OFICIO CON DIFUNTOS (1)
Por: Mu-Kien Adriana Sang
Lo que realmente interesa al historiador es la interpretación del
devenir tal y como se manifestó en el pasado, y como proyecto de sentido este
interés termina transformándose en el movimiento mismo de la historia. La historiografía existe porque hay una
pasión por el pasado, y ella misma es una recuperación de la muerte....No hay
historia sin necrofilia, esa sublime malla que se deshace tras la inclusión
materna de lo silenciado, de lo encontrado, que se singulariza en el relato del
historiador como un hallazgo. Solo que
ese pasado atraviesa por la lengua que lo narra y se transforma, convirtiéndose
en presencia y conocimiento, en poder.
Andrés L. Mateo, El habla de los historiadores.
Andrés L. Mateo es para mí uno de
los escritores más prolíferos e interesantes del país. Su prosa hermosa, precisa, provocadora y
poética es su principal arma de batalla. Cada entrega semanal en la prensa nacional, es
un canto a la función crítica que debe asumir todo intelectual. Adoro su forma de escribir. He leído varias de sus obras, tanto ensayos y
como novelas, y aún cuando no comparta
sus opiniones, me encanta la forma de plantear sus ideas. Mi más reciente lectura fue su pequeña obra
publicada por la universidad APEC, titulada "El Habla de los Historiadores",
que toma el título de su discurso de ingreso como Miembro de Número de la
Academia Dominicana de la Lengua.
Incluye además el discurso de recepción de Diógenes Céspedes y otros
interesantes ensayos. En esta oportunidad solo me referiré a su discurso en la
Academia de la Lengua. El provocador texto
es una reflexión interesante que coloca a la historia, a los historiadores y al
oficio de historiar en una posición difícil.
Tan provocador es lo que dice, que al final de su lectura, uno se
pregunta entonces ¿para qué sirve la historia? ¿Sirve para algo la historia, si
todo es discurso?
Inicia el ensayo contando una
anécdota de clases cuando su profesora, Camila Henríquez Ureña, trataba de
explicar la diferencia del lenguaje literario y el historiográfico. Para hacerlo, cuenta Andrés, que utilizó un
pasaje de la Divina Comedia de Dante Alighieri, en el que se describía el
encierro y la extinción del conde Hugolino y sus hijos en la torre de un viejo
palacio. Este acontecimiento, sigue
diciendo Andrés, había sido registrado con especial minuciosidad por los
historiadores, como uno de los episodios más memorables del pueblo italiano cuando
forjaba afanosamente el estado nacional.
Pero, la historia objetiva se
detenía en las puertas mismas del desenlace del desenlace, y solo después que
Dante escribiera su historia ficticia del infierno, porque en la desesperación
del encierro, mirándoles caer uno a uno, había comido de su carnes para
sobrevivir él mismo un poco más de tiempo... Esta reflexión le ofrece a oportunidad a
Andrés de formularse las preguntas esenciales que le permitirían más tarde
desarrollar sus argumentos: ¿Cuáles son
las diferencias entre la verdad de la historia y la verdad del arte? ¿Qué
distingue a estas dos prácticas sociales que tienen a la lengua como materia
prima?... ¿Qué ocurre con el habla de
los historiadores, entonces, que eludiendo sus viejas relaciones con el relato,
se cree que hace la historia, al mismo tiempo que la narra? ¿Por qué el habla
de los historiadores ha ocupado la seguridad memoriosa del documento, la
escribanía, deshaciendo, aparentemente, el vínculo que ata la historia al mito?
Intentando dar respuestas a las
múltiples preguntas, Andrés hurga en diversos pensadores. Señala que Aristóteles definía a la historia
como un discurso sobre las acciones humanas.
Cita también a Godzich quien afirmaba que la historia se había
desarrollado como disciplina a la sombra de un sistema de significados que
concedían un especial valor a las explicaciones teológicas. A partir de entonces desarrolla sus
argumentos y enfrenta directamente el discurso de la historia y de los
historiadores. En sus palabras: Cuando leemos un libro de historia, la
palabra se va haciendo cada vez más autónoma, el historiador hace brotar los
hechos de su verbo como si fuese un demiurgo que se derivan del imperativo de
veracidad que la historia proclama en su morfología. La literatura, por ejemplo, lleva a un grado
extremo esta autonomía de la palabra, porque en la literatura el sujeto
narrador está completamente independizado de la figura del autor, y lo que el
relato estructura como historia es siempre ficción, mundo inventado. El historiador se embriaga con uno de los
absolutismos modernos de lo real: la noción heroica de la historia como
ciencia, y el autor y el narrador son una misma persona. Además, su discurso se designa con un
singular abstracto, aunque la historia es una pluralidad de prácticas
concretas. Es este espejismo lo que
define el habla del historiador. .. Porque lo que realmente ocurre cuando
contamos algo es que proporcionamos ideas a la realidad, la transformamos
mediante conceptos, la asimilamos utilizando palabras, signos y símbolos que
nos permiten inventar la historia real. La lengua es siempre modificador de la
realidad. En el habla del historiador todo esto fluye desde un singular
abstracto, que se ilusiona con creer que lo dicho, como territorialidad del
relato, equivale a la historia misma...En este punto el habla de los
historiadores está ya más distante de sus orígenes al lado del relato
sagrado...
Por razones de espacio, no podré
desarrollar en esta entrega mis argumentos como historiadora de oficio y de
pasión y como mujer que utiliza el lenguaje para expresar lo que piensa. Pero confieso, que no me había enterado que
al tratar de entender el pasado, a través de lo que nosotros denominamos
ciencia histórica, me había convertido en una investigadora forense,
especialista en difuntos. Por suerte
para nosotros, los que hacemos del relato del pasado un imperativo categórico
de vida, nuestro trabajo de necrofilia es con papeles y nombres, de aquellos que
vivieron sus vidas y dejaron sus huellas.
Los huesos de los difuntos de nuestras historias reposan en los
cementerio, guardados en sus sarcófagos.
Pero confieso también que el trabajo de
Andrés me obligó a reflexionar y a repensar muchos de nuestros propios
paradigmas. Seguimos en la próxima.
mu-kiensang@hotmail.com
PUBLICADO EN AREITO, PERIODICO HOY EL 5 DE MAYO 2012
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