Cartas a los más pequeños:
Por: Mu-Kien Adriana Sang Ben
Una explicación,
Con
la llegada de los niños que han arropado mi vida, me he preguntado siempre
¿Cuál será su mejor herencia? ¿Dinero? ¿Propiedades? ¿Educación?
¿Qué
otra cosa puedo ofrecer a este pedacito de gente que no sean todos mis
sentimientos y pensamientos? Rafael
Eduardo, sin saberlo, ha completado mi existencia. Cada palabra y cada gesto c
Tres hermosos antecedentes:
Hace más de
cinco años que publiqué en mi columna Encuentros, de la sección Areíto, del
Periódico Hoy, una carta a Ana Lucía Sang Ríos, la última de las sobrinas. Recuerdo que cuando salió a la luz, su madre
Katia, tenía el artículo como un talismán.
Recibí muchos comentarios. Y desde entonces nació la idea de escribir
este libro, los compromisos laborales y varias investigaciones pendientes,
aplazaron la idea. .
Tiempo
después, nació Rafael Eduardo, el nieto del amor. Su llegada al mundo produjo
en mí muchas nostalgias, dudas y alegrías.
Nacieron dos artículos más, el primero cuando tenía dos meses y el
segundo al cumplir el año. Entonces mi
deseo de escribir estas cartas se hizo una necesidad. Esperé el momento
adecuado para hacerlo. Mientras meditaba la estructura del libro, llegó un
nuevo regalo: Sebastián, convirtiendo a los nueve hermanos en tíos/tías
abuelos y abuelas. Con la nueva vida que
apenas balbucea hicimos conciencia de que estamos envejeciendo. Una razón más
para escribir estas cartas. Transcribo aquí las tres cartas/artículos que en su
momento fueron publicadas en HOY/Areíto, en mi columna Encuentros.
1. “Carta a la pequeña Ana Lucia”
“A veces Amador; tengo ganas de contarte muchas cosas.
Me las aguanto, estate tranquilo, porque bastantes rollos debo pegarte ante mi
oficio de padre como para añadir otros suplementarios disfrazados de filosofo.
Comprendo que la paciencia de los hijos también tiene un limite... De modo que
se me ha ocurrido escribirte algunas cosas que a ratos quise contarte y no supe
o no me atreví...” Fernando Savater, Ética para Amador.
“La carta que te he escrito...esta llena de buenas
intenciones. En ella te entrego mis reflexiones...sobre algunas de las
dificultades con que nos topamos en el seno de ese orden político...Imagino que
debes de estar ya bastante harto de recibir consejos inútiles sobre como se
pueden solucionar los problemas del pais y del mundo... La verdad es que no
tengo excusas. Lo que sigue es una carta...que se me ha ocurrido escribirte...”
Salvador Giner, Carta sobre la democracia.
Querida Ana Lucia:
Hace unos días cumpliste tus tres años de vida. Llegaste a nuestro hogar acompañada de tus
padres, mi hermano Peng Bian y su esposa Katia. Estabas feliz cuando el tío
Toli y yo te entregamos el regalo. Agradeciste con una inmensa sonrisa e
indicándonos con tus pequeñas manos un dificultoso numero tres, con tus
pequeños dedos índice y mayor de la mano izquierda y el pulgar de la otra mano.
Te abrace con ternura. Me sentí dichosa de saber que eres la luz de nuestras
vidas, la llave que cerro con broche de
oro el nacimiento de nuevas vidas. Eres mi mas pequeña sobrina, la No. 21. En
unos años, conoceremos la nueva generación que tu, tus primos y hermanos se encargaran
de procrear.
El día que irrumpiste en casa buscando tu regalo, había
estado sumergida en el hastío y la ira, al ver que todavía en este mundo prima
la NO RAZON, o como dijo un escritor de principios del siglo pasado, la fuerza
se ha sobrepuesto al honor y no digamos al amor.
Cuando te vi haciendo piruetas en el piso, descubriendo
el regalo, pensé en ti. Me pregunté ¿qué será de este mundo y de este país
nuestro cuando la pequeña Ana Lucia tenga 25 años y sea una joven mujer que se
enfrentara a la vida? Faltan varias décadas todavía, pero temo que los cambios
no sean tan grandes como hemos esperado y aspirado. Cuando llegues al cuarto
del siglo, yo estaré rondando los 70 años. Tal vez estaré cansada de escribir
esperanzas, y me dedique solo a transcribir realidades. ¡Que triste seria, Ana
que la realidad me obligue a no soñar! Te confieso mi querida pequeña que
luche, te juro que lo hice, por legarte a ti, a tus hermanos, primos y primas
un mundo mejor que este que recibieron.
Desde joven, mi querida niña hermosa, soñé con un mundo mas equitativo y justo;
donde primara el amor, el deseo del bien común, no este atropello cotidiano por
hacer vencer los intereses de algunos pocos, los mas poderosos. Quise un mundo de paz. No me identifique con
los melenudos de los 70 (¡una eternidad para ti!), que llamaban “hippies”
porque entendí que su resistencia se extralimito. En su afán de negación del
mundo heredado, intentaron construir uno alterno, pero plagado de vicios y no
valores (como las drogas y el sexo libre).
Eso si, me sentí identificada con su posición firme de luchar contra la
guerra de Viet Nam.
¿Sabes Ana Lucia que de nuevo el Gobierno de los Estados
Unidos esta proclamando de nuevo la guerra, esta vez, no contra el temido
comunismo, como en los de la guerra fría, sino en contra del terrorismo? Las
consecuencias para el mundo, dicen todos, será desastrosa. Existe el temor en los Estados Unidos de que
iniciar un enfrentamiento bélico de esa envergadura seria negativo para su
propia economía. El resto nos preguntamos que pasara con el precio del
petróleo. Pero además de las consecuencias económicas, pequeña Ana Lucia, esta
el lado humano (¿deshumano?) de la guerra, pues solo deja secuela de muerte y
desolación. Desde tiempos inmemorables, la humanidad solo ha buscado la fuerza como forma de
dirimir sus divergencias. Me he preguntado siempre por que, Ana. No entiendo
esta humanidad que no ha podido desarrollar el sentimiento del bien común, a
pesar de que lo ha proclamado siempre.
Pienso también en como estará nuestro país cuando
crezcas. Me inquieta saber si en ese momento nuestra democracia se habrá
consolidado. Si ¡por fin! Encontraremos una sociedad respetuosa de la
institucionalidad democrática. ¿Sabes? A tu tío Toli, a mi y algunos amigos,
defensores de la sociedad civil y también, Ana no lo olvides, del sistema de
partidos como entes necesarios de la democracia, nos han querido atacar
aludiendo que solo deseamos el fin de las estructuras partidarias, y mas aun,
gobernar sin haber obtenido el favor del voto. ¡Que equivocado están! Olvidan
que la nueva concepción de ciudadanía busca que los hombres y mujeres que la
ostentemos seamos críticos y exigentes con nuestros deberes y derechos. Creen
que nuestro reclamo es para atacar sin piedad solo por el placer de hacerlo. Se
equivocan también, solo hemos elevado nuestra voz exigiendo, pidiendo, rogando
a veces, que nos gobiernen bien.
Te escribo todo esto a sabiendas que no comprendes nada
de lo que te digo, Tu vida transcurre placidamente en tu pequeño mundo pleno de
amor. Todavía tengo fuerzas para seguir luchando. La voz no se ha quebrado para
expresar enojos. Solo espero que cuando podamos tu y yo conversar de estas
cosas, se hayan producido algunos cambios.
Verte y sentir tu inocencia, incentiva mi esperanza. Que el mundo sea distinto por ti y todos los
niños que como tu, esperan de sus adultos un compromiso con la transformación.
Que así sea. ¡Gracias por regalarme tu
sonrisa!.
2. Rafael Eduardo tiene dos
meses
¡Levántate, alma mía,
Por el eterno amor transfigurada,
Y a los confines del espacio
envía
El himno de la dicha inesperada!
Y tú, que abres conmigo
A esa ternura nueva el pecho en
gozo,
Tú que compartes cuanto sueño
abrigo,
Cuánta ilusión feliz es mi
alborozo,
Ven, y los dos a una
El cántico de amor juntos
alcemos,
Del pequeño ser ante la cuna
El alba del futuro saludemos
El alba de esa vida
Que a iluminar nuestro horizonte
alcanza,
Y a cuya luz vislumbra
estremecida
Espacios infinitos de esperanzas.
Salomé Ureña de Henríquez, En el
nacimiento de mi primogénito
Una larga noche de espera y sufrimientos precedió la llegada de Rafael
Eduardo. Dolores consecutivos anunciaban
constantemente su inminente nacimiento. En la madrugada, después de muchas
horas que se hicieron eternas, de sueños contenidos y de ansiedades reprimidas, el grito de un niño asustado anunció su feliz
entrada a nuestro pequeño - gran mundo. La extensión de nuestra familia se
materializaba.
Cuando lo vi por primera vez me pareció tan frágil y tan bello. Dormía
plácidamente ajeno al bullicio que lo rodeaba. Los orgullosos y primerizos
padres olvidaron el cansancio y lo miraban con alegría. Su madre preguntaba
constantemente si el niño estaba bien y completo. Los abuelos estábamos
silenciosos mirando con agrado y ternura
la escena. Su tía paterna caminaba por la habitación para disfrutar al
bebé y mirarlo desde todos los ángulos.
El fruto del amor yacía en su cuna, viviendo las primeras horas de su
existencia.
Cuando lo tuve en mis brazos, la emoción nubló mis sentidos. Aquel
cuerpecito caliente se aferraba a mi hombro. Su olor de recién nacido llenó de
alegría el momento. Su cabeza ladeada junto a la mía, me hizo sentir la dicha
de palpar y ser parte de esa nueva vida que se inicia. Sentí que las lágrimas corrían
por mis mejillas. Absorta y envuelta en mis sentimientos no me percaté que
movía su cabecita y que gritaba buscando alimento. Tuvieron que advertirme para
entregarle el pedacito de cielo a su madre.
Hoy Rafael Eduardo ha alcanzado los 60 días de haber venido al mundo.
Cada gesto, cada gemido, cada patada, cada movimiento, cada lágrima y cada
sonrisa suya es un motivo de regocijo para todos.
No importa cuán ocupada esté; no importa a cuántas presiones laborales
tenga que responder; no importa si no se ha hecho el artículo de este
Encuentro; no importa si en la casa se impone ir al supermercado o si hacen
falta varias reparaciones. Nada es más importante que tomar el tiempo necesario
para verlo. Nada puede sustituir la emoción y la alegría cuando lo tomo entre
mis brazos, lo coloco sobre mi pecho y siento sus pequeños brazos apoyarse
sobre mi hombro. Nada es más importante que disfrutar de ese maravilloso
momento de ternura.
Cuando le canto para dormirlo, cuando lo arrullo con el murmullo de mi
voz, pienso en él y en su futuro. ¿Cómo
será este nieto mío cuando tenga unos años? ¿Podrá pronunciar la palabra
abuela, o tendrá que recurrir a los diminutivos obligados de los niños que
aprenden a balbucear? ¿Será parlanchín y juguetón? ¿Desordenado? ¿Será travieso
mi niño? ¿Querrá compartir sus juegos con los amiguitos? ¿Será obediente? ¿Y
cuándo crezca? ¿Cómo será Rafael Eduardo?
Dios y el destino me han regalado la oportunidad de ver nacer, crecer y
acompañar una existencia. Lo amaba antes de haber nacido. Lo esperábamos con
alegría. Al llegar a nuestras vidas las
ha transformado.
Hace unos años pensaba que el éxito profesional era lo primordial en la
vida, hoy creo, que lo más importante es ser feliz. Quisiera que Rafael Eduardo
no sufra como yo lo hice, pues buscando alcanzar los objetivos que me tracé en
la vida, muchas veces, la mayoría de las veces, me olvidé de disfrutar de las
pequeñas cosas.
Creo sin embargo, que hay que dejarle hacer su propio camino.
Acompañarlo en su trayecto, sin imponerle nuestras propias vivencias ni
creencias. Solo quiero que Rafael Eduardo sea un niño feliz, que se sepa amado
y acompañado. Que sus abuelos formamos parte de su pequeño universo, y que
nuestra misión es amarlo sin condiciones.
3. Ese loco bajito tiene un
año
Estoy convencida que debemos
darnos permiso, tiempo y espacio para acariciar nuestro propio corazón. La vida
agitada del vivir cotidiano, de luchar con las adversidades nos encierran en
nuestras angustias y no somos capaces de sabernos amados ni de amar.
No
tuve la dicha de gestar una vida en mi vientre.
Estéril desde siempre, no sentí patadas, ni dolores cuando la nueva
esperanza crecía. No tuve la experiencia
de pasar noches enteras cargando un capullo que se abría con llantos al
mundo. Acepté ese designio de mi
existencia con alegría. Entonces decidí
llenar ese espacio inconcluso, labrando mi propia vida y amando sin condiciones
las extensiones de vida de mi inmenso universo familiar. Los acompañé, los
cargué, jugué con sus juguetes, caminé junto a ellos por los parques y disfruté
inmensamente cada una de sus ocurrencias.
Tiempo ha pasado y esos 20 sobrinos y sobrinas han empezado a hacer sus
caminos.
Después
mi corazón tuvo la dicha de parir dos hijos. Con Rafael y sus hijos, Arancha y Rafael, hoy
mis verdaderos hijos, he aprendido adulta la dicha de contar con una familia
propia. ¡Qué ironías tiene la vida!
Después de haber aceptado la incapacidad de procrear, procreé por el amor y la
extensión de ese amor. Sin haber sido
totalmente madre, la vida me dio el regalo de ser abuela. Y ya mi niño, Rafael
Eduardo, tiene un año.
Cuando
nació y lo vi tan pequeño y diminuto, me pregunté muchas veces si tenía el
derecho de amarlo sin condiciones, de sentirlo mío, de ser mi nieto y de yo ser
su abuela. Mientras crecía, mientras sus brazos rodeaban mi cuello, mientras
sus llantos o su risa me lastimaban o alegraban, ya no tenía ninguna duda. Rafael Eduardo es y será siempre una
extensión más de mi amor.
Estuve
presente en sus esfuerzos por gatear, cuando por fin avanzó y llegó hacia la
meta. Fui testigo de sus esfuerzos por
agitar sus pequeñas manos para imitar el
canto de la “linda manita que tengo yo”; de su risa sonora cuando aprendió a
entender el canto inventado por su tía Arancha con el lema “desorden y
tigueraje”. Estaba presente junto a los
demás cuando hizo su primer solito y nos miró orgulloso de su hazaña. Ahora camina y me toma de la mano para dar
nuestros largos paseos. Visitarlo es la mejor manera de acariciar mi corazón,
de darme el tiempo para la ternura, sintiéndome testigo de esa pequeña vida que
comienza a andar por el mundo. Pocas
cosas son tan hermosas como cargarlo y caminar por las calles, colocarlo de
frente, sentado en mi hombro, para que él, cual Cristóbal Colón en ciernes,
señale con su dedo índice derecho la ruta que debemos seguir y las cosas que
debemos ver.
Al vivir la experiencia de mi
pequeño niño, de juntarla con las vivencias de mis 20 sobrinos y sobrinas,
comprendo una vez más que no hay mejor manera de vivir ni de encontrar la
verdadera esencia del amor, que hacer un constante viaje a nuestros propios orígenes. Recordar
cuando también forjábamos la sonrisa abierta y gozosa de nuestros años de
infancia. Esa risa franca y espontánea con la que recompensábamos cualquier
caricia, cualquier gesto o atención de nuestro padre y madre; de nuestros tíos,
tías, abuelos, abuelas, hermanas y hermanos.
Creo que seríamos más felices si pudiésemos recuperar la naturalidad de
vivir y la inocencia perdida.
Cuando me siento cansada o triste, recurro al recuerdo de las sonrisas de
los niños que han rodeado mi existencia y me han llenado de alegría. De Carlos
Sujou el primogénito que siempre me preguntaba: “Tía ¿qué me trajiste?”. De Eli María porque dio tanta brega para nacer
y hoy es una mujer de primera. Ana Sofía que siempre me llama cuando tiene una
necesidad y pronto será esposa. De Lucía, Angélica y Ana Milagros el otrora
trío inseparable que el tiempo y la distancia han obligado a separarse. De los
varones que pensé que nunca crecerían porque sus necedades me enloquecían:
Víctor Miguel, Julio César y Miguel Eduardo. De los músicos y artistas que hoy
ya no quieren compartir con los adultos porque “no los entendemos” Miguel Su
Lion, Freddy y Guillermo. De los que están lejos y mantienen sus lazos
sentimentales como Jorge Luis y Su Jam,
De Su Jen, sonidista y empresario que busca atropelladamente su rumbo.
De Ada, la eterna Barbie medio china y medio caribeña. De Julia Haydée mi cariñosa
pintora poseedora de grandes talentos. Y por último de los tres pequeños
retoños que todavía llenan de vitalidad el espacio porque viven con alegría su
niñez: Suchan, Ana Lucía y Adrian.
He aprendido que a los niños hay que darles amor y acompañarlos. Dejarlos
ser. Ayudarlos a que tomen sus propias decisiones. Acompañarlos para que tomen
las riendas de sus vidas. Estar presentes para ayudarles en las caídas. Llorar
con ellos sus fracasos y alegrarnos de sus triunfos. Así quiero yo estar en la
vida del loco bajito que cumple un año.
Que acepte a esta abuela de identidad bifurcada. Que comprenda a esta
abuela a- típica que no aprendió de biberones ni pañales. Que me ame a pesar de
que no pueda disponer de todo el tiempo para cuidarlo y acompañarlo. Solo
quiero que mi niño sea feliz y pueda bendecir a sus jóvenes padres.
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