habla de los Historiadores", que toma el título de su discurso de ingreso como Miembro de Número de la Academia Dominicana de la Lengua.  Incluye además el discurso de recepción de Diógenes Céspedes y otros interesantes ensayos. En esta oportunidad solo me referiré a su discurso en la Academia de la Lengua.  El provocador texto es una reflexión interesante que coloca a la historia, a los historiadores y al oficio de historiar en una posición difícil.  Tan provocador es lo que dice, que al final de su lectura, uno se pregunta entonces ¿para qué sirve la historia? ¿Sirve para algo la historia, si todo es discurso?

 

Inicia el ensayo contando una anécdota de clases cuando su profesora, Camila Henríquez Ureña, trataba de explicar la diferencia del lenguaje literario y el historiográfico.  Para hacerlo, cuenta Andrés, que utilizó un pasaje de la Divina Comedia de Dante Alighieri, en el que se describía el encierro y la extinción del conde Hugolino y sus hijos en la torre de un viejo palacio.  Este acontecimiento, sigue diciendo Andrés, había sido registrado con especial minuciosidad por los historiadores, como uno de los episodios más memorables del pueblo italiano cuando forjaba afanosamente el estado nacional.  Pero, la historia objetiva se detenía en las puertas mismas del desenlace del desenlace, y solo después que Dante escribiera su historia ficticia del infierno, porque en la desesperación del encierro, mirándoles caer uno a uno, había comido de su carnes para sobrevivir él mismo un poco más de tiempo...  Esta reflexión le ofrece a oportunidad a Andrés de formularse las preguntas esenciales que le permitirían más tarde desarrollar sus argumentos: ¿Cuáles son las diferencias entre la verdad de la historia y la verdad del arte? ¿Qué distingue a estas dos prácticas sociales que tienen a la lengua como materia prima?...  ¿Qué ocurre con el habla de los historiadores, entonces, que eludiendo sus viejas relaciones con el relato, se cree que hace la historia, al mismo tiempo que la narra? ¿Por qué el habla de los historiadores ha ocupado la seguridad memoriosa del documento, la escribanía, deshaciendo, aparentemente, el vínculo que ata la historia al mito?

 

Intentando dar respuestas a las múltiples preguntas, Andrés hurga en diversos pensadores.   Señala que Aristóteles definía a la historia como un discurso sobre las acciones humanas.  Cita también a Godzich quien afirmaba que la historia se había desarrollado como disciplina a la sombra de un sistema de significados que concedían un especial valor a las explicaciones teológicas.  A partir de entonces desarrolla sus argumentos y enfrenta directamente el discurso de la historia y de los historiadores.  En sus palabras: Cuando leemos un libro de historia, la palabra se va haciendo cada vez más autónoma, el historiador hace brotar los hechos de su verbo como si fuese un demiurgo que se derivan del imperativo de veracidad que la historia proclama en su morfología.  La literatura, por ejemplo, lleva a un grado extremo esta autonomía de la palabra, porque en la literatura el sujeto narrador está completamente independizado de la figura del autor, y lo que el relato estructura como historia es siempre ficción, mundo inventado.  El historiador se embriaga con uno de los absolutismos modernos de lo real: la noción heroica de la historia como ciencia, y el autor y el narrador son una misma persona.  Además, su discurso se designa con un singular abstracto, aunque la historia es una pluralidad de prácticas concretas.  Es este espejismo lo que define el habla del historiador. .. Porque lo que realmente ocurre cuando contamos algo es que proporcionamos ideas a la realidad, la transformamos mediante conceptos, la asimilamos utilizando palabras, signos y símbolos que nos permiten inventar la historia real. La lengua es siempre modificador de la realidad. En el habla del historiador todo esto fluye desde un singular abstracto, que se ilusiona con creer que lo dicho, como territorialidad del relato, equivale a la historia misma...En este punto el habla de los historiadores está ya más distante de sus orígenes al lado del relato sagrado...

Por razones de espacio, no podré desarrollar en esta entrega mis argumentos como historiadora de oficio y de pasión y como mujer que utiliza el lenguaje para expresar lo que piensa.  Pero confieso, que no me había enterado que al tratar de entender el pasado, a través de lo que nosotros denominamos ciencia histórica, me había convertido en una investigadora forense, especialista en difuntos.  Por suerte para nosotros, los que hacemos del relato del pasado un imperativo categórico de vida, nuestro trabajo de necrofilia es con papeles y nombres, de aquellos que vivieron sus vidas y dejaron sus huellas.  Los huesos de los difuntos de nuestras historias reposan en los cementerio,  guardados en sus sarcófagos.  Pero confieso también que el trabajo de Andrés me obligó a reflexionar y a repensar muchos de nuestros propios paradigmas. Seguimos en la próxima.

 mu-kiensang@hotmail.com   
PUBLICADO EN AREITO, PERIODICO HOY EL 5 DE MAYO 2012

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