UNA OBRA CONSTRUIDA CON AMOR.
Por: Mu-Kien Adriana Sang
En el crepúsculo de la memoria volveremos a reunirnos, volveremos a hablar juntos, y cantaréis para mí un canto más profundo: y si vuestras manos vuelven a encontrarse en otro sueño, construiremos otra torre en el cielo."
Trabajar
con amor es construir una casa con cariño, como si vuestro ser amado fuera a
habitar en esa casa." Kkalil Gibran
La Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra celebra este año sus bodas de oro. 50 años de existencia y plenitud. Como dijo el poeta hindú, el amor es el motor de las grandes obras y de las transformaciones más importantes y profundas. He estado vinculada a la PUCMM por casi treinta años. Primero como estudiante de la carrera de educación, al inicio de los 70, en mi Santiago natal. Entonces la universidad era un puñado de estudiantes que se conocían y vivían sus propios sueños y sentían como suyos los de una institución joven que se forjaba a pasos agigantados en el firmamento universitario dominicano. Finalicé la carrera y alcé vuelo. Llené mis maletas de esperanzas y sueños. Al regresar, después de recorrer otras tierras y otros lares, regresé a mi alma mater a ofrecer mis servicios. Desde aquel día, en que comencé como profesora por asignatura, han pasado ya más de dos décadas.
Y, hoy, habiendo vivido
más de la mitad de mi vida, puedo
evaluar esta institución que vive su edad de oro. Ya no es el gran terreno apenas poblado de
los 70. La PUCMM cuenta, y es lo más sorprendente, con un campus principal
desarrollado, pero que ha sabido preservar su belleza natural. La expansión física y académica se ha combinado
con la exuberancia natural de los inicios.
Todavía disfruto ver cómo los árboles centenarios albergan con su sombra a los estudiantes que
se detienen a pensar, a estudiar, o simplemente
a conversar. La primavera llega
cada año y las amapolas florecen y adornan mejor el campus.
Su expansión llegó a la
capital hace más de tres décadas. Desde su
sede urbana, hermosamente citadina, que se ha expandido en el corazón de la ciudad,
selló con broche de oro su expansión. En
sus dos campus ha acogido a miles de jóvenes
para formarlos y a cientos de profesores, a quienes ha confiado la formación de
sus estudiantes. Más aún, ha logrado también acoger a un grupo de
intelectuales de gran proyección nacional, para desde aquí hacer vida
académica.
¿Es la PUCMM
una entidad que aporta profesionales al país? Si, claro.
Los egresados de sus aulas sobrepasamos los 60 mil. De sus entrañas han nacido médicos,
ingenieros, licenciados que se han
destacado no sólo en el país, sino en el mundo. Ellos son y serán siempre su mejor carta de
presentación.
¿Pero es solo docencia? ¡No! Durante sus 50 años de vida ha acompañado, ha
contribuido al fortalecimiento de la democracia dominicana, sirviendo de espacio de libre discusión de
las ideas más disímiles y contradictorias.
Monseñor Agripino Núñez Collado, ha sido el artífice de muchos procesos
vitales para la democracia y la institucionalidad del país.
¿Cuál ha sido el mejor aporte de la PUCMM al
país? No se puede hablar en singular, sino en plural. Con orgullo presenta al
mundo sus egresados, sus publicaciones con las cuales asegura su legado a las nuevas generaciones; y sus múltiples
actividades científicas y culturales que han servido de ejemplo de que sus
principios, verdad y ciencia, no es solo una declaración, sino una realidad.
La vida de una
institución, a diferencia de las personas, se hace más rica y plena con el paso
de los años. La experiencia acumulada permite
que las generaciones futuras puedan transitar por caminos más firmes. Lo importante es que los que asuman en el
futuro las riendas de la institución sean capaces, sin perder los principios
fundamentales que la construyeron,
adecuarla a las demandas de los nuevos tiempos.
Una nota jocosa para finalizar. He sido maestra por más de 30 años. Y he estado en las aulas de esta institución por más de 25 años. He visto a muchos adolescentes convertirse en profesionales, padres de familias, y hasta colegas. Un día en la noche, cuando salía de clases, me encontré con un brillante abogado que había venido de hacer su maestría fuera del país. Nos abrazamos. En un momento de la conversación me dijo: “Profe, pero usted tiene el mismo maletín que cuando me daba clases!” Tenía razón, el dichoso maletín tenía conmigo más de 10 años. Decidí sustituirlo, aunque estaba en muy buenas condiciones.
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