viernes, 8 de marzo de 2013

mensaje a los niños


 

 

Cartas a los más pequeños:
 

 

Por: Mu-Kien Adriana Sang Ben


 Una explicación,

Con la llegada de los niños que han arropado mi vida, me he preguntado siempre ¿Cuál será su mejor herencia? ¿Dinero? ¿Propiedades? ¿Educación?

¿Qué otra cosa puedo ofrecer a este pedacito de gente que no sean todos mis sentimientos y pensamientos?  Rafael Eduardo, sin saberlo, ha completado mi existencia.   Cada palabra y cada gesto c

 

 

Tres hermosos antecedentes:

Hace más de cinco años que publiqué en mi columna Encuentros, de la sección Areíto, del Periódico Hoy, una carta a Ana Lucía Sang Ríos, la última de las sobrinas.   Recuerdo que cuando salió a la luz, su madre Katia, tenía el artículo como un talismán.  Recibí muchos comentarios. Y desde entonces nació la idea de escribir este libro, los compromisos laborales y varias investigaciones pendientes, aplazaron la idea. .

Tiempo después, nació Rafael Eduardo, el nieto del amor. Su llegada al mundo produjo en mí muchas nostalgias, dudas y alegrías.  Nacieron dos artículos más, el primero cuando tenía dos meses y el segundo al cumplir el año.  Entonces mi deseo de escribir estas cartas se hizo una necesidad. Esperé el momento adecuado para hacerlo. Mientras meditaba la estructura del libro, llegó un nuevo regalo: Sebastián, convirtiendo a los nueve hermanos en tíos/tías abuelos  y abuelas. Con la nueva vida que apenas balbucea hicimos conciencia de que estamos envejeciendo. Una razón más para escribir estas cartas. Transcribo aquí las tres cartas/artículos que en su momento fueron publicadas en HOY/Areíto, en mi columna Encuentros.

1.  “Carta a la pequeña Ana Lucia”

 

“A veces Amador; tengo ganas de contarte muchas cosas. Me las aguanto, estate tranquilo, porque bastantes rollos debo pegarte ante mi oficio de padre como para añadir otros suplementarios disfrazados de filosofo. Comprendo que la paciencia de los hijos también tiene un limite... De modo que se me ha ocurrido escribirte algunas cosas que a ratos quise contarte y no supe o no me atreví...” Fernando Savater, Ética para Amador.

 

“La carta que te he escrito...esta llena de buenas intenciones. En ella te entrego mis reflexiones...sobre algunas de las dificultades con que nos topamos en el seno de ese orden político...Imagino que debes de estar ya bastante harto de recibir consejos inútiles sobre como se pueden solucionar los problemas del pais y del mundo... La verdad es que no tengo excusas. Lo que sigue es una carta...que se me ha ocurrido escribirte...” Salvador Giner, Carta sobre la democracia.

 

 

Querida Ana Lucia:

 

Hace unos días cumpliste tus tres años de vida.  Llegaste a nuestro hogar acompañada de tus padres, mi hermano Peng Bian y su esposa Katia. Estabas feliz cuando el tío Toli y yo te entregamos el regalo. Agradeciste con una inmensa sonrisa e indicándonos con tus pequeñas manos un dificultoso numero tres, con tus pequeños dedos índice y mayor de la mano izquierda y el pulgar de la otra mano. Te abrace con ternura. Me sentí dichosa de saber que eres la luz de nuestras vidas,  la llave que cerro con broche de oro el nacimiento de nuevas vidas. Eres mi mas pequeña sobrina, la No. 21. En unos años, conoceremos la nueva generación que tu, tus primos y hermanos se encargaran de procrear.

 

El día que irrumpiste en casa buscando tu regalo, había estado sumergida en el hastío y la ira, al ver que todavía en este mundo prima la NO RAZON, o como dijo un escritor de principios del siglo pasado, la fuerza se ha sobrepuesto al honor y no digamos al amor.

 

Cuando te vi haciendo piruetas en el piso, descubriendo el regalo, pensé en ti. Me pregunté ¿qué será de este mundo y de este país nuestro cuando la pequeña Ana Lucia tenga 25 años y sea una joven mujer que se enfrentara a la vida? Faltan varias décadas todavía, pero temo que los cambios no sean tan grandes como hemos esperado y aspirado. Cuando llegues al cuarto del siglo, yo estaré rondando los 70 años. Tal vez estaré cansada de escribir esperanzas, y me dedique solo a transcribir realidades. ¡Que triste seria, Ana que la realidad me obligue a no soñar! Te confieso mi querida pequeña que luche, te juro que lo hice, por legarte a ti, a tus hermanos, primos y primas un mundo mejor que este que recibieron.  

 

Desde joven, mi querida niña hermosa,  soñé con un mundo mas equitativo y justo; donde primara el amor, el deseo del bien común, no este atropello cotidiano por hacer vencer los intereses de algunos pocos, los mas poderosos.  Quise un mundo de paz. No me identifique con los melenudos de los 70 (¡una eternidad para ti!), que llamaban “hippies” porque entendí que su resistencia se extralimito. En su afán de negación del mundo heredado, intentaron construir uno alterno, pero plagado de vicios y no valores (como las drogas y el sexo libre).  Eso si, me sentí identificada con su posición firme de luchar contra la guerra de Viet Nam.

 

¿Sabes Ana Lucia que de nuevo el Gobierno de los Estados Unidos esta proclamando de nuevo la guerra, esta vez, no contra el temido comunismo, como en los de la guerra fría, sino en contra del terrorismo? Las consecuencias para el mundo, dicen todos, será desastrosa.  Existe el temor en los Estados Unidos de que iniciar un enfrentamiento bélico de esa envergadura seria negativo para su propia economía. El resto nos preguntamos que pasara con el precio del petróleo. Pero además de las consecuencias económicas, pequeña Ana Lucia, esta el lado humano (¿deshumano?) de la guerra, pues solo deja secuela de muerte y desolación. Desde tiempos inmemorables, la humanidad  solo ha buscado la fuerza como forma de dirimir sus divergencias. Me he preguntado siempre por que, Ana. No entiendo esta humanidad que no ha podido desarrollar el sentimiento del bien común, a pesar de que lo ha proclamado siempre.

 

Pienso también en como estará nuestro país cuando crezcas. Me inquieta saber si en ese momento nuestra democracia se habrá consolidado. Si ¡por fin! Encontraremos una sociedad respetuosa de la institucionalidad democrática. ¿Sabes? A tu tío Toli, a mi y algunos amigos, defensores de la sociedad civil y también, Ana no lo olvides, del sistema de partidos como entes necesarios de la democracia, nos han querido atacar aludiendo que solo deseamos el fin de las estructuras partidarias, y mas aun, gobernar sin haber obtenido el favor del voto. ¡Que equivocado están! Olvidan que la nueva concepción de ciudadanía busca que los hombres y mujeres que la ostentemos seamos críticos y exigentes con nuestros deberes y derechos. Creen que nuestro reclamo es para atacar sin piedad solo por el placer de hacerlo. Se equivocan también, solo hemos elevado nuestra voz exigiendo, pidiendo, rogando a veces, que nos gobiernen bien.

 

Te escribo todo esto a sabiendas que no comprendes nada de lo que te digo, Tu vida transcurre placidamente en tu pequeño mundo pleno de amor. Todavía tengo fuerzas para seguir luchando. La voz no se ha quebrado para expresar enojos. Solo espero que cuando podamos tu y yo conversar de estas cosas, se hayan producido algunos cambios.  Verte y sentir tu inocencia, incentiva mi esperanza.  Que el mundo sea distinto por ti y todos los niños que como tu, esperan de sus adultos un compromiso con la transformación. Que así sea.  ¡Gracias por regalarme tu sonrisa!.

 

2. Rafael Eduardo tiene dos meses

 

¡Levántate, alma mía,

Por el eterno amor transfigurada,

Y a los confines del espacio envía

El himno de la dicha inesperada!

 

Y tú, que abres conmigo

A esa ternura nueva el pecho en gozo,

Tú que compartes cuanto sueño abrigo,

Cuánta ilusión feliz es mi alborozo,

Ven, y los dos a una

El cántico de amor juntos alcemos,

Del pequeño ser ante la cuna

El alba del futuro saludemos

El alba de esa vida

Que a iluminar nuestro horizonte alcanza,

Y a cuya luz vislumbra estremecida

Espacios infinitos de esperanzas.

 

Salomé Ureña de Henríquez, En el nacimiento de mi primogénito

 

 

Una larga noche de espera y sufrimientos precedió la llegada de Rafael Eduardo.  Dolores consecutivos anunciaban constantemente su inminente nacimiento. En la madrugada, después de muchas horas que se hicieron eternas, de sueños contenidos  y de ansiedades reprimidas,  el grito de un niño asustado anunció su feliz entrada a nuestro pequeño - gran mundo. La extensión de nuestra familia se materializaba.

 

Cuando lo vi por primera vez me pareció tan frágil y tan bello. Dormía plácidamente ajeno al bullicio que lo rodeaba. Los orgullosos y primerizos padres olvidaron el cansancio y lo miraban con alegría. Su madre preguntaba constantemente si el niño estaba bien y completo. Los abuelos estábamos silenciosos mirando con agrado y ternura  la escena. Su tía paterna caminaba por la habitación para disfrutar al bebé y mirarlo  desde todos los ángulos. El fruto del amor yacía en su cuna, viviendo las primeras horas de su existencia.

 

Cuando lo tuve en mis brazos, la emoción nubló mis sentidos. Aquel cuerpecito caliente se aferraba a mi hombro. Su olor de recién nacido llenó de alegría el momento. Su cabeza ladeada junto a la mía, me hizo sentir la dicha de palpar y ser parte de esa nueva vida que se inicia. Sentí que las lágrimas corrían por mis mejillas. Absorta y envuelta en mis sentimientos no me percaté que movía su cabecita y que gritaba buscando alimento. Tuvieron que advertirme para entregarle el pedacito de cielo a su madre.

 

Hoy Rafael Eduardo ha alcanzado los 60 días de haber venido al mundo. Cada gesto, cada gemido, cada patada, cada movimiento, cada lágrima y cada sonrisa suya es un motivo de regocijo para todos.

 

No importa cuán ocupada esté; no importa a cuántas presiones laborales tenga que responder; no importa si no se ha hecho el artículo de este Encuentro; no importa si en la casa se impone ir al supermercado o si hacen falta varias reparaciones. Nada es más importante que tomar el tiempo necesario para verlo. Nada puede sustituir la emoción y la alegría cuando lo tomo entre mis brazos, lo coloco sobre mi pecho y siento sus pequeños brazos apoyarse sobre mi hombro. Nada es más importante que disfrutar de ese maravilloso momento de ternura.

 

Cuando le canto para dormirlo, cuando lo arrullo con el murmullo de mi voz, pienso en él y en su futuro.  ¿Cómo será este nieto mío cuando tenga unos años? ¿Podrá pronunciar la palabra abuela, o tendrá que recurrir a los diminutivos obligados de los niños que aprenden a balbucear? ¿Será parlanchín y juguetón? ¿Desordenado? ¿Será travieso mi niño? ¿Querrá compartir sus juegos con los amiguitos? ¿Será obediente? ¿Y cuándo crezca? ¿Cómo será Rafael Eduardo?

 

Dios y el destino me han regalado la oportunidad de ver nacer, crecer y acompañar una existencia. Lo amaba antes de haber nacido. Lo esperábamos con alegría. Al llegar a nuestras vidas  las ha transformado.

 

Hace unos años pensaba que el éxito profesional era lo primordial en la vida, hoy creo, que lo más importante es ser feliz. Quisiera que Rafael Eduardo no sufra como yo lo hice, pues buscando alcanzar los objetivos que me tracé en la vida, muchas veces, la mayoría de las veces, me olvidé de disfrutar de las pequeñas cosas.

 

Creo sin embargo, que hay que dejarle hacer su propio camino. Acompañarlo en su trayecto, sin imponerle nuestras propias vivencias ni creencias. Solo quiero que Rafael Eduardo sea un niño feliz, que se sepa amado y acompañado. Que sus abuelos formamos parte de su pequeño universo, y que nuestra misión es amarlo sin condiciones.

 

3. Ese loco bajito tiene un año

Estoy convencida que debemos darnos permiso, tiempo y espacio para acariciar nuestro propio corazón. La vida agitada del vivir cotidiano, de luchar con las adversidades nos encierran en nuestras angustias y no somos capaces de sabernos amados ni de amar.

No tuve la dicha de gestar una vida en mi vientre.  Estéril desde siempre, no sentí patadas, ni dolores cuando la nueva esperanza crecía.  No tuve la experiencia de pasar noches enteras cargando un capullo que se abría con llantos al mundo.  Acepté ese designio de mi existencia con alegría.  Entonces decidí llenar ese espacio inconcluso, labrando mi propia vida y amando sin condiciones las extensiones de vida de mi inmenso universo familiar. Los acompañé, los cargué, jugué con sus juguetes, caminé junto a ellos por los parques y disfruté inmensamente cada una de sus ocurrencias.  Tiempo ha pasado y esos 20 sobrinos y sobrinas han empezado a hacer sus caminos.

 

Después mi corazón tuvo la dicha de parir dos hijos.  Con Rafael y sus hijos, Arancha y Rafael, hoy mis verdaderos hijos, he aprendido adulta la dicha de contar con una familia propia.  ¡Qué ironías tiene la vida! Después de haber aceptado la incapacidad de procrear, procreé por el amor y la extensión de ese amor.  Sin haber sido totalmente madre, la vida me dio el regalo de ser abuela. Y ya mi niño, Rafael Eduardo, tiene un año.

 

Cuando nació y lo vi tan pequeño y diminuto, me pregunté muchas veces si tenía el derecho de amarlo sin condiciones, de sentirlo mío, de ser mi nieto y de yo ser su abuela. Mientras crecía, mientras sus brazos rodeaban mi cuello, mientras sus llantos o su risa me lastimaban o alegraban, ya no tenía ninguna duda.  Rafael Eduardo es y será siempre una extensión más de mi amor.

 

Estuve presente en sus esfuerzos por gatear, cuando por fin avanzó y llegó hacia la meta.  Fui testigo de sus esfuerzos por agitar sus pequeñas  manos para imitar el canto de la “linda manita que tengo yo”; de su risa sonora cuando aprendió a entender el canto inventado por su tía Arancha con el lema “desorden y tigueraje”.  Estaba presente junto a los demás cuando hizo su primer solito y nos miró orgulloso de su hazaña.  Ahora camina y me toma de la mano para dar nuestros largos paseos. Visitarlo es la mejor manera de acariciar mi corazón, de darme el tiempo para la ternura, sintiéndome testigo de esa pequeña vida que comienza a andar por el mundo.  Pocas cosas son tan hermosas como cargarlo y caminar por las calles, colocarlo de frente, sentado en mi hombro, para que él, cual Cristóbal Colón en ciernes, señale con su dedo índice derecho la ruta que debemos seguir y las cosas que debemos ver. 

 

Al vivir la experiencia de mi pequeño niño, de juntarla con las vivencias de mis 20 sobrinos y sobrinas, comprendo una vez más que no hay mejor manera de vivir ni de encontrar la verdadera esencia del amor, que hacer un constante viaje a nuestros propios orígenes. Recordar cuando también forjábamos la sonrisa abierta y gozosa de nuestros años de infancia. Esa risa franca y espontánea con la que recompensábamos cualquier caricia, cualquier gesto o atención de nuestro padre y madre; de nuestros tíos, tías, abuelos, abuelas, hermanas y hermanos.  Creo que seríamos más felices si pudiésemos recuperar la naturalidad de vivir y la inocencia perdida.

Cuando me siento cansada o triste, recurro al recuerdo de las sonrisas de los niños que han rodeado mi existencia y me han llenado de alegría. De Carlos Sujou el primogénito que siempre me preguntaba: “Tía ¿qué me trajiste?”.  De Eli María porque dio tanta brega para nacer y hoy es una mujer de primera. Ana Sofía que siempre me llama cuando tiene una necesidad y pronto será esposa. De Lucía, Angélica y Ana Milagros el otrora trío inseparable que el tiempo y la distancia han obligado a separarse. De los varones que pensé que nunca crecerían porque sus necedades me enloquecían: Víctor Miguel, Julio César y Miguel Eduardo. De los músicos y artistas que hoy ya no quieren compartir con los adultos porque “no los entendemos” Miguel Su Lion, Freddy y Guillermo. De los que están lejos y mantienen sus lazos sentimentales como Jorge Luis y Su Jam,  De Su Jen, sonidista y empresario que busca atropelladamente su rumbo. De Ada, la eterna Barbie medio china y medio caribeña. De Julia Haydée mi cariñosa pintora poseedora de grandes talentos. Y por último de los tres pequeños retoños que todavía llenan de vitalidad el espacio porque viven con alegría su niñez: Suchan, Ana Lucía y Adrian.

He aprendido que a los niños hay que darles amor y acompañarlos. Dejarlos ser. Ayudarlos a que tomen sus propias decisiones. Acompañarlos para que tomen las riendas de sus vidas. Estar presentes para ayudarles en las caídas. Llorar con ellos sus fracasos y alegrarnos de sus triunfos. Así quiero yo estar en la vida del loco bajito que cumple un año.  Que acepte a esta abuela de identidad bifurcada. Que comprenda a esta abuela a- típica que no aprendió de biberones ni pañales. Que me ame a pesar de que no pueda disponer de todo el tiempo para cuidarlo y acompañarlo. Solo quiero que mi niño sea feliz y pueda bendecir a sus jóvenes padres.  

 

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