Elección sin dudas. La ética como única acción.
Por: Mu-Kien
Adriana Sang
1. Un poco de historia para no olvidar
“...Usted ha contemplado con el interés del
amigo el estado ded mi alma y la ha visto enferma; ha examinado mi corazón, y
ha descubierto en él una herida profunda que jamás podrá y se ha conmovido; ha
querido proporcionar un alivio a los sufrimientos de mi espíritu y sin
quererlo, ha levantado un extremo de la lápida que cubría todas mis
ilusiones...” Ulises Francisco Espaillat.
Estas palabras
fueron escritas por Ulises Francisco Espaillat en 1876 a su amigo Gregorio
Luperón, una vez volvió a Santiago, su ciudad natal, cuando se vio en la
necesidad de renunciar al poder, producto de los múltiples movimientos armados
y de protestas. El hombre inteligente,
que tenía propuestas para todos los males del país, regresó frustrado, herido y
profundamente triste a su casa. Guardó en el más lejano rincón de su vivienda y
su memoria sus cientos de fórmulas salvadoras de la calamitosa situación
económica, social y política que vivía su República Dominicana de entonces.
Este hombre
singular vivió su vida entera intentando contribuir al desarrollo de su país
como intelectual y como político primero. Espaillat fue un activo militante en
las filas liberales. Por eso no dudó en participar de forma activa en los
aprestos de su grupo de crear un nuevo marco jurídico nacional. Una nueva
Constitución, para que fuese más acorde con la necesidad de transformar la
realidad nacional. En agosto de 1857 fue
designado miembro de la comisión redactora del decreto de convocatoria de la
Constituyente y para diciembre de ese año fue electo diputado por Santiago en
el Congreso Constituyente de Moca. El
resultado de este proceso, ya lo sabemos, fue la creación de la Ley Fundamental
dominicana más avanzada y liberal del siglo XIX. Los conservadores lucharon ardientemente por
sustituirla, y por eso, Espaillat, alineado con sus partidarios fue firme en su
defensa de la validez de esa Constitución liberal, asumiendo la dirección de la
Junta Constitucional creada en Santiago con el firme propósito de defender la
llamada Constitución de Moca. El
movimiento fracasó, los adversarios eran más poderosos. La pieza fue sustituida por un documento
esencialmente conservador y radicalmente diferente.
Las incorrectas decisiones del Gobierno de Anexión, provocaron el
descrédito de sus dirigentes La caída del Gobierno Español estaba anunciada. El
movimiento restaurador que se inició formalmente en agosto de 1963, abrió de
nuevo las puertas para que Espaillat se reiniciara activamente en sus afanes
políticos. Participó como revolucionario destacado de la guerra restauradora,
siendo uno de los firmantes del Acta de la Restauración en septiembre de 1863 y
ocupando puestos relevantes en el Gobierno Revolucionario, como la
Vicepresidencia. Triunfó la revolución, no así los liberales y el proyecto
liberal. Buenaventura Báez aprovechó la
confusión para capitalizar el escenario político. Ulises Francisco Espaillat enfrentó al líder
rojo con todos sus bríos. Combatió los proyectos anexionistas de los
conservadores. Fue uno de los principales opositores del proyecto anexionista a
los Estados Unidos de Báez. En 1876, aceptó, luego de rechazarla una y otra
vez, la nominación presidencial. Ganó arrolladoramente. Prestó juramento el 29 de abril del 1876. En
sus pocos meses de gestión abogó por el respeto a la Ley, única garantía,
decía, de que la ciudadanía sintiera las verdaderas garantías de la convivencia
mutua. Pero la algarabía duró poco. El
pensamiento y la acción de Espaillat estaban muy adelantados para una sociedad
dominicana con una cultura política tan atrasada. El 15 de julio de 1876, a menos de tres meses
de haber asumido la Presidencia de la República tuvo que declarar el estado de
sitio en varias provincias, entre ellas, su natal y amado Santiago. En octubre de 1876, después de fuertes
enfrentamientos armados, y en procura de que no corriera más sangre, Espaillat
decidió renunciar y asilarse en el Consulado de Francia. Con su renuncia de Espaillat,
las rapiñas de la política criolla se encargaron del resto. Ignacio María González, Cesáreo Guillermo y
Buenaventura Báez se dieron cita para subir, bajar, enfrentarse, derrocarse y
atacarse mutuamente. Como antes, y como
siempre, los ascensos y derrotas, los juegos de culpas y disculpas estuvieron,
una vez más, a la orden del día en la política dominicana.
Las huellas de
esta terrible experiencia fueron tan grandes y profundas, que no pudo volver a
ser el de antes. Decidió apartarse para siempre de la política. Se sumergió en
el olvido de su ciudad natal. Las grandes propuestas para solucionar todos y
cada uno de los males de la sociedad se convirtieron en pesadillas y lamentos
que golpeaban sistemática y duramente su adolorida alma. Murió en 1878 de
difteria. La muerte de Espaillat dejó profundas huellas en la intelectualidad
liberal de la época. Había fracasado una esperanza.
2.
Entonces ¿Para qué sirven los intelectuales?
Después de reencontrarme con el
ejemplo de Espaillat y de analizar la realidad actual, me surgen tantas y
tantas preguntas ¿Cuál es el deber del intelectual? ¿Justificar? ¿Criticar?¿Reconocer las
verdades por encima de las preferencias personales? ¿Servilismo con el poder? ¿Distancia?”.
Busqué caminos y
reflexiones de otros:
Vargas
Llosa por ejemplo señala lo siguiente:
“Sí me parece
una fórmula absolutamente exacta. Albert Camus decía una frase que ahora
comparto absolutamente: cuando un problema pasa del plano político al plano
moral es cuando realmente el problema puede empezar a resolverse. Yo creo que
es absolutamente exacto. Los problemas
políticos me interesan en cuanto plantean problemas de tipo ético...” Mario Vargas LLosa
“ Un escritor puede ser siempre intelectualmente íntegro, y no
recurrir en el estereotipo, en el cliché o en la pura mentira retórica para
conseguir el aplauso de un auditorio...” Mario Vargas Llosa.
Humberto Eco, por su parte plantea que:
“Sócrates desempeña su papel
criticando a la ciudad en la que vive y, después, acepta ser condenado a muerte
para enseñar a la gente a respetar las leyes.
El intelectual en el que pienso tiene también ese deber: no debe hablar
contra los enemigos de su grupo, sino contra su grupo. Debe ser la conciencia crítica de su grupo.
Romper las convenciones... No creo que todos los intelectuales deseen llegar
hasta ese punto, pero deben aceptar la idea de que el grupo, al que han
decidido pertenecer, no les ame demasiado. Si les ama demasiado y les da
palmaditas en la espalda, entonces es que son peores que los intelectuales
orgánicos: son intelectuales del
régimen...” Humberto Eco, ¿Deben los
intelectuales meterse en política?
Pero fue Norberto Bobbio el que
me ofreció mayores caminos. Desde que leí por primera vez a Norberto Bobbio,
quedé marcada por su sabiduría, su formación profunda y su pluma inclemente, me
envolvieron y me convirtieron en una seguidora suya. Hace un tiempo leí una entrevista que le
hicieron. Me sorprendió la lucidez que mostró, a pesar de sus muy entrados
noventa y tantos años que tenía en ese momento.
No sé si vive o no, pero lo cierto es que Norberto Bobbio es y seguirá
siendo un baluarte de la intelectualidad
universal.
“La duda y la elección.
Intelectualidad y poder en la sociedad contemporánea”, una de sus últimas
obras, fue escrita en 1993 en italiano, su idioma materno, y cinco años después
fue traducida al español. Me llamó
poderosamente la atención uno de sus capítulos: “Intelectuales y Poder”, en el
cual plantea que el tema de la intelectualidad, más que sociológico o político,
es ético. En sus palabras “Es un
discurso no sobre lo que los intelectuales son y hacen, sino sobre lo que
deberían ser y hacer...” Bobbio
establece una gran diferencia entre las personas que tienen una función técnica
y las que pueden ser consideradas de intelectuales. A las primeras, afirma, proporcionan
“medios”, mientras que las otras proporcionan “principios”. Los primeros, afirma, son científicos,
manipuladores de datos; los segundos son “sobre todo, humanistas, manipuladores
de ideas”. Los primeros ofrecen la
información, los segundos, advierten sobre las consecuencias. Bobbio asume el principio weberiano de la
ética de la responsabilidad.
Bobbio asume como suya, la
clasificación que hizo Coser en su libro “Men of Ideas” de 1965. En esta obra, Coser agrupa en 4 las posibles
relaciones de los intelectuales y el poder político, a saber:
1.
Los intelectuales mismos están en el poder. Ejemplifica con hechos históricos como fue el
caso de los Bolcheviques y los Jacobinos.
2.
Los intelectuales ejercen su influencia sobre el poder
manteniéndose fuera, mediante la elaboración de propuestas que podrían o no
aceptarse, o como decía Gramsci, “son los nuevos mandarines”.
3.
Los intelectuales asumen la función de legitimar el
poder constituido. Este fue el caso de
la intelectualidad trujillista, que puso su saber al servicio del dictador.
4.
Los intelectuales asumen una posición de crítica
permanente al poder, pues por vocación, son los antagonistas del poder.
Bobbio agrega una quinta
tipología, los que se sienten dioses, y no tienen nada que ver con el
poder. Su sabiduría está por encima del
bien y del mal, y tienen su labor creativa de espaldas a la sociedad. En sus propias palabras:
“Los
hombres de cultura no deben tener pretensión de compartir con los políticos. Las últimas cuestiones que he sacado a la luz
son cuestiones que sólo pueden tener una respuesta política. El deber del hombre de cultura, que no quiera
permanecer indiferente al drama de su tiempo, es el de hacer que las
contradicciones estallen, el de desvelar las paradojas que nos ponen ante
problemas aparentemente sin solución, el de indicar los caminos sin
salida. El campo en el que se ejerce
la acción política es la lucha, en última instancia siempre violenta y
cruenta. Nuestro método es el diálogo...
La antítesis entre violencia y diálogo corresponde al enfrenamiento histórico
entre dos voluntades, la voluntad del poder y la buena voluntad. Si miramos la
historia pasada no podemos dudar de que ha estado dominado por la voluntad del
poder. Debemos, sin embargo, mirar con confianza la historia futura, ahora que
tenemos la certeza –lo digo con fuerza: la certeza-, de que continuar en el
camino hasta ahora seguido significa llegar a la catástrofe universal.”
Norberto Bobbio, La duda y la elección.
Parafraseando
una expresión célebre, el poder tiene sus razones, que la Razón (con r
mayúscula) rechaza. De este disenso
podría citar mil testimonios. Baste, sin
embargo, con este párrafo de Plutarco sobre la vida de Pericles: “a mi juicio, la vida de un filósofo dedicado
a la especulación y la de un político, no son lo mismo. El filósofo dirige su
mente hacia fines nobles... el político debe poner la propia virtud en contacto
con las bajas exigencias del hombre común.”...El problema no es nuevo...”
Norberto Bobbio, La duda y la elección.
Lo cierto es que el debate del
papel de los intelectuales viene desde los griegos. Sócrates afirmaba que el poder debía ser
utilizado para el bien común (Timos). Platón, desde lo más profundo de sus
convicciones, fue crítico de la democracia y la tiranía, y abogó por un
gobierno de sabios. La estructura del
Estado Occidental, dividido en poderes,
fue producto de las brillantes
mentes de Locke y Rousseau. La historia está plagada de ejemplos. Intelectuales que se han unido a movimientos
revolucionarios para impulsarlos y darles coherencia, como fue el caso de
Sieyes, quien después fue puesto aun lado y enviado al cruel olvido. O Arthur Koestler, que por ser crítico con el
poder establecido, el mismo que él ayudó a levantar, fue enviado a la
cárcel.
Escribo estas palabras sin saber
exactamente dónde me llevarán. He defendido otras veces que la vida ofrece
muchas alternativas para que la gente haga productivos sus días. Unos nacieron con la habilidad de trabajar
con las manos, otros con las palabras y la mente, a este grupo se le llaman
intelectuales. En mi caso particular
elegí el camino de las palabras. Utilizo
la palabra hablada para conversar con mis alumnos en las aulas universitarias y
trabajar con ellos en el redescubrimiento de su propia historia.
Lo que cuestiono y cuestionaré
siempre es, y aquí asumo la posición de Weber sobre los conceptos de ética de
la convicción y ética de la responsabilidad, si es correcto poner nuestros
conocimientos al servicio del poder de forma servil. La primera, la ética de la convicción,
indica, establece que el comportamiento público de un individuo, y ya no sólo
el privado, debe adecuarse a las convicciones morales que mantiene; mientras
que la ética de la responsabilidad establece que el comportamiento debe
ponderar esas consecuencias antes de ser emprendido. Ambos conceptos no se rechazan, sino que se
complementan.
Libertad y responsabilidad son,
necesariamente, dos caras de una misma moneda.
Asumir la ética de la responsabilidad, es ser capaz de responder
libremente a algo ante alguien y querer hacerlo, porque la libertad y la
responsabilidad son dos condiciones inseparables..
Al escribir todo esto me asaltan
de nuevo muchas interrogantes. Me pregunto cómo es posible que hombres de
ciencia hayan podido crear la atrocidad de la guerra atómica. O que otros seres
llamados también científicos hayan podido diseñar las armas químicas. Es decir,
creamos para auto destruirnos. Investigamos para matar y dominar. Me cuestiono constantemente, cómo la
humanidad ha permitido, hemos permitido, que habiendo tantos conocimientos y
siendo nuestro mundo tan rico no hayamos sido capaces de resolver el problema
del hambre.
He visto también
mentes brillantes que se han puesto al servicio del dinero. Pienso en el grupo de abogados que defiende
al principal responsable del grupo empresarial defalcó el país. Ellos, hoy defensores, fueron los mismos que hace
unos años afirmaron y reafirmaron que este grupo estaba constituido por verdaderos
malhechores. ¡Cuántas cosas hace el poder del dinero!
Unas reflexiones finales. Me
valdré de Azorín, el intelectual español nacido en las postrimerías del siglo
XIX (1873 –1967). José Martínez Ruiz, mejor conocido por su seudónimo Azorín,
fue uno de esos hombres de pensamiento
que marcó su época. Su sagacidad y verbo explícitamente crítico lo hizo
constituirse en un referente obligado, tanto de sus partidarios como de sus
adversarios de su España natal. Fue
también el creador del movimiento literario conocido como la “Generación del
98” que permitió la renovación de la literatura española de su tiempo. El
Político, su obra mas conocida, fue escrito en 1908, es uno de sus grandes
legados. Un pequeño libro lleno de verdades y reflexiones, escrito en un estilo
“breve, preciso y claro”, como él mismo lo definió. La pequeña obra termina con
un “Epílogo Futurista”, que resume la conversación entre un alumno y su
maestro. El maestro le dijo a su discípulo que hablar de la historia y los
grandes problemas de la humanidad es mucho más fácil que hablar del honor. “Le
he explicado a usted, decía el Maestro, lo que eran las ciudades, los pobres,
las fábricas, el jornal, las monedas, la cárcel y los fusiles, pero no puedo
explicarle a usted lo que era el honor”.
El alumno escuchó con atención y luego dijo: “Tal vez ésta era la cosa
que más locuras y disparates hacía cometer a los hombres”. Es posible respondió el maestro.
Las verdades de El político de
Azorín, tienen vigencia, casi 100 años después de haber salido a la luz. Como
antes, la fuerza, y no la razón ni el amor a la humanidad, es lo que se ha impuesto al mundo. El Honor continúa siendo un espejismo, pero
más que todo una mentira.
Y vuelvo de
nuevo con Espaillat para concluir. Es posible que hoy, después que el marxismo entró en crisis conceptual
y práctica, una vez finalizada la guerra fría, iniciada la globalización, la
nueva guerra santa contra el terrorismo mundial, no tengan mucho sentido sus
postulados de Espaillat. Es también casi
una certeza que sus propuestas políticas, nacidas al calor de las luchas
políticas del momento y producto de una República Dominicana de hace casi dos
siglos, carezcan de validez en una actualidad convulsionada y en una realidad
sometida al rigor y las exigencias de un mundo altamente tecnificado. La vida evoluciona, el pensamiento también.
Sin embargo, el Espaillat ético, propositivo y crítico de su herencia es
intemporal. Y ahí, afirmo convencida, es
que está la clave del papel intelectual: ser un referente crítico-ético de la
sociedad. Y es justamente en
este ejemplo de virtud humana y política donde radica la riqueza del ejemplo de
Espaillat. Desapareció hace más de un siglo, pero aún sigue vivo hoy,
como seguirá viviendo por siempre. La
defensa de la ética, de la institucionalidad democrática, el progreso económico
y social y la justicia y la paz son y seguirán siendo valores y principios,
hitos e ideales imperecederos. La esperanza es un ejercicio cotidiano que nace
a partir de sus opciones complementarias: la opción crítica con el presente y
la soñadora del futuro. Realismo soñador
es la clave para seguir adelante. ¡A
soñar sin deslumbrarnos! ¡A mantener la esperanza sin dejar de ser críticos! ¡A
decir lo que pensamos, sin dejar ser respetuoso con el poder, ni ser serviles
con él!
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