¡YO SOY
MINERVA!
(Confesiones más allá de la vida
y la muerte)
Monólogo
Por
Mu-Kien Adriana Sang
DEDICATORIA
A Dedé Mirabal
digna, valiente, alegre y eterna
mariposa
A Minou Tavárez Mirabal,
y en ella a toda la descendencia de las muchachas,
por haber llevado con dignidad y responsabilidad
el pesado fardo de su herencia
A mi sobrina-ahijada, Lucía Isabel
Y en ella a todas las mujeres jóvenes,
Para que busquen en sus vidas un ideal inspirador
A todas las mujeres
que han luchado con sinceridad y sacrificio
por la libertad
AGRADECIMIENTOS
A Rafael Toribio, mi esposo,
por su paciencia eterna
A Rafael Ovalles,
por su sueño loco de confiar en mí para hacer este monólogo.
A Edilí,
Por tomar con tanta pasión este ensayo
A la familia Mirabal
por su confianza en este trabajo
INDICE
DE CONTENIDO
1.
Este monólogo tiene una
historia
2.
Monólogo: ¡Yo soy Minerva!
(Confesiones más allá de la vida y la muerte)
3.
Anexos:
3.1.
Cronología de la vida de
Minerva Mirabal
3.2.
Breves cronologías de Patria y
María Teresa Mirabal
3.3.
Algunas de las poesías
favoritas de Minerva Mirabal.
3.4.
Homenajes póstumos: una
selección muy personal
4.
Fuentes:
4.1.
Consulta bibliográfica y
documentos
4.2.
Entrevistas
4.3.
Otras fuentes
TERCERA PARTE
Todo esto tiene una historia
El inicio de la experiencia
Estoy
consciente de que este trabajo es una de las más grandes osadías que he
cometido. Nunca antes había incursionado
en teatro, ni había escrito un monólogo. Tuve muchas dudas, temores y
aprehensiones, lo confieso hoy sin rubor. Pero lo hice y me siento feliz de haber vivido la
experiencia.
La historia de
cómo llegué hasta aquí es breve y simple.
Una tarde, el buen amigo Rafael Ovalles, me llamó y me dijo que él y
Edilí, reconocida actriz y cantante, pero además su esposa, tenían interés de
conversar conmigo. Así lo hicimos. Nos
dimos cita en una cafetería popular de la ciudad. Conocí ese día a Edilí, y me
sorprendió su extrema sencillez. Llegó vestida con ropa muy casual, sin aires
de diva ni artista. Nos saludamos, conversamos mucho y después de interactuar
por un largo rato, me comunicaron su interés.
Deseaban que escribiera un monólogo sobre Minerva Mirabal, pues,
decía Ovalles, combinaba el hecho de ser
historiadora por un lado, y amante de la poesía por otro. Respondí con
sorpresa. Durante la conversación me atormentaba la pregunta, ¿Por qué me
habían buscado? No dije nada. Edilí y Ovalles esperaron por mi respuesta. Les respondí que no tenía experiencia de
teatro, que era un terreno no sólo nuevo,
sino también desconocido. Les
dije que en esos momentos de mi vida estaba muy ocupada, pues era el final del
Proyecto para el Apoyo a Iniciativas Democráticas (PID-PUCMM-USAID), y que
desde mi posición de Directora Ejecutiva tenía muchas responsabilidades y
estaba inmersa en múltiples actividades. Les conté también que la segunda parte
de la Investigación sobre política exterior [1]
estaba en fase final, y que por lo tanto, debía dedicar tiempo a la revisión de
los borradores. Por todas esas razones, expliqué, no podía hacer nada hasta
finales de abril del 2002. Aceptaron.
Acordamos incluso que no pondríamos fecha, pues lo importante era que se
hiciera bien. Salí feliz y preocupada de la reunión.
En los
primeros meses del año 2002, en los escasos momentos que el PID y mis otras
ocupaciones me dejaban algún tiempo libre, hice un plan de trabajo. Me dispuse
a hacer una investigación bibliográfica, para conocer qué y quiénes habían escrito sobre las
hermanas Mirabal, y especialmente acerca de Minerva. Después hicimos una lista de personas que
debía entrevistar. Dos nombres
encabezaban mi lista: Doña Dedé Mirabal y Minou Tavárez Mirabal.
Las entrevistas
“La sonrisa florece en los labios y las lágrimas
en los ojos; pero ambas se elaboran en el corazón.
A veces la ocasión propicia del éxito sólo dura un
instante; por desaprovecharla perdemos meses y años”.
Pensamientos de Minerva Mirabal[2]
Con Dedé
En enero del
2002, la familia Ovalles (Edilí, Rafael
y sus hijos), mi sobrina Angélica Mota y yo
nos trasladamos a Ojo de Agua. Allí nos recibió doña Dedé con su
contagiosa energía y su amplia y eterna sonrisa. Le hablamos de nuestra
intención. Le encantó la idea. Aceptó gustosa contestar nuestras preguntas.
Respondía igual que en cientos de ocasiones anteriores, con la misma pasión y
las mismas palabras la historia de sus hermanas y su familia. Un recuento que
ha repetido una y otra vez por más de 40 años.
El esmero de sus palabras me estremecieron profundamente. Sentía que se
esforzaba en darnos los datos y sus vivencias, como si este encuentro fuera el
último, a sabiendas que mañana o cualquier otro día, otras personas, en ese
lugar o en otro escenario, le formularían preguntas similares y tendrían que
revivir una vez más los singulares episodios de su vida.
Dedé contó
cosas interesantes sobre sus relaciones con su hermana Minerva. Dice que en una
discusión de hermanas, terminaron a puñetazos. El balance final fue que Dedé
salió aruñada y Minerva con una uña rota.
Haciendo un recuento de momentos felices en Ojo de Agua, cuenta nuestra
entrevistada, que a Minerva le fascinaba subirse a una mata de limoncillo a
soñar, leer poesías o mirar el paisaje.
Sus ojos le brillan cuando recreaba los años felices de Ojo de Agua.
Como por ejemplo cuando ella y Fefita Garrido se atrevieron a usar pantalones
por primera vez, o cuando en 1949 le compraron un carro Ford gris, y aprendió a
manejar gracias a José, el chofer de la casa.
Amante de la
lectura y la poesía, Dedé rememora con cariño cuando escuchaba a su madre pedir
a su hermana Minerva que dejara de leer y se fuera a dormir: “Muchacha apaga
esa luz” era, me decía, la frase
nocturna cotidiana. Por este amor al
conocimiento, Minerva se resistía a la tarea obligatoria asignada por su padre
en el negocio, reclamándole constantemente: “!Padre, padre querido, tú quieres
que yo deje mis versos y mis libros por la pesada carga de un comercio!” Le apasionaba, sigue recordando Dedé, los
personajes históricos que luchaban por la libertad, como Gandhi, a quien
definía como “el hombre que libertó la India, un país tan grande y tan pobre.”
Recuerda como
si fuera hoy las palabras premonitorias de Doña Chea, cuando su madre,
alarmada, veía el derrotero que había tomado su vida. “Minerva, te van a matar”
o “El que ama el peligro en él perece”, le decía a cada instante a su hija,
como advertencia y consejo. Tal parece que su madre se imaginó desde un
principio el final trágico de su hija. Lo que nunca imaginaba, y así lo
confirma Dedé, es que Patria y María Teresa, serían arrastradas por esa espiral
de violencia y estarían envueltas en la tragedia.
Pero así como
en su memoria permanecen intactos los hermosos recuerdos de los años vividos en
su casa natal, Dedé también atesora, para no olvidar y repetir hasta el
cansancio, los detalles de los días de dolor y tragedia. En el hospital,
alcanzó a ver los cadáveres de sus hermanas y, rememora, sacó fuerzas de donde no sabe, para tomarlos.
Pidió a gritos una tijera, y cuando se la alcanzaron, le cortó la trenza de
María Teresa y le quitó los aretes. Los guardó con celo. También atinó a quitar
el anillo de graduación de Minerva, que hoy conserva Minou. Dice que cuando le entregó los cadáveres de
sus hermanas a su madre le dijo “Aquí están tus hijas, Madre”. Luego atinó a
decir “Salcedo, aquí también están tus hijas que han muerto por la
libertad.”
Doña Chea no
fue al entierro de sus hijas en el cementerio de Salcedo. Nunca las visitó. Le
decía siempre a Dedé, “No me lleves al cementerio. Tú me llevas el día que yo
muera.” Así lo hizo. Veintiún años después, Doña Chea fue a descansar junto a
sus hijas en 1981, cuando sus ojos se cerraron para siempre.
Dedé recuerda
con tristeza la inmensa y terrible soledad de los años posteriores. Durante los 5 años después de la muerte de
Trujillo y los 12 años de Balaguer, no dejó nunca de celebrar la misa cada 25
de noviembre, ni de visitar el cementerio. Sólo asistían los verdaderos amigos,
los que no temían a las consecuencias de su solidaridad con esa familia
golpeada por la violencia. Los allanamientos a las propiedades de los Mirabal
eran eventos consuetudinarios, hechos que todavía lastiman a nuestra mariposa
viviente.
Caminamos por
el pequeño sendero de piedra que conduce al jardín; el mismo que hizo Minerva, pisamos las mismas
piedras que ella colocó y que se ocupaba de limpiar personalmente para
asegurarse de su nitidez. Nos enseñó las
flores cultivadas por ella y sus ayudantes, un lugar paradisíaco, propicio para
recitar poesías de amor y desamor, como hacían ellas en los tiempos felices,
cuando sus vidas no se habían marcado por la tragedia. Terminamos el encuentro horas después, nos
dimos cuenta que la tarde se ocultaba para dar paso a la noche. Salimos
satisfechos de la visita. La imagen de esta hermosa mujer ya entrada en años,
con su característico mechón blanco, con su poderosa energía vital, se fue
haciendo pequeña, mientras el vehículo adelantaba su marcha.
Con Minou
La segunda
entrevista fue con Minou. A diferencia
de la anterior, la de “mamá,” como le llaman cariñosamente a Doña Dedé, estuvo
caracterizada por los avatares de la cotidianidad capitalina, en un espacio
buscado forzosamente en agendas complicadas, especialmente de alguien que
además de sus responsabilidades como madre, esposa y profesional, se había
lanzado al ruedo de una campaña electoral para ganar primero la nominación de
su partido y someterse luego al escrutinio real el 16 de mayo a fin de salir
electa diputada por la circunscripción No. 1. La reunión se produjo en una
cafetería de la ciudad muy visitada por los que llegan a este lugar para verse
a toda prisa con amigos, resolver una transacción y rápidamente marcharse.
Estuvimos presentes, Edilí, Ovalles, Minou y yo. Disfruté mucho la velada. Nuestra
entrevistada al principio puso poca
atención, pues estaba preocupada porque Manolito, su pequeño hijo, salía de
unas clases de deportes. Vi cómo se iluminaron sus ojos cuando su hijo apareció
sonriente por la puerta, se sentó junto a nosotros, y sin ninguna timidez nos
saludó y pidió de manera insistente algo de comer. Lo presencié maravillada. Es un hermoso niño
que a pesar de tener conciencia sobre la responsabilidad histórica de sus
abuelos, y quizás sin percatarse plenamente, es capaz no sólo de sonreír a la
vida, sino de mirar el pasado con conciencia y
respeto, para asumir el futuro con optimismo. La llegada de Manolito nos
ofreció la paz que necesitábamos.
Iniciamos nuestro diálogo. Hice muchas preguntas a Minou. Me contó
algunas hermosas experiencias personales. Le pregunté si tenía algunos
recuerdos de su madre, y me contestó: “Lo único que recuerdo de mamá es cómo se
echaba el pelo al lado, como lo hace mamá Dedé”. De su padre tampoco guarda demasiados
recuerdos. Dice que se parece a él en la expresión un poco ausente de sus ojos.
Me prometió
darme las cartas que sus padres se escribieron cuando novios, esposos y desde
la cárcel. Tiempo después, y con más
ocupaciones que nunca, pues estaba inmersa en el batallar de su campaña
política, Minou cumplió con su promesa. Cuando las cartas llegaron a mis manos,
las devoré enseguida. Me enternecí mucho con estas lecturas. Descubrí las
dificultades de esta pareja que por encima del amor tenía su compromiso con la
libertad.
El PID terminó
formalmente el martes 12 de marzo del 2002; sin embargo, después del acto formal
de clausura, teníamos la tarea de ordenar y clasificar los archivos, así como
preparar la auditoria. Los días que
quedaron de marzo y todo el mes de abril lo dediqué por entero a cerrar esa
hermosa etapa de mi vida profesional. Pero como una forma de escapar, hice
algunas cosas para este monólogo. Programé algunas visitas y lecturas. Me dediqué a leer todo lo que pude sobre las
Hermanas Mirabal; incluso busqué en el Internet, y para sorpresa mía, encontré bastante información.
Hice un rastreo en las bibliotecas principales del país y encontré muy poco.
En abril del
2002 volví al Museo de las Hermanas Mirabal, acompañada de Lucía Isabel Suárez
y Angélica Mota, dos sobrinas –aspirantes a historiadoras, investigadoras y
escritoras, según sus declaraciones-,
con el propósito de dar una mirada distinta al lugar de estas valiosas
mujeres y quizás analizar mejor sus
vidas cotidianas, recreándome con sus cosas para ubicarme mejor en su
mundo. Entré a la biblioteca del museo.
Está organizada con esmero, aunque tiene vacíos muchos anaqueles esperando por
almas caritativas que hagan donaciones. Me detuve en los libros de la pequeña
biblioteca que sirven a la comunidad de Conuco y zonas aledañas. Pedí un permiso especial para conocer la zona
prohibida donde está el inmenso librero que guarda parte de los libros de la biblioteca personal de
Minerva. Me sorprendió la diversidad y
la calidad de sus obras. He aquí algunas cosas que anoté porque me llamaron la
atención:
LIBROS DE DERECHO: Derecho Procesal
Penal en cuatro tomos; Derecho Civil de José Rand; Derecho Penal dominicano.
Tratado Elemental de Derecho Civil de Marcel Planiol, Droit Penal; Biología
Criminal; la Jurisprudencia Dominicana en la Era de Trujillo; Guía de la Prueba
Civil y Comercial.
LITERATURA Universal: Obras de Moliere, Anatole France, La Ilíada
de Homero, Spencer, Cervantes, Humme, Dumas.
AUTORES DOMINICANOS: Franklin Mieses Burgos, Emiliano Tejera,
Freddy Gatón Arce,...
Observé con
atención los óleos de Minerva, los carboncillos de Patria, las esculturas de
Minerva, especialmente los rostros de Minou y Sina creados con sus propias
manos en la cárcel. La expresión de la pequeña Minou es la misma de hoy. El
rostro de Sina no pude reconocerlo.
Desde el propio museo llamé a doña Dedé, quien me prestó, no a mí, sino
a la “Hija de Miguelito”, mi padre, una serie de videos y entrevistas muy
interesantes. Debía devolver el material de inmediato. Cumplí mi promesa. No hice más que llegar a mi casa, cuando me
dispuse a ver los videos. Observé con esmerado respeto la grabación del acto
solemne “De vuelta a casa”, que recoge con detalles impresionantes el acto en
que fueron depositados los restos de las hermanas y de Manolo en su jardín de
Conuco. Las lágrimas de los niños, los
nietos que no conocieron a ninguna de las tres hermanas, me conmovieron
sobremanera. Vi a Minou y a su hermano de sangre y a los otros hermanos de
vida, llorar silenciosamente. Me sentí orgullosa de haber aceptado el reto de
escribir este monólogo sobre Minerva Mirabal, una mujer verdaderamente
excepcional.
Con Sina
Cabral
En abril,
gracias a los buenos oficios de mi querida amiga Argelia Tejada, hermana de
Dulce Tejada, militante del 14 de Junio, otra más de las valientes mujeres anti- trujillistas, pude entrevistarme
con Tomasina (Sina) Cabral, amiga
entrañable de Minerva y quien estuvo tres meses presa junto a ella y María
Teresa. Me impresionó su belleza y su
pose distinguida. Vestía impecablemente, su cabellera, hermosamente blanca,
estaba recogida en un moño discreto que le daba un aire de cierta altivez.
Segura de sí misma, se mostró amable y sincera conmigo. Me dijo que casi no
daba entrevistas, porque sobre “las muchachas” se hablaba mucha mentira; pero
sobre todo, porque ahora cuando ellas se han convertido en heroínas, todo el
mundo dice que estuvo a su lado. Me
comentaba que cuando escuchaba a tanta gente hablando y tejiendo fantasías y
falsedades, pensaba en ellas y en su sacrificio. Me contó de su experiencia, de sus vejaciones
en la cárcel, de los escasos momentos de alegría en esos largos días de
encierro. Cuenta Sina que en uno de esos momentos de intimidad, le preguntó a
Minerva y a María Teresa si habían pensado en la muerte. La primera que
reaccionó, según cuenta fue la menor, cariñosamente nombrada como Maite, quien
dijo: “Quizás no he pensado en la muerte por joven”. Dice que Minerva se quedó
pensativa, pues en verdad su arrojo le había impedido medir las verdaderas y
graves consecuencias de sus acciones políticas.
Sina respondió que las tres estaban cerca de la muerte, y que lo mejor
era asilarse. Ambas le respondieron: “No podemos hacerlo, pues no podemos dejar
a los muchachos (sus maridos)” .
Entonces Sina respondió, “me voy a asilar, no tenemos más salida para
salvar nuestras vidas”. Las condiciones terribles de la cárcel, provocaron
diferentes estados de ánimos en las tres. Por ejemplo, Minerva en una
oportunidad le dijo: “Sina, yo creo que nosotras, más que heroínas somos
mártires, pues lo único que hacemos es sufrir”.
Cuenta Sina
que al salir de la cárcel hizo todos sus amarres para el asilo. No comunicó su
decisión ni siquiera a sus padres. Supieron de sus planes pocos minutos antes
de emprender el viaje a Santo Domingo. Sabía que sus compañeros buscaban la
mejor forma de que la acción se produjese sin problemas. Nunca supo dónde iba,
cuando salió como a las 4:00 de la mañana de Salcedo, acompañada de René
Sánchez Córdoba y Darío Echeverría. La dejaron frente a la Embajada Argentina.
En ese momento supo dónde sería su exilio.
Ya en Buenos Aires recibió ayuda de Evangelina Leroux y Manuel del
Cabral. Los días en Argentina fueron
largos y tristes. En cada momento evocaba el peligro de los suyos,
principalmente de sus amigas-hermanas entrañables, las Mirabal.
Volvió al país
desde el exilio en enero de 1962, cuando el tiranicidio se había perpetrado. Al
regresar a Salcedo, una de las primeras cosas que hizo fue visitar a Doña Chea,
quien la recibió con alegría y tristeza, y al abrazarla le dijo: “Ay, Sina, mi
querido espíritu blanco, por lo menos tú has regresado, pero mis muchachas no
vienen más”.
Mientras Sina
me hablaba, la observaba con atención. Su mirada se perdía en el infinito
cuando evocaba sus recuerdos. Hasta llegaba a reír cuando me contaba las
pequeñas travesuras de los días en la cárcel, los juegos tontos que hacían para
no sucumbir al tedio, a la tristeza o al miedo. En medio de la tristeza que le
provocaba la evocación de los días como prisioneras, Sina se reía a carcajadas
cuando recordaba que en una ocasión, las tres se dieron cuenta de lo mucho que
hedían. “Minerva, decía, se puso a llorar porque hedíamos”. “No nos bañábamos.
¡Imagínate!” Por el busto que Minerva
le hizo a Sina en la cárcel, que hoy está en el Museo de Conuco, hubo una discusión entre las amigas-hermanas.
Sina recuerda con cariño el incidente. “Le dije a Minerva cuando lo terminó,
que no se parecía a mí”. A Minerva no le gustó la opinión de su amiga,
discutieron y se enojaron, pero la cosa no pasó de una simple discusión.
Estaban solas en medio de esa celda mugrosa y mal oliente. Se fortalecieron en
su amistad y los lazos que las
unían. Otra de las anécdotas graciosas
de sus días de encierro, fue el enredo espectacular del pelo de María Teresa,
quien durante sus largos días de enfermedad con altas fiebres, no tenía ánimos
ni tiempo para peinarse. Cuando
terminaron los malestares y los síntomas, el problema fue desenredar ese pelo.
“Tuvimos días completos Minerva y yo con dos peines para desenredar aquella
maraña”.
De Minou, Sina
tiene recuerdos muy hermosos. Dice que de niña era preguntona, hasta la
desesperación. “’¿Por qué la luna es redonda?” era una de las tantas preguntas
que le hacía. Las horas pasaron sin darme cuenta. Nos despedimos como viejas
amigas, con la promesa de que leería el monólogo cuando lo tuviera listo. Al
final del encuentro, le pregunté: “Sina ¿Cómo definirías a Minerva?” Me
respondió: “Aguerrida hasta la imprudencia”.
Con
Ambiorix Díaz
Días después
en el mismo mes de abril, Ovalles y yo nos trasladamos a Santiago para entrevistarnos
con Ambiorix Díaz Estrella, quien pasó a la historia porque al momento de la
muerte era Juez de Instrucción de la Segunda Circunscripción del Distrito
Judicial de Santiago, y en esta
condición tuvo la terrible tarea de
recuperar los cadáveres de las muchachas, una vez se produjo el terrible
“accidente” en la vieja carretera de Puerto Plata. Ambiorix y su esposa nos recibieron con suma
alegría. Los conocía desde niña. Cuando entré a la casa que habitan desde hace
más de 40 años, recordé cuánto me
impresionaba de niña, viviendo en mi Santiago natal. Cuando pasaba frente a su
casa no podía dejar de mirarla,
atractiva e imponentemente pintada de rojo, con decenas de matas de plátanos
bordeando la verja. Cuatro décadas
después, la casa sigue igual, aunque ya se nota el golpeo sistemático del
tiempo. Hacía tiempo que no los veía. Nos recibieron en el refugio preferido de
Don Ambiorix, una pequeña biblioteca-estar en un segundo piso con entrada
independiente. Nos mostraron las fotos de los viajes oficiales del viejo roble
perredeísta. Lo vi dar la mano, sonreír o posar
junto a Fidel Castro, Felipe González, Joaquín Balaguer, Antonio
Guzmán... entre otros muchos. Nos enseñaron la muestra grande de álbumes de fotografías
de sus múltiples viajes en su calidad de congresista o funcionario
estatal. Finalmente nos sentamos
alrededor de una mesa y comenzamos la entrevista.
Nos narró que
cuando lo llamaron tarde en la noche del 25 de noviembre y le dijeron que había
ocurrido un terrible accidente en la cumbre, camino a Puerto Plata, no se
imaginaba nada, cumplía simplemente con un deber profesional. Al llegar y comenzar a recoger los cadáveres,
se percató de quiénes eran. Entonces se puso tenso y apresuró el trabajo. Al
llegar a Santiago y depositar los cadáveres, y después de disponer todos los
arreglos, se dirigió donde su padre y le dijo: “Viejo, mataron a las Mirabal”.
Cuando su padre escuchó el relato, nos cuenta que sólo atinó a decir “Coño, se
jodió Trujillo”. Y así, siguió narrando sobre el proceso judicial que
se llevó a cabo contra los asesinos materiales de las hermanas. Le pregunté por
qué había asumido la posición tan firme de llevar los asesinos a la cárcel, me
dijo con toda sinceridad: “Mu-Kien, no creas que soy tan guapo, hice lo que tenía
que hacer, pero recuerda que ya Trujillo estaba muerto. No soy tan guapo, no”.
Finalizamos la entrevista, no sin antes entregarme una publicación de la
Revista Ahora [3],
en la cual aparece una amplia entrevista suya de hace más de 20 años. Me
entregó también una copia del expediente judicial. Al final nos invitaron a mí
y a Ovalles a almorzar. Disfrutamos mucho el almuerzo. Fue un agradable
encuentro. Partimos rápidamente hacia San Francisco de Macorís, donde nos
esperaba Violeta Martínez, una de las amigas más cercanas de Minerva durante
sus años en el Colegio Inmaculada Concepción de La Vega.
Con Violeta
Martínez, la de San Francisco de Macorís
En el trayecto hacia la ciudad norteña, Ovalles
y yo comentábamos la entrevista que habíamos tenido con Ambiorix. Nos costó encontrar la comunidad de La Joya,
pero finalmente llegamos, después de preguntar a varios transeúntes. Nos encontramos con una casa muy singular,
bordeaba de jardines
espectaculares. A la derecha del
lugar, aparece un monumento especial, la
tumba de los padres de Violeta, Francisco Martínez Bosch y Amalia Valor. En la parte trasera de la casa, en medio de flores y plantas ornamentales,
hay varias tarjas dedicadas a los poetas-amigos muertos que han visitado su
casa: destaco la de Franklin Mieses Burgos. Doña Violeta, una mujer altísima,
con una energía sorprendente a sus 77 años,
nos recibió desde que el vehículo hizo su entrada. Al escuchar sus
primeras palabras, la describí en mis adentros como enérgica, poseedora de una
personalidad imponente, culta hasta sorprender, pícara, risueña, fuerte, muy
realista y hasta un poco misteriosa. Hablando de manera espontánea antes de la
entrevista, vi fotos familiares que me hicieron caer en la cuenta de que
conocía bien a su hijo Emery y a su esposa Clidia. Concluí que verdaderamente
un país tan pequeño como el nuestro es un vecindario en el que todo el mundo se conoce. Nos sentamos en una
mesa redonda que está colocada en la terraza trasera, adornada con objetos
diversos, extraños y dispersos, cuyo único vínculo es el alma contagiosa y
especial de su dueña. Tomamos café, hablamos de todo. Me enseñó fotos inéditas
donde aparece Minerva Mirabal. Nos dijo cuan amante de la poesía era su amiga
Minerva. De las largas noches que en Ojo de Agua, siendo las dos adolescentes
soñadoras, se sentaban en el jardín, alumbradas sólo por la luna para recitar
poesías. Me mostró también su libro de
despedida cuando dejaba el colegio Inmaculada. Vi el autógrafo de Minerva firmado
el 14 de julio de 1945, acompañado de un hermoso pensamiento, en el cual
ratificaba su amistad.
“Julio 14 de 1945
¡Cuán agradable es ver reflejados la
pureza y la sencillez en los ojos de una mujer. ¡Espejos de un alma
transparente! Que irradies siempre
querida amiga esa dulce luz que cautiva los sentimientos y enamora el corazón.
Quien te recordará siempre al través de
los años”
Minerva
Recuerdo de tu despedida (Salida del
colegio)
Durante toda
la entrevista me percaté de la existencia de un velo que ocultaba algo. Pues
descubrimos que a partir de 1947 la amistad con Minerva, tan larga, cercana y
profunda durante años, se quebró. Ovalles, que es más perspicaz que yo, se dio
cuenta, y descubrió el enigma. Durante la juventud, Rafael Ortega González, el
esposo de Violeta, estaba perdidamente enamorado de Minerva, pero ésta nunca
correspondió a ese amor. Tiempo después,
las aguas tomaron su cauce y Violeta retomó los vínculos con la familia
Mirabal, tanto así que en 1961 Doña Chea le bautizó a uno de sus hijos. La
entrevista no terminó ahí, pues en el camino de regreso, Ovalles y yo decidimos
que volveríamos. Así lo hicimos casi un
mes después. El 25 de mayo regresamos a la casa, esta vez acompañados por toda
la familia Ovalles.
La visita a
Tonó
El mismo día
de mayo que volvimos donde Violeta, hicimos cita en Ojo de Agua para visitar a
Antonia Rosario Rodríguez, Tonó, la fiel compañera de Doña Chea, de Doña Dedé y
de toda la familia Mirabal, quien de jovencita pasó a vivir a la casa de Don
Enrique y doña Chea, para ayudar con las tareas de la casa. Estuvo con ellos
por más de 50 años, abandonando su segundo hogar cuando las fuerzas comenzaron
a fallarle. Nos contó que mantiene relaciones muy estrechas con todos, tanto
así que es la madrina de Manolito, el hijo de Minerva, y de Raulito, el hijo de
Patria. Para esos dos “muchachos”, como
le dice ella, hombres hoy para nosotros, ella es Tonina. Con orgullo nos dio
una lista de países visitados; por ejemplo, los 15 días que estuvo en Italia
cuando Jaime David estudiaba por allá, o
los 21 días que pasó junto a Dedé en los Estados Unidos. Me sorprendió su casa,
cuidadosamente arreglada, con un jardín pequeño que le sirve de entrada, bien acogedor y lleno de flores. La imaginaba vieja y gorda, no sé por qué,
pero lo cierto es que me sorprendió ver una mujer bastante bien conservada para
sus 74 años, delgada y muy bien puesta. Nos habló del fatídico día como si
hubiera sido ayer. Recordaba detalles
tan precisos, que sólo podían haber permanecido en la memoria de alguien que
había vivido una experiencia muy singular.
Con Ángela
Tavárez, la hermana de Manolo
Días antes de
estas dos entrevistas, Edilí, Ovalles y yo fuimos a visitar a Ángela Tavárez,
hermana de Manolo. Nos recibió en su apartamento de La Castellana.
En esos días los apagones golpeaban duramente. La zona tenía casi 36
horas sin energía eléctrica. Doña Ángela tuvo que solicitar ayuda a una vecina
para que nos suministrara luz de su pequeña planta de emergencia. Nos sentamos
y empezamos la entrevista. Nos ubicó sobre su propia existencia. Nos dijo que
su esposo era el Ingeniero Jaime Ricardo Socías, sobrino de Bienvenida Ricardo,
la segunda esposa de Trujillo. Ricardo Socías, a pesar de su parentesco, fue un
reconocido luchador antitrujillista, militante del 14 de Junio, que murió junto
a Manolo en la fracasada guerrilla después del golpe. Como lo fue su cuñada
Minerva, doña Ángela es una amante de la
poesía. Gracias a un cuaderno hermoso donde ella transcribe sus poemas
favoritos, pudimos copiar “Nocturno”, de José Asunción Silva, uno de los
grandes favoritos de Minerva. Recuerda
que en Montecristi, ella y Minerva se sentaban de noche en el patio a recitar
poesías. Minerva recitaba muchos poemas, pero siempre incluía “Nocturno” en su
“repertorio”. Doña Ángela en cambio, no dejaba nunca de recitar “Penas y
alegrías del amor” de Rafael de León.
Recuerda ahora
con cariño las divergencias que tuvo con Minerva. En enero de 1954, Minerva
mientras visitaba a su tío Fello Mirabal en Jarabacoa, como forma de encontrar
consuelo luego de la muerte de su padre, conoció a Manuel Aurelio Tavárez
Justo, se enamoraron. Ángela recuerda
que Manolo estaba comprometido con Ana Matilde Cuesta, hija de Don Pelayo
Cuesta. Confirma Ángela la versión
socorrida de que Minerva no conocía de esa relación, pero que Manolo al
enamorarse de Minerva, rompió su compromiso, hecho éste que disgustó mucho a su
hermana. Este disgusto provocó que
durante los primeros años guardara rencor a Minerva, por haber sido la causante
de la ruptura.
Me cuenta que
el 13 de enero de 1960 apresaron a Manolo. Minerva entonces decidió tirar el
colchón de su cama al piso, porque no podía pensar que ella estuviera durmiendo
en una cama, mientras su esposo dormía en el suelo. Además, dice Ángela,
Minerva para justificarse decía “no me molesta el suelo”. Días después la
detuvieron, el 22 de enero de 1960, para llevarla luego a la cárcel La 40. Dice
que cuando la fueron a buscar, estaba tranquila y se dejó llevar por los
gendarmes. Ángela y su mamá le introdujeron mentas y chocolates en el bolso,
así como ropa interior. Minerva vestía un pantalón y una blusa. Sólo pidió que
cuidaran a sus hijos. Cuando salía,
Minou, que era una niñita, se aferró a sus piernas llorando. Dice que ella y su
madre insultaron a los gorilas, mientras Minerva seguía tranquila sin llorar.
Cuando la entraron al carro gritó “¡Cuídenme a Minou!”
En la tarde
del 24 de noviembre, un día antes del asesinato, Doña Fefita, madre de Manolo y
Ángela, estaban sentadas conversando, cuando de repente una de las espadas que
estaba en la pared se cayó, provocando un estruendo en la casa. Su madre sólo
dijo “’¡Qué barbaridad! ¡Algo muy grande va a pasar! ¡Algo terrible!” Al otro
día recibieron la noticia del asesinato de las muchachas. Ángela recuerda que
el día que la mataron, Minerva llevaba puesto un vestido que ella le había
confeccionado.
Casi al final
del encuentro, llegó Ángela Ricardo, su hija, la exquisita diseñadora de joyas,
algo que pudimos palpar, una vez entramos. Los vistosos collares adornan un
espacio arreglado para atraer una clientela exigente. Se integró a la conversación como si la
conociéramos de toda la vida. Al principio nos habló de las características de
algunas piedras, del arte del diseño y de la gran demanda que ha tenido su
trabajo. Después, ya más en la
intimidad, nos confesó la gran soledad que sintió cuando era niña debido a la
falta de su padre y a su manera trágica de morir. Nos contó que cuando sus
restos fueron exhumados[4]
junto a los de las muchachas y a los de Manolo, para ella fue un momento de
mucho dolor. Recuerda que recogió de los bolsillos de los pantalones del
cadáver de su padre unas cuantas monedas, que guarda en su monedero como un
talismán. Cuando nos enseñó las monedas,
mugrientas y golpeadas por el abandono, sus ojos se llenaron de lágrimas. Se
produjo un silencio que me pareció eterno. Su voz se quebró al proseguir la
conversación. No supe qué decir. Sólo la abracé con cariño al despedirla.
Demasiado dolor hay en esa hermosa mujer,
quien a pesar de ser una exitosa artista y empresaria y de hacer esfuerzos por
vivir y asumir los estragos y las
pruebas de su vida, mantiene abierta una herida que quizás no cicatrizará nunca.
Con Norys y Nelson, dos de los hijos de Patria
Casi a finales
de junio, Ovalles y yo logramos
entrevistarnos con Norys y Nelson González, los hijos mayores de Patria. Dos hermanos unidos por el amor y la
tragedia. Hoy ya adultos, con hijos y nietos, a más de cuatro décadas de los
hechos, pudimos conversar con tranquilidad, dolor, nostalgia y alegría. Norys
es un cascabel: abierta, simpática, espontánea y dispuesta a contarnos sus
experiencias. Nelson, por el contrario, a pesar de ser un hombre amable, es
tímido e introvertido. Al principio el
diálogo fue un poco ligero, informal y digamos precario. Creo que nos medíamos
mutuamente. Habría de esperar un largo rato para que entráramos en
confianza. Unos minutos después, se
integró, sólo para escuchar, uno de los hijos de Norys, un hermoso joven, con
cara de niño bueno, que luce mucho menor de sus 22 años.
Norys y Nelson
eran adolescentes cuando ocurrió la tragedia, por eso quizás el impacto de la
muerte de su madre y sus tías fue muy fuerte y traumático. Ella tenía 16 años y estaba interna en el
Colegio Inmaculada Concepción cuando supo del “accidente”. Me dice que al otro
día temprano fueron a buscarla, y que le extrañó mucho que las monjas la
sacaran por la puerta trasera. Cuenta Norys que cinco días antes su mamá había
ido a La Vega a visitarla, y le había comunicado lo feliz que estaba de poder
organizar un viaje a Puerto Plata para ir a ver a los esposos de sus
hermanas. Recuerda con cariño cómo se
aferró a la imagen de un pequeño Niño Jesús que se encontraba en el Colegio,
pidiéndole que la cuidara. Parece ser que el pequeño niño Dios no escuchó sus
súplicas. Dice Norys que ella hace un
ejercicio cotidiano para recordar los detalles de la vida junto a su madre: las
flores que adornaban el jardín, los viajes a Santo Domingo y la visita obligada
al Vivero Inmaculada, propiedad de los Bobea Di Franco, las visitas dominicales
después de misa, para terminar todos en Conuco, en casa de la abuela Doña Chea,
y almorzar junto a los demás miembros de la familia. Nelson y Norys recuerdan a Minerva como una
mujer alegre, estricta, perfeccionista, a quien cariñosamente llamaban “Titi”.
Le pregunté a
Norys si había tenido algún tipo de “contacto con su mamá o sus tías”. Sonrió
para responder. Me confesó que durante largos años intentó soñarse con su mamá,
“mami” según sus palabras, pero no lo lograba, hasta que una noche, tuvo el
sueño más hermoso de su vida. Cuenta Norys que vio a las tres hermanas
hermosamente vestidas en tul. Se veían bellas, felices y tranquilas, entonces
ella les preguntó “¿Cómo están?”. “Bien” les respondieron las tres a coro, y a seguidas
le dijeron: “Ven para que veas dónde y cómo vivimos”. Dice que en el sueño les
siguió los pasos y se encontró con una casa suspendida en una nube, hecha como
de dulce, rodeada de rosas de color té.
Entonces despertó feliz, al saber que su madre y sus tías estaban
felices viviendo la vida eterna. ¡Por fin! Tiempo después Norys se soñó con su
“mami”. En el sueño Patria le dijo dulcemente que no se preocupara, pues la cuidaría
siempre.
Nelson desde
principio estuvo tímido. Cuando tomaba la palabra, Norys callaba para dejarlo
hablar. Se preparó. Recuerdo que cuando
hice la introducción, me miraba directo a los ojos, como escudriñándome. Se
había preparado para la entrevista. Me entregó una lista de personas importantes
en la vida de las hermanas. Introvertido por naturaleza, golpeado
duramente por la vida, pues a sus escasos 18 años estuvo preso, fue testigo de
los apresamientos de su padre, sus tíos y sus dos tías. Cuenta que a finales de 1960, perseguido por
los calieses, tuvo que refugiarse junto
a su padre en los cacaotales de la familia y que, impotente, fue testigo del
apresamiento de su tía María Teresa. Uno de sus recuerdos más tristes fue
escuchar, sin poder hacer nada, los gritos de Mamá Chea cuando se llevaban
presa a su hija más pequeña. A Minerva
la recuerda activa, lectora voraz y cariñosa. Dice que siempre le repetía,
“Nelson, tienes que estudiar, pues el futuro es del que estudia y se supera”.
El diálogo
prosiguió, Nelson escuchaba con atención mientras Norys y nosotros hablábamos de detalles de alguna entrevista.
Nos dijo que prefería no saber para no sufrir más. Le pregunté sobre los recuerdos que tenía del
día del asesinato. Recuerda con precisión que en esos días estaba quedándose en
casa de Dedé y Jaimito, que cuando fue Pedro, uno de los trabajadores de la
casa, a avisarle que las muchachas no habían llegado, se fueron inmediatamente
a Conuco. Al llegar a la casa materna, partieron de inmediato junto a Doña Chea
hacia Salcedo. Allí les confirmaron que las tres hermanas habían muerto en un
aparatoso “accidente”. Recuerda con detalles la reacción de Dedé, quien comenzó
a gritar y a decir, “las asesinaron”, “las mataron”, “asesinos”. Nelson emprendió junto a su abuela el camino
de regreso a Conuco, mientras que Dedé y Jaimito, siguieron hacia Santiago a
buscar los cuerpos.
Dice Nelson
que durante el velorio se mantuvo como en vilo. No quiso ver los cadáveres.
“Preferí recordarlas vivas, tal como eran.” Norys, al contrario vio cada
féretro con atención. “Mami tenía una lágrima de sangre que le salía de un ojo,
Minerva tenía señales de moratones, marcas de dedos que sin duda apretaron su
cuello. María Teresa parecía estar durmiendo, sin signos visibles de
violencia”.
Terminamos el
encuentro siendo amigos. Al final
Nelson dijo unas palabras que me conmovieron profundamente. Confieso sin
temores, que tanto Ovalles como yo, nos vimos acosados por lágrimas que querían
delatarnos. Se preguntaba Nelson por qué
alguna gente le envidia el hecho de que el destino, Dios o la vida, le hayan
regalado el haber sido hijo de Patria Mirabal, una heroína de la libertad,
amada por todos; esta gente, decía tristemente nuestro entrevistado, no saben
que ese “honor” es el producto de un gran y profundo dolor. “Yo hubiera
preferido, vivir feliz con mi madre en casa. No veo cómo y por qué el
sufrimiento pueda despertar esas pasiones humanas. Yo hubiera preferido tener a
mi mamá”
Meses después
de la entrevista Nelson me llamó por teléfono y me dijo que se había recordado
de otras cosas. Por su timidez y lo difícil que resulta para él hablar de estos
temas, sé que le costó mucho llamarme. Me dijo algunas cosas más. Agradecí
mucho su gesto.
Con Doña
Chelito
La entrevista
siguiente se produjo meses después, el 22 de septiembre del 2002, con Doña Chelito,
Mercedes Conde. Nos recibió a Ovalles y
a mí con una amplia sonrisa y con una simpatía verdaderamente contagiosa. Reconoció la voz de Ovalles por teléfono, le
dijo que lo veía siempre por la televisión y que sabía que era el esposo de
Edilí. A mí me dijo que también me conocía, sabía que soy historiadora. Y que
ha vivido conmigo, algunas angustias existenciales que he expresado por escrito
y oral.
A sus 81 años
es una mujer activa hasta sorprender. Nos enseñó la casa, cada rincón tiene un
significado muy especial. Observé
maravillada las canastas que fabrica, utilizando sólo papel de periódico.
Cuando exclamé mi admiración, me llevó entonces a una vitrina, donde me mostró
otras maravillas hechas con sus manos: cerámicas y flores organdí. Me mostró sus pinturas en
óleo. Luego también los potes de cerámica con culantrillos, “era una planta muy
amada por Minerva”, así como una hermosa planta de “anturios de terciopelo”,
una variedad que Minerva le trajo de regalo. En lo alto de la vitrina de su
comedor, hay una hermosa canasta redonda de madera, “un regalo de Minerva”,
recuerda con cariño. “Me la llevó un día a la casa, con unas flores blancas
preciosas”.
Doña Chelito
es la madre de los muy reconocidos Narciso y Tony Isa Conde, dos personajes que han estado en
la vida pública dominicana por décadas. Descendiente de catalanes, oriunda de
San Francisco de Macorís, Doña Chelito se hizo ingeniera-arquitecta después de
estar casada con Aris Isa y haber procreado sus dos hijos. Cuando finalizó la
carrera se convirtió en la primera mujer
arquitecta de su Macorís natal.
Se define a sí
misma como una anti-trujillista radical y natural. Cuenta que finalizó sus
estudios en 1958, pero que no quiso presentar su tesis, porque había que
dedicarla a Trujillo. Prefirió trabajar y que algún amigo le firmara los
proyectos. En 1960, pudo presentar la tesis, y
Manolín Jiménez, a pesar de que se percató de la ausencia de la
dedicatoria al sátrapa, no la delató.
Su familia
conocía muy bien a la familia Mirabal porque su esposo le vendía cacao al papá
de Minerva. La necesidad de Doña Chelito
de ganar un poco más de dinero para mantener la familia, porque “lo que ganaba
Aris no era suficiente”, la motivó a hacer una pensión en su casa. Al principio
tuvo dos pensionadas: Sina Cabral e Isaura Ventura. Así su casa, ubicada en la calle Santo Tomás
de Aquino esquina Ramón Santana, se convirtió en un lugar visitado por
Minerva. Doña Chelito no recuerda si fue
en 1954 o 1955, pero poco tiempo después, Minerva le pidió que la dejara vivir
allá. Su respuesta no fue afirmativa de
inmediato, recuerda la hermosa y encantadora anciana. Había un problema real de
espacio, sólo habían tres habitaciones. Una era ocupada por ella y su esposo
cuando venía a la casa, pues Aris seguía trabajando en el interior y visitaba
quincenalmente a la familia; la otra era ocupada por sus dos pequeños hijos; y
la tercera por Sina e Isaura. Ante la súplica insistente, aceptó. Entonces,
como pudo colocó las tres camas y nunca
se arrepintió.
El tiempo que
Minerva estuvo en su casa fue maravilloso. Hicieron una amistad extraordinaria,
pues además del sentimiento anti-trujillista, ambas eran amantes de la lectura,
las flores, la música romántica, la clásica y la poesía, especialmente la de
Amado Nervo y Héctor J. Díaz. Rememora
el regalo del disco con la ópera Carmen que Minerva le llevó, y los momentos en
que ambas la escuchaban. Su narración
era entrecortada y alegre. Su espontaneidad la hacía saltar de un tema a otro.
Pero de manera insistente decía que lo que más le impresionó de Minerva fue su
gran cultura, su amor por la lectura, su sencillez y su alegría. En una oportunidad, nos cuenta, su hermano
Narciso Conde, “un verdadero come libros”,
le dijo sorprendido y admirado, “Chelito, ¿Cómo es posible que una
muchacha nacida en Ojo de Agua y educada en La Vega sea tan culta?”. Una vez, sigue diciéndonos Doña Chelito,
Minerva le dijo que los libros que ella leía estaban obsoletos, por eso le
llevó de regalo un libro de sicología escrito por Sigmud Freud, “para que
aprendiera lo último que sobre esa materia se había escrito”.
Una escena
cotidiana en la vida de la pensión, era que las demás “pensionadas” estudiaban
en silencio y se quedaban en el comedor de la casa, pero Minerva nunca pudo
estudiar en silencio, tenía que hacerlo en voz alta. Por eso se iba al patio a
leer sus cátedras. El más pequeño de los hijos de Doña Chelito, Narciso, el hoy
muy reconocido dirigente comunista, se
iba con ella, se sentaba en una pequeña silla a leer cualquier cosa y Minerva a
recitar sus cátedras. Cuenta que
Narciso, vivía admirado con la belleza
de María Teresa, pero sobre todo con sus trenzas, y cada vez que podía
acariciaba esa cabellera que tanto le impresionaba.
La pensión era
una especie de santuario, según sus palabras. Por el hecho de que su marido no
estaba en la casa, no aceptaba las visitas de amigos. Recuerda que sólo una vez aceptó que
“Virgilito [5],
el hijo de Virgilio Díaz Ordóñez, visitara a Minerva, porque insistió mucho en
conocerla y saludarla”. Cuenta que
Manolo y Minerva se conocieron allá, porque él se hospedaba en la pensión de
Isabel viuda Lithgow, que estaba en la calle Ramón Santana.
Los días
felices de la pensión terminaron cuando el Coronel Rodríguez Reyes, por demás
primo hermano de Doña Chea, le dijo a su hermano Narciso Conde que en la casa
de su hermana vivían dos mujeres “comunistas”.
Cuando Minerva se enteró se fue inmediatamente de la casa. Dice que fue
un momento muy doloroso.
Recuerda que
la última vez que vio a Minerva fue casi inmediatamente después que había
salido de la cárcel. Estaba en su casa situada en la calle Madame Curie, pues
se había mudado de la vivienda que tenía en la calle Santo Tomás de
Aquino, haciendo quehaceres domésticos,
cuando de repente escuchó un murmullo de gente que decía: “Cierren las puertas
que ahí vienen las Mirabal”. Al escuchar aquel insulto, salió corriendo y
abrazó a Minerva. Estaba muy cambiada, recuerda, con ojos tristes. Al abrazarla
le dijo, “Minerva, cuídate y cuida a tus hermanas”. Ella le respondió: “Doña
Chelito no se preocupe, que a las muchachas no le va a pasar nada. A mí sí me
pueden matar. Pero si Trujillo me mata, sacaré el brazo de la tumba (dice que
levantó alto el puño para terminar la frase), entonces sí me lo llevo, así seré
más fuerte”.
Cuenta también
que su hermana Anita Conde, que vivía en San Francisco de Macorís, visitó poco
antes del asesinato a Dedé y le dijo que le dijera a las muchachas que tuvieran
cuidado, pues en el pueblo se decía que el hecho de que trasladaran a sus
maridos era para hacerles daño a ellas, pues “la voz del pueblo es la voz de
Dios”. Cuando se enteró del asesinato de
las hermanas, dice que sintió un profundo dolor al escuchar la noticia que le
comunicaba su hermano Narciso.
Terminamos la
conversación horas después, con la promesa de que si tenía necesidad me
comunicaría de nuevo con ella. Se despidió varias veces de nosotros. Salió al
balcón a despedirse, agitando con
alegría sus manos.
Con
“Violetica” Martínez
El día de las
Mercedes, el 24 de septiembre del 2002 visité a la otra Violeta Martínez Bosch,
oriunda de Moca, Violetica, como le decía Minerva, o Violeta la prieta como la
distinguían de su prima, bautizada con el mismo nombre también Violeta Martínez
Bosch, la de San Francisco de Macorís, a quien llamaban Violeta la blanca, y de
quien hablamos en páginas anteriores.
Era una tarde
lluviosa, la tormenta Lily amenazaba con azotarnos. La población estaba
pendiente al fenómeno atmosférico, nosotras también nos preocupamos, pero decidimos
continuar con nuestro plan de encontrarnos.
Llegué a su residencia ubicada en los altos del Museo de la
Porcelana. Es un hermoso edificio
inspirado en la arquitectura del medio oriente.
Las hermosas piezas que conforman la colección de este pequeño y
especial museo, son hermosas y guardan en sus vitrinas muchos años de culturas
diversas provenientes de China, Alemania o Francia, cuyo punto en común es el
amor por la porcelana de su progenitora: Violeta Martínez Bosch López.
Haciendo honor
a su apellido Bosch y a su raza, esta Violeta Martínez, como la de
San Francisco de Macorís y como su prima Milagros Ortiz Bosch, se distingue por su cabellera blanca cortada en capas, su energía, su seguridad ante lo que dice y cree, y su verbo florido y culto. A sus 70 años, es sorprendentemente activa. La encontré terminando un libro de investigación sobre su pasión: la porcelana. Tiene en sus planes inmediatos escribir otro libro sobre el pensamiento de Minerva Mirabal. En su biblioteca me mostró una gran riqueza documental de su vida en el exilio newyorkino. Le rogué que escribiera sus memorias, que no dejara en el olvido tantas vivencias y experiencias. Sonrió y me dijo, “quizás tu puedas escribirla, pues con todo lo que me falta (terminar el libro de la porcelana y el de Minerva) no voy a tener tiempo de hacerlo”. No respondí, simplemente sonreí. Me vi yo misma reflejada en su vida. Pasadas las siete décadas, hurgando entre libros, notas, documentos y recuerdos, intentando transcribir pasiones y reflexiones en blanco y negro, a sabiendas que las palabras nunca serán tan poderosas como los sentimientos.
San Francisco de Macorís y como su prima Milagros Ortiz Bosch, se distingue por su cabellera blanca cortada en capas, su energía, su seguridad ante lo que dice y cree, y su verbo florido y culto. A sus 70 años, es sorprendentemente activa. La encontré terminando un libro de investigación sobre su pasión: la porcelana. Tiene en sus planes inmediatos escribir otro libro sobre el pensamiento de Minerva Mirabal. En su biblioteca me mostró una gran riqueza documental de su vida en el exilio newyorkino. Le rogué que escribiera sus memorias, que no dejara en el olvido tantas vivencias y experiencias. Sonrió y me dijo, “quizás tu puedas escribirla, pues con todo lo que me falta (terminar el libro de la porcelana y el de Minerva) no voy a tener tiempo de hacerlo”. No respondí, simplemente sonreí. Me vi yo misma reflejada en su vida. Pasadas las siete décadas, hurgando entre libros, notas, documentos y recuerdos, intentando transcribir pasiones y reflexiones en blanco y negro, a sabiendas que las palabras nunca serán tan poderosas como los sentimientos.
Después de ver
el salón me llevó hacia su casa. La
electricidad, como siempre, hizo de las suyas, y a la luz de velas y lámparas
de gas, pudimos iniciar nuestra conversación. Al principio creo que nos
medíamos mutuamente. Era nuestro primer
encuentro. La primera vez que la vi fue
durante el paseo al Museo de las Hermanas organizado por las Damas Amigas de la
Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, y apenas pudimos
presentarnos. Una vez iniciamos el
diálogo, el hielo fue desapareciendo. Al final ni cuenta nos dimos del tiempo.
Hice conciencia de la hora, cuando mi esposo Rafael me llamó desde nuestro hogar
para preguntarme cuándo pensaba regresar.. ¡Habían pasado más de cuatro
horas!
Supe que
Violeta había sido miembro del Movimiento Juventud Democrática. Fue parte de la
primera célula mocana del grupo, la cual estaba integrada por Lourdes y
Federico Pichardo, Ruth Fernández y ella. Recuerda que esa célula tenía
relaciones con la de Santiago, la cual contaba con miembros como José Cordero
Michel, Gilda Pérez y Amiro Cordero.
La
conversación con esta nueva fuente de información fue muy rica. Le pregunté
como había conocido a Minerva Mirabal. Me respondió con mucha soltura y
seguridad que en San Francisco de Macorís en casa de su prima Violeta,
compañera inseparable de Minerva en el Colegio Inmaculada Concepción de La
Vega. Parece ser que la Violeta Martínez
mocana visitaba a su tocaya y prima francomacorisana en las vacaciones: las de
semana santa, las de verano y las de navidad.
En ese ambiente familiar inició su larga amistad con Minerva, con quien
mantuvo una estrecha relación a través de encuentros esporádicos y sobre todo
mediante un largo, interesante y profundo intercambio epistolar. Tuve el
privilegio de conocer parte de ese tesoro documental que Violeta Martínez
guarda con celo. Las correspondencias manuscritas de Minerva están
plastificadas, prevención correcta de Violeta para evitar que el tiempo las
deteriore. Me enseñó el paquete de correspondencia, pero sólo tuve acceso a
algunas. Las otras, me dijo, son muy personales. Respeté y comprendí sus
razones. Minerva Mirabal es para mi un personaje apasionante de la historia
reciente. Para ella fue la amiga entrañable y compañera de aventuras y
desventuras que fue vilmente asesinada.
Leí con
fruición, avidez, ternura y alegría las cartas que Minerva Mirabal, desde “su exilio dorado”,
como denominaba Minerva los días en Ojo de Agua, le escribía a Violeta. La
letra de Minerva es redonda y clara, en su caligrafía se nota inmediatamente
que su formación escolar se produjo en un colegio de monjas. Las primeras
cartas, pertenecientes a la primera juventud de ambas mujeres amantes de la lectura,
denotan claramente el deseo de estas mujeres de:
“Qué feliz me harías si me consigues ese manjar a
mi ávida vida intelectual. De los libros, he sacado tantos... que no sé cuales
te enviaré ni de cual hablarte... Dime
si leíste “El Filo de la Navaja”... (Carta de Minerva a Violeta Martínez en
1949)
Las misivas no
se detuvieron ni si quiera en el exilio. Cuenta mi entrevistada que al llegar a
Nueva York tuvo que trabajar en lo que apareciese para poder subsistir. Un tiempo
duro, después de haber vivido una vida intelectual, de haberse
convertido muy joven en maestra y de ser reconocida en su Moca natal,
llegar a una gran ciudad y ser una
desconocida, una más en la urbe, constituyó una etapa difícil en su vida. Estos
sentimientos fueron expresados a su amiga de Ojo de Agua, a quien le contestó
con palabras de ánimo:
“Cuánto no daría yo por ser vulgar obrerita que
solo obedece las leyes de la Real Gana.
Tu sabes que primero yo quería estudiar aquí en la Universidad, después
quería estudiar en un Colegio de Canadá... Me preguntas de libros y te digo que
son como siempre mis inseparables compañeros y mis más consoladores amigos;
gracias a ellos conservo mi ligero barniz de civilización...” (Carta de Minerva Mirabal en 1952)
Vi en
Violeta, a pesar de la oscuridad, cómo
se aguaban sus ojos al recordar sus cartas y discusiones intelectuales con
Minerva. A pesar de su juventud, ella y
Minerva leían de todo. Desde Tolstoi hasta Oscar Wilde, de Rousseau a Stendhall. Minerva intentó que Violeta amara las novelas
de Víctor Hugo, pero fue en vano. Para
su amiga, el novelista francés era excelente, para Violeta era escritor que
utilizaba un lenguaje extremadamente barroco, una trama simplista y en sus
textos se notaba una gran falta de contenido teórico. Cuenta que le devolvió la novela Los
Miserables a Minerva porque “no podía fajarse con semejante libro”.
Me dijo
Violeta que junto a Minerva y Tobías Emilio Cabral, a quien ellas denominaban
“Larry”, el hermano de Sina, constituían un trío entrañable de amigos, unidos
por la amistad y la pasión por la lectura y las discusiones teóricas. Larry era
también un militante anti-trujillista que se vio obligado a partir al exilio:
“¿Recuerdas a Larry? Es uno de mis más queridos
personajes, que hablamos con él y de él en el “Filo de la Navaja”... Te hablo
de Larry, quiero que lo veas, está allá en casa de una señora... dile que me
hace mucha falta y que le recuerdo...” (Ojo de Agua 1952).
En sus
correspondencias Minerva también desnudaba su alma. Su amiga le escribe en 1952, después de haber
vivido algunas experiencias difíciles en su vida, como la prisión de su padre y
su deterioro físico, su propia detención junto a su Madre, Minerva expresa sus dudas y preocupaciones,
pero ante todo, su determinación de seguir luchando por sus convicciones:
“Alguien me dijo
una vez que yo soy un libro abierto ¿Lo soy todavía? Pero tú que habías
leído mis cartas dices “ha perdido su jovialidad (o su espontaneidad) pues no
querida amiga mía, podrás sentirme triste, pero amargada nunca! Y mi espíritu
no quiere inclinarse hacia delante, mejor se parte hacia atrás... Adiós Viola,
gracias por todo. Te quiere siempre Minerva” (Ojo de Agua 1952)
Confirma
Violeta el amor que tenía Minerva por la poesía. No olvida las poesías de
Osvaldo Bazil, que su amiga recitaba constantemente (“¡Pobre tristeza mía que
no se cansa de ser triste...!”); así como las de Rubén Darío. Pude ver la
trascripción a máquina del poema Invernal que hizo Minerva en 1949, y que
Violeta guarda como un preciado tesoro.
Uno de los
episodios más interesantes que rememora con cariño esta pequeña Violeta morena,
es la visita que ambas hicieron a La Vega para ver el espectáculo de la
singular declamadora argentina Berta Singerman. Cuenta nuestra entrevistada, que
no olvida la llegada de Minerva, montada en la parte trasera del Ford guiado,
por su chofer.
Violeta me
mostró una foto suya de su juventud, en la cual mostraba una abundante y larga
melena negra. Me cuenta que un día Minerva tomó unas tijeras y se la cortó
“porque ya no se usaba ese pelo tan largo”, ¿Te imaginas, me dice? En ese momento me molesté, ahora recuerdo el
incidente con cariño y nostalgia, se respondió.
En 1949 estuvo
detenida junto a Minerva. A ella la
llevaron a la pensión de Celia Pérez en calidad de detenida, mientras que a su
amiga la detuvieron en el Hotel Presidente. No olvida Violeta los duros
interrogatorios de que fue objeto, ni los rostros de Manuel de Moya Alonso y
del General Caamaño, el padre de Francisco Alberto. En 1950 viendo cómo se
agudizaba la represión y que su vida podría correr peligro decidió asilarse.
Instó a Minerva a hacer lo mismo, pero
ésta no quiso. Argumentó que su padre, Don Enrique, estaba enfermo y no podía
dejarlo. Según Violeta, Minerva se sentía culpable de la situación de Don
Enrique, quien estaba notablemente enfermo.
Esa fue la última vez que las amigas pudieron verse.
Cuenta que se
enteró del asesinato en casa de la familia Bannett, una familia norteamericana
que ayudó mucho al exilio dominicano en Nueva York. En ese momento se
encontraban con ella Fifi Bannett y Larry (Tobías Emilio Cabral). Los tres
intentaban descifrar un papelito que éste último acababa de recibir, que en su
encabezado decía “Querido Toby”. La
letra, se preguntaban los tres, era muy parecida a la de Minerva, pero ella
nunca lo llamaba así, pues Larry era el apodo que ella y Violeta utilizaban
siempre. Mucho tiempo después supieron
que el famoso papel lo había enviado Dulce Tejada. Mientras elucubraban,
recibieron una llamada a media noche dándole la terrible noticia. Dice que
nunca había recibido un impacto tan grande en su vida. El dolor fue parte de su
existencia a partir de entonces.
Le pregunté
cómo había podido preservar tantos recuerdos durante tanto tiempo, y sobre todo
habiendo vivido tantos años en el exilio. Me sonrió antes de responderme y me
dijo que cuando decidió salir del país porque su vida peligraba, se aseguró de
llevarse consigo sus “tesoros”. Las
cartas de Minerva, las fotos y los demás recuerdos constituyeron su equipaje.
Al regresar, aumentó su valioso equipaje, pues se agregaron nuevas cartas y
documentos, sobre todo de su activa vida política luchando en contra del
régimen.
Sostiene
Violeta que el pensamiento político y las ideas de libertad que defendía con
pasión Minerva fueron las principales razones para que Trujillo la atacara y
luego la asesinara vilmente junto a dos de sus hermanas. Para ella, sin dudas, estas motivaciones
pesaron más en el sátrapa que su deseo de poseerla sexualmente, como hizo a
tantas jóvenes hermosas de la sociedad dominicana.
Nos despedimos
como viejas amigas. El tiempo pasó sin percatarme. La lluvia se había detenido.
Salí reconfortada de su casa, un tesoro arquitectónico que guarece una
valiosísima colección de porcelana, documentos inéditos de una mujer que jugó
un papel importante en un trozo de nuestra historia, pero que sobre todo sirve
de espacio para conservar muchos y valiosos recuerdos.
A San
Francisco de Macorís, con Manolito Tavárez Mirabal.
El sábado 5 de octubre, luego de una larga e
intensa semana de trabajo, Ovalles y yo salimos hacia San Francisco de Macorís
como a las 10:00 AM, una vez él terminó su labor en el programa de televisión
sabatino “Despierta en fin de semana”.
El trayecto fue relativamente corto. El tiempo pasó sin darnos cuenta, escuchando música romántica y boleros
de la vieja generación. Durante el
trayecto recibimos una llamada, era Manolito, confirmando nuestra cita y
asegurándose de que almorzaríamos en su casa con su familia.
Al llegar a
San Francisco de Macorís, palpamos el crecimiento de esta ciudad norteña.
Negocios por doquier, hacen que este viejo pueblo comercial, tenga apariencia
de gran ciudad. Llegamos a la casa, después de preguntar a varios transeúntes.
Nos recibió la esposa de Manolito, quien había salido por un momento. Nos
sentaron en una grande y hermosa terraza, adornada por sonajeros de todos los
colores, los cuales con el viento nos ofrecían pequeñas canciones de paz que
aligeraban un poco el inmenso y terrible calor del día. Cuando “Manolito” entró a la casa, me percaté
de su imponente anatomía. No sé por qué insisten en llamar “Manolito”, a este
hombre cuya figura dista mucho de su apelativo. Lo conocía de referencia, pero nunca
habíamos interactuado.
Nos sentamos y
comenzamos a conversar. Fue un diálogo
abierto, pero no pudo darnos muchos datos, pues contaba con 2 años cuando
ocurrió la tragedia. Nos dijo que una de
las cosas que más admiraba de su madre era
su diversidad como mujer. La gente sólo conoce su faceta como política,
pero olvida a la Minerva romántica, pintora, escultora, amante de las flores y
por demás gran jardinera. Esta
multiplicidad de facetas de su madre, dice también existen en mamá Dedé. Se sorprende cómo esta mujer entrada en sus
setenta años es capaz de doblarse sin cansarse para arreglar su jardín, para
luego atender con sonrisa a la gente que visita el Museo, o a los asuntos de
sus negocios de cacao.
De las obras
que se han escrito considera que la de Miguel Aquino García es buena, porque
está sustentada en la verdad histórica. La de Willian Galván la evalúa como
objetiva, pero se circunscribe a los aspectos políticos. La novela de Julia Álvarez tiene el valor de
que hizo de las Mirabal un patrimonio universal, pero a su juicio los 4
personajes principales están muy segmentados. Cuenta que vio la película de
Salma Hayek y considera que el personaje
mejor logrado es el de María Teresa.
En la
conversación hizo referencia a que después de los terribles hechos en la vida
de sus padres, él y Minou fueron declarados tardíamente, a los 10 y 12 años
respectivamente; razón por la cual su hermana está bautizada como Minerva
Josefina, y no como Minou.
Mientras
conversábamos, sus tres hijas entraron a saludar. Son adolescentes muy
hermosas, portadoras de nombres muy simbólicos: Minerva, Minou y Talía; ésta
última bautizada y declarada antes de que la cantante mexicana fuera tan
famosa. Una vez terminamos de almorzar,
Ovalles y yo nos trasladamos rápidamente para nuestra otra entrevista.
La visita
al Dr. Ángel Concepción Lajara.
Nos esperaba,
de eso no cabe duda. Estaba bien vestido, con una chacabana de lino crema manga
larga, muy bien planchada, y un pantalón gris oscuro. A sus 88 años es un
hombre muy lúcido y bien conservado. Al entrar a su casa me sorprendió su
extrema austeridad. Me llamó la atención
un velón encendido al lado de una vieja foto de una mujer entrada en los cuarenta. Al notar mi curiosidad,
se acercó y me dijo “Es mi esposa durante su juventud. Murió de repente hace
dos meses.” Prosiguió explicándonos:
“Visitaba a una hermana enferma de un cáncer que la mantiene hace meses en
cama, cuando de repente se sintió mal. La llevamos al médico y no se pudo hacer
nada.” “Al velatorio fueron todos los
hijos de las muchachas a darme el pésame.” Le pregunté si mantenía relación con
la familia Mirabal, me respondió que Dedé, siempre que puede, le da la
vuelta. Confesó que su lazo más fuerte
con la familia era con Doña Chea, pero que al morir, los muchachos al crecer,
“se han alejado un poco.” Mientras
hablaba observé bien la casa. En la pared principal abundan las placas y los
diplomas de reconocimientos otorgados por diferentes organizaciones de su natal
San Francisco y de otras ciudades. Estas
placas contrastan con la sencillez del mobiliario y los escasos adornos de sus
mesas y paredes. Sin titubear nos dijo
que aceptó la invitación, pues había averiguado quiénes éramos. Confiesa que se
han dicho muchas mentiras y falsedades sobre las muchachas.
El Dr.
Concepción es primo de Horacio Vásquez, fue alumno privilegiado del Dr. Moscoso
Puello, médico del San Francisco rural de los años cincuenta y padrino de casi
todos los hijos de las muchachas: Manolito, Minou, Raulín y Jacqueline. Fue un
militante activo del 1J4, pero, aclara, del movimiento patriótico, no de la
organización que se fue radicalizando y perdió su esencia inicial. Era amigo muy cercano de Manolo Tavárez.
Rememora y valora tanto esa amistad, que hasta nos hizo referencia del pacto-juramento
que hizo con Manolo. Cuenta que en una oportunidad ambos amigos juraron que si
uno moría, el otro moriría también. Cuando el dirigente político organizaba su
expedición, le hizo prometerle que él (Dr. Concepción) sería el médico del
grupo. Recuerda que poco antes de la partida, se encontró con Manolo en casa de
Doña Chea, y que le había reclamado que debían partir para las montañas. La
mamá de Minerva, los llamó a ambos y les dijo que aquella acción era una
aventura, que morirían y que la acción guerrillera era un fracaso. Fue, dice el
Doctor, como “una premonición de Doña Chea”.
Esta valiosa mujer, más que amiga, como una madre para él, les dijo “Si
tú caes Manolo y cae también Ángel, ¿quién velará por mí y los muchachos?” Recuerda, y vi sus ojos humedecerse, que Doña Chea lo abrazó y
exclamó “Usted no va”. Luego se dirigió a Manolo, “No vayas, te van a matar”.
Los sucesos posteriores, ya sabemos, confirmaron los temores de esa sufrida
mujer.
Le pregunté
cómo definía a Minerva y me contestó “Ella era la más todo”, frase que describe
muy bien su percepción de la heroína. Dice que se sorprendía de su amplia
cultura. Recuerda cuánto amaba las
novelas de Víctor Hugo y las obras de Ling Yutang, especialmente la novela “Una
Hoja en la Tormenta”.
Contrario a la
opinión de Violetica Martínez, la de Moca, piensa que Trujillo sentenció a
muerte a Minerva, porque fue la única mujer que no pudo doblegar y hacerla
suya. La primera oportunidad que
Trujillo tuvo de fijarse en Minerva fue en julio de 1949 en la fiesta de
Santiago. La segunda fue un mes después durante la inauguración del Hotel
Montaña, donde Minerva bailó con Trujillo y con Ramfis. Y la tercera, donde se
produjo el detonante, fue en octubre de ese mismo año, en una fiesta en Villa
Borinquen, San Cristóbal. Para esa ocasión, el dictador preparó una especie de
“emboscada sexual”, pues todo estaba listo para satisfacer sus apetencias. Dice el Dr. Concepción que cuando esto
ocurrió Minerva le dijo al hombre fuerte del país: “Siénteme, creí que estaba
bailando con un caballero.” Recuerda que después de ese incidente, en el que la
familia Mirabal salió rápidamente del lugar, en el carro de la familia,
manejado por Jaimito, el esposo de Dedé, comenzó el hostigamiento hacia la
familia. Días después fue apresada
Minerva junto a su padre, y dos años después, en 1951, su padre fue hecho preso
injustamente y llevado a la fortaleza Ozama, mientras ella y su madre eran
detenidas en el Hotel Presidente. No descarta ni minimiza tampoco el Dr.
Concepción el mérito político de Minerva, al contrario, le confiere un valor
extraordinario.
Respecto al
asesinato y a sus incidencias, la historia que nos contó el Dr. Concepción fue
muy interesante. Cuando trasladaron a
los esposos a la cárcel de Puerto Plata, la voz más socorrida era que habían
hecho este cambio para “provocar un accidente”, por lo cual le aconsejaban que
no hicieran los viajes de visita a esta cárcel.
La opinión se apoyaba en el suceso que días antes había ocurrido con
Marrero Aristy, “muerto en un accidente de carretera”, versión que por supuesto
nadie creía. Cuando el Dr. Concepción le dijo a Minerva que desistiera del
viaje, haciéndole referencia al caso del intelectual, dice que ésta le
contestó: “Marrero Aristy, que sólo se quedan los muertos. Pero tú no estás
sólo, pronto estaremos juntos...” De todas maneras, el Dr. Concepción insistió,
entonces las palabras de su amiga fueron más fuertes: “¿Usted sabe las
condiciones en que están nuestros maridos? ¿Qué pensaría usted como esposo si
su esposa no lo va a ver por temor a la muerte?
Por azar de la vida, el día fijado para la
visita a la cárcel de Puerto Plata, el chofer Nano Castillo dijo que no haría
el viaje. Parece ser que le habían advertido del peligro que corría. Minerva, cuando Castillo le comunicó su
decisión, le contestó: “Se metió en miedo”. Entonces despachó al chofer, y le dijo al Dr.
Concepción, “Váyase a su casa y dejamos el viaje”. Así lo hizo el doctor. Horas después, estando
Minerva conversando con René Bournigal, llegó su chofer Rufino Martínez, para
traerle las llaves del jeep, propiedad de Bournigal, que utilizaba para
transportar pasajeros de un lugar a otro, ya que ese día el negocio estaba
flojo “pues no habían pasajeros.”
Minerva, al oír aquello le dijo, “Usted tiene ahora 3 pasajeras. Nos
vamos a Puerto Plata. Tenga esos 20 pesos para echar gasolina y venga a
buscarnos” . Así lo hizo, y los cuatro, el chofer Rufino Martínez, Patria,
María
Teresa y Minerva emprendieron el último viaje de su vida.
Teresa y Minerva emprendieron el último viaje de su vida.
Respecto a los
detalles del asesinato, afirma el Dr. Concepción que ha podido, después de
muchas indagatorias, reconstruir el hecho. He aquí su versión:
·
Cuando
llegaron a la cárcel de Puerto Plata, todo transcurrió normal. Incluso les
permitieron durar más tiempo del estipulado.
·
De
regreso, en el puente de Marapicá, los apresaron y llevaron a la Casa de
Trujillo de la Cumbre. Debían ser aproximadamente las 5:30 PM. Al momento que los apresaban, pasó un camión
del seguro social, las muchachas le gritaron: “Somos las Hermanas Mirabal,
dígale a nuestra familia que nos hicieron presas y que nos van a matar.”
·
Los
entraron por una puerta lateral hacia el norte, ubicada después del portón.
Este lugar hacía de garaje. Allí los
torturaron y asesinaron. Cuando se produjo el juicio, el Dr. Concepción y el
Abogado de la parte Civil fueron al lugar y vieron una mancha blanca. Al
quitarla, se encontraron con la huella de una mano llena de sangre.
·
Por
una de las ventanas de la habitación, Patria logró escapar. Cerca de la casa
existía una factoría de café propiedad de un italiano, quien la ayudó. Pero los
verdugos lograron atraparla de nuevo. Al otro día, el italiano “se suicidó” en
su factoría. Apareció ahorcado, y la versión oficial de su muerte fue
calificada como suicidio.
·
Los
mataron en la casa de la Cumbre. En el vehículo se dieron cuenta que Minerva
todavía vivía, por eso la ahorcaron.
Llevaron los cadáveres a donde habían dejado el jeep. Colocaron de nuevo
los cuerpos en el jeep, y los lanzaron
por un precipicio.”
Su opinión
sobre Dedé y Doña Chea es muy positiva, “al margen, dice, de la amistad firme
que me une a esa familia”. La madre de las muchachas, considerada por él
también como una madre, nunca les falló a sus hijas, ni siquiera en los
momentos más difíciles de la represión política. De Dedé, la hermana que quedó viva para
contar la historia, piensa que ha jugado un papel fundamental en la vida de los
9 niños que quedaron bajo su responsabilidad. Se pregunta, “si ella no hubiera
estado ahí ¿que habría sido de los muchachos? ¿Quién hubiera dado la cara por ellos?”
Cuando terminó
la entrevista, estábamos los tres bañados en sudor. El vaso de refresco que nos
ofreció alivió un poco la pesada carga ambiental. Al despedirnos, nos contó
algunas de sus hazañas como médico. Nos facilitó varios de sus escritos y poemas
sobre las hermanas Mirabal. Cuando entré al vehículo le dije a Ovalles, “fíjate
cómo paga nuestro pueblo a gente tan noble y sacrificada, que dieron sus
mejores años por la libertad.” Confieso que la soledad, el aislamiento y la
precariedad de su vida me lastimó en lo más profundo. Como me dijo el propio Dr. Concepción: “después
de más de 50 años de ejercicio, subsisto porque mi padre me dejó esta casa y
tengo una pequeña pensión del Estado. Es todo lo que tengo. Y me conformo.”
Binelli
Ramírez, Luisa Jorge y Wenceslao Vega: con Minerva en la universidad
Conversando
una noche cualquiera con el buen amigo Wenceslao Vega, Wences, le comuniqué
sobre mi nuevo proyecto: Minerva Mirabal. Le veía los ojos asombrados mientras
le relataba las cosas que estaba haciendo.
Me preguntó si había conversado con alguna persona que conociera la
faceta de estudiante universitaria de Minerva. Le dije que todavía no. Con su
habitual desenvoltura se dispuso a ayudarme. Esa noche me enteré de que el
amigo Wences había sido compañero de Minerva en algunas clases.
Hicimos los
arreglos y coordinamos un encuentro con Luisa Jorge, Binelli Ramírez y el
propio Wences el 23 de octubre del 2002.
Al llegar a la oficina profesional de mi amigo, me di cuenta que conocía
a Luisa, pues su familia y la mía habían sido vecinas por mas de dos décadas en
Santiago. A pesar de tener tantos años
sin verla, la reconocí. Le pregunté por sus sobrinos, que eran mis amigos, y
rápidamente nos pusimos al día.
Los tres
iniciaron los estudios de derecho en 1952 y terminaron en 1957; es decir, al
mismo tiempo que Minerva. El grupo de estudiantes era amplio. Comenzaron unos 100 y terminaron como 70.
Durante esos 5 años compartieron mucho con ella. Cuenta Wences que Minerva
siempre iba bien vestida, algo que le llamaba mucho la atención. Recuerda que
normalmente usaba conjuntos de falda estrecha, casi siempre bajo las rodillas,
y chaqueta corta. Dice que cuando ella
caminaba por los pasillos con su pelo suelto, tenía un paso felino, pero suave,
con un aire distinguido. Cuando entraba al aula, se sentaba, cruzaba las
piernas y se le veían sus bien formadas pantorrillas. Cuando se estaba en
clases junto a Minerva, perdía a veces la concentración, embelesado con sus
piernas. Al rememorar esos detalles,
Luisa Jorge dijo: “Mu-Kien, es que Minerva vestía bien. Compraba ropa buena. A
pesar de su sencillez, ella y María Teresa compraban sus ropas nada más y nada
menos que en la Casa Virginia.”
Los tres
recuerdan con ternura que a pesar de que en la lista de la universidad se le
había colocado una calificación de “desafecta al régimen”, los profesores la
trataban con mucho respeto, principalmente porque era una mujer no sólo
inteligente, sino también muy buena estudiante. Tomaron juntos clases con
Hipólito Herrera Billini, Carlos Sánchez y Sánchez, Rafael F. Bonnelly, Damián
Báez, Joaquín Balaguer y con el Padre
Robles Toledano. Los tres coinciden en la gran cultura de Minerva, así como en
su amor por los libros. Wences recuerda que le hablaba siempre de las poesías
de Pablo Neruda.
De los tres,
la más cercana a Minerva era Luisa, aunque reconoce que la verdadera compañera
de Minerva fue Hortensia Marcial, hermana del padre Marcial Silva, fallecida
hace unos pocos años. Cuando afirmaron esto corroboré la información, pues en
las cartas que Minou me prestó el nombre de Hortensia aparecía con mucha
frecuencia. Otra compañera cercana a
Minerva fue Yolanda Vallejo, a quien tratamos de localizar en ese momento pero
fue imposible.
Luisa y
Binelli recuerdan con nostalgia la conversación que sostuvieron con Minerva en
1953. Para el segundo año de la
Universidad, Minerva tuvo que escribir una especie de proclama con laudos a
Trujillo para poder obtener de nuevo la inscripción. Dicen que Minerva misma les contó y que al
final les dijo “Oh! ¿Y yo voy a dejar de estudiar porque Trujillo no quiera?”
Una anécdota
graciosa que recuerda Luisa ocurrió un día por el año 1953, ella y un grupo de
amigas habían ido a la casa de Clarita Báez (la que luego se casara con el
profesor Carlos Sánchez y Sánchez) para celebrar su cumpleaños, y parece que el
ponche que le brindaron tenía un poco de alcohol. Al terminar la fiesta
temprana la noche dijeron “Vamos a visitar a Minerva”. Cuando llegaron a la
pensión, Minerva las recibió con cariño, y las invitó a sentarse, entonces
Luisa tomó una silla de guano, cuando se sentó el asiento cedió y la pobre
Luisa fue a parar al suelo. La risa del grupo le hizo olvidar el dolor de la
caída. Recuerda que Minerva rió hasta dolerle el estómago.
Luisa recuerda
como si fuera hoy, cuando en septiembre de 1956 fue a visitar a Minerva a casa
de Doña Isabel Justo viuda Litghow Ceara, por el nacimiento de Minou. Dice que
la casa fue acomodada para recibir a Minerva, a su marido y a su pequeña hija,
para lo cual transformaron la marquesina en una confortable habitación. “Le
llevé un regalito a la niña y esa tarde pude conversar mucho con ella”,
recuerda Luisa.
Después de
1957, ambas graduadas, Luisa rememora los encuentros con Minerva en
Santiago. Colaboraba con ella, buscando
dinero para el movimiento. Dice que Minerva fue a visitarla varias veces a su
casa, ubicada en la calle Máximo Gómez.
Una de las tareas que le asignó Minerva a Luisa fue la transcripción en
esténcil del libro “La Historia me Absolverá” de Fidel Castro. La vieja máquina que sirvió a este grupo de
jóvenes soñadores estuvo mucho tiempo después guardada en la vieja zapatería de
los Llenas.
La última vez
que Luisa vio a Minerva fue en 1960, cuando fue a visitarla a Conuco con su
amiga Mireya Lora. Al concluir la visita, detuvieron un carro público. El
chofer le dijo: “Ustedes son valientes. A esa familia, y en especial a esa
mujer, las están vigilando siempre. El carro que viene atrás de nosotros es un
carro de los calieses.”
Cuando ocurrió
el asesinato, Binelli se enteró por la prensa. Wences ya estaba en el exilio,
pero Luisa, que vivía en Santiago, se enteró de inmediato y fue al Hospital.
Allí estuvo varias horas junto a Dedé, esperando que sacaran los cuerpos.
Aproveché el
encuentro para hablar con Wences y su experiencia en el movimiento
anti-trujillista. A final de 1959,
Wences fue reclutado por Ramón Cáceres. Según estaba establecido, cada
militante debía conseguir dos personas más. Wences pudo reclutar a Marcos
Troncoso y a Pepe Viñas. Cuando lo invitaron a participar en el movimiento, le
dijeron que ya estaba a nivel nacional y que los lideres eran Manolo Tavárez y
Minerva Mirabal. Su misión era buscar
gomas nuevas para los carros. A
principios de enero de 1960, lo llevaron presos, primero a la 40 donde
estuvieron 10 días y luego a La
Victoria, lugar en el que estuvieron por casi tres meses. Compartía la celda
con Marcos Troncoso, Leandro Guzmán, Cayeyo Grisanti, Freddy Bonnelly y el chofer
de Manolo a quien le decían “La Cuca”.
Recuerda que
los golpeaban y luego les echaban agua salada. “Quizás por eso no enfermamos
más”, dijo. Ya en La Victoria, una noche, después que se habían ido los
guardias, escuchó una voz femenina que le dijo: “Wenceslao Vega, ¿te acuerdas
de mi?” Reconoció la voz. Era Minerva
Mirabal. Sin decir su nombre, la voz femenina siguió hablando con él. Fue una
conversación esperanzadora en medio de ese ambiente lúgubre y triste. Recuerda
que en la cárcel debían haber más de 600 presos. El grupo, con excepción de las mujeres,
quienes fueron liberadas poco tiempo antes, fue “juzgado” y condenado a 30 años
de prisión. Más tarde, después que la OEA visitó el país para evaluar los casos
de los presos, fueron juzgados de nuevo y “absueltos por falta de pruebas”.
Le pregunté
sobre un episodio que había escuchado más de una vez: Minerva cantando el himno
nacional cuando el grupo fue llevado al Palacio de Justicia. Me confirmo la
versión. Cuenta Wences que llevaron al grupo a ese lugar por la parte de atrás.
Se había corrido la voz del juicio, por eso cuando llegaron se encontraron con
mucha gente conocida: amigos, familiares y otros que estaban allí sólo por
solidaridad. Cuando los bajaron de la guagua, los policías no pudieron impedir
que la gente les dijera palabras de aliento. Pero cuando se acercaban al lugar
donde serían juzgados se produjo un silencio sepulcral. De repente se escuchó
una voz de mujer que cantaba bajito el himno nacional. Levantó la mirada y vio
a Minerva, quien bajó la cabeza en signo de reconocimiento. El público completo
siguió cantando el himno. Aquella melodía, en aquel momento no sólo era dulce y
reconfortante, sino el signo de protesta y de resistencia de un pueblo que se
había cansado de la opresión trujillista.
Finalizamos el
encuentro con alegría. Esas horas compartidas entre los cuatro nos ayudó a
todos. A mí, a confirmar algunas informaciones que había recibido, a ellos, a
recordar hermosos, tristes y emocionantes momentos.
Con Thelma
Benedicto, la amiga de tiempos felices
Aprovechando
el feriado dedicado a la Constitución, viajé a Santiago acompañada de mi
sobrina Angélica para visitar a Thelma Benedicto. Esta agradable señora de 72 años, no estaba
en mi agenda de entrevistas, pero lo hice por insistencia de Doña Dedé. Y reconozco
que valió la pena.
Me cuenta doña
Thelma que conoció a Minerva en los años 1943 – 44 durante las vacaciones de
secundaria, cuando su madre la enviaba a casa de su tía María Guzmán viuda
Brache. Era tan delgada, que las vacaciones en Salcedo tenían como propósito
“que tomara algunas libritas”. Era amiga
de Olga Fernández, la hermana de Jaimito, el esposo de Dedé. A través de ella conoció a Minerva, y
entonces se inició una larga y sólida amistad que se fue desvaneciendo cuando
Thelma se casó con Silvino Pichardo en 1953.
No lo dijo, pero estaba implícito en sus palabras, para entonces Minerva
había estado presa y era una desafecta al gobierno. Cuenta que visitó a Minerva
en Montecristi para conocer a Minou, cuando nació.
Durante los
años de amistad, Thelma y Minerva intercambiaron mucho. En los periodos de
vacaciones, ella iba a Ojo de Agua a pasarse las vacaciones, o Minerva iba a
Santiago. Recuerda Thelma que a Minerva le encantaba su casa, porque había
muchos árboles. Estaba situada en la Avenida 27 de Febrero, conocida como la
calla de la Barranca, muy cerca de la Fortaleza San Luis y de la Tabacalera.
De los tiempos
felices de Minerva, especialmente la época de carnaval, Thelma ha guardado en
su memoria momentos muy lindos. Dice que al final de la temporada adornaban con
flores los coches tirados por caballos, entonces paseaban por toda la ciudad.
Otros años lo hicieron en una camioneta de Erasmo Bermúdez. No olvida la
comparsa de rumbera que hizo estragos en el Centro de Recreo de Santiago. Ella,
Minerva, Gilda Bonnelly y Adalgisa Nicolás, entre otras, se vistieron de
bailarinas de rumba, cuyos trajes, rojos con vuelos blancos, estaban inspirados en los músicos cubanos que
tocaban esa música. Dice que otro año
Minerva causó sensación cuando se vistió de reina Egipcia. “¡Se veía hermosa!”,
dice, rememorando los viejos tiempos.
Thelma sonríe cuando afirma que a Minerva le fascinaba bailar, pero que
no lo hacía bien, pues era un poco pesada y no se dejaba llevar.
Los muchachos
que las cortejaban eran muchos. Evoca el nombre del apuesto joven que era Poppy
Bermúdez, uno de los más fervientes enamorados de Minerva, pero que ella
siempre lo aceptó solamente como amigo.
Otro de los admiradores-enamorados de Minerva era Sully Eduardo
Bonnelly, el hermano de Gilda.
Dice que a
Minerva le encantaba comprar y vestir bien. Su gusto era exquisito, por eso
compraba cosas buenas. La ropa se la encargaba a María Hernández, una señora
que traía trajes importados desde New York.
Cuando Minerva visitaba Santiago no faltaba a su cita en el salón de
Tina Vargas, pues le gustaba como le recortaban el pelo. Minerva y sus hermanas
eran asiduas clientas de El Gallo. Recuerda que cuando Minerva entraba a la
tienda llamaba la atención por su elegancia y simpatía. En esos tiempos se pusieron de moda las
boinas. Se compraron de todos los colores para combinarlas con los vestidos.
Un día un
grupo de amigas, entre las que estaban, además de Thelma, Camelia Bonnelly, Irma Paniagua y Filita
Castellanos, organizó un viaje a Ojo de
Agua para pasarse el día con las Hermanas Mirabal. Este encuentro se perpetuó con fotos del
grupo, todas sentadas en el jardín de la
casa.
Cuando
terminamos de conversar, doña Thelma me enseñó su álbum de fotos. Muchas de ellas, la gran mayoría, son
desconocidas, pues sólo ella las tiene.
Me permití verlas con detenimiento.
Confirmé la belleza de Minerva.
Le dije que debía cederlas a Doña Dedé para que las copiara y las
llevaran al Museo. Me dijo que lo haría.
Nos despedimos
con un fuerte abrazo. Ella me expresó su
deseo de ver el monólogo cuando fuera a presentarse en el teatro.
El momentum
“Todos los seres humanos, al margen de nuestra
nacionalidad, riqueza o pobreza, tenemos necesidades, deseos y preocupaciones.
En realidad, nunca he conocido a nadie cuya mayor necesidad no sea el amor. El
verdadero amor incondicional...No hay forma de confundir el amor, se siente en
el corazón; es la fibra común de la vida, la llama que nos calienta el alma,
que da energía a nuestro espíritu y da pasión a nuestra vida... Toda persona
pasa por dificultades en su vida. Algunas son grandes y otras no parecen tan
importantes. Pero son las lecciones que hemos de aprender. Eso lo hacemos
eligiendo...La vida es una responsabilidad...cada persona elige si sale de la
dificultad aplastada o perfeccionada...”
Elisabeth
Kubler Ross.
Una cosa que
me atormentaba desde el mismo momento que contesté afirmativamente a la
petición de Ovalles y Edilí, era el punto de partida, el “momentum”, como me
comentó muy atinadamente el escritor Manuel Mora Serrano, por demás muy amigo
de Violeta Martínez. No quería hacer una
biografía más, cuando ya hay muchos trabajos escritos, algunos muy buenos y
completos. Tampoco podría ser una historia de su vida contada por la propia
Minerva, representada por Edilí. Recuerdo que en esa cafetería donde nos
encontramos por primera vez, se me ocurrió la idea de presentar a Minerva en la
llamada “Cuarta dimensión”, es decir, ella hoy a sus 77 años, sólo en su
realidad de cuerpo astral-no físico, evaluando su propia vida y el mito en que
se ha convertido. La cuarta dimensión, dicen los esotéricos, es ese estadio en
el que los seres humanos, convertidos en energía, pueden presenciar, sin
intervenir directamente, el mundo material de los vivos. Al escribir esto, sigo
mirando las caras de sorpresa de Ovalles y Edilí. Pero les gustó la idea.
Quería saber
si mi ocurrencia tenía fundamento en el mundo de los esotéricos, por eso le
pedí al amigo César Fañas que nos hablara sobre el tema. Organizamos un
encuentro en mi casa. Con su formalidad
habitual, Fañas nos preparó a los tres una conferencia. Así, según los esotéricos, existe el mundo
real y tridimensional, que es el que nosotros vivimos; y un mundo inmaterial,
pero real, que se divide en cuarta, quinta, sexta y séptima dimensión, que es
el mundo del espíritu o de la energía.
Según nuestro “Gurú” esa dimensionalidad diferente no es comprensible
para las personas que sólo viven el ahora, y la realidad de lo material. Incluso nos llegó a decir que en el espacio
donde nos encontrábamos, pululaban y nos
observaban decenas de espíritus interesados en nuestra conversación.
La verdad es
que cuando hice la observación, no tenía todo el convencimiento, sino una
intuición, producto de experiencias personales muy singulares a raíz de la
muerte de mis padres. Papá murió después de una larga enfermedad terminal, y el
mismo instante en que se había resignado a no seguir luchando, mi hermano
menor, Peng Bian, que estudiaba en Boston, sintió la necesidad de llamar a la
casa paterna, en ese momento preciso papá acabada de morir. Cuando vino al
país, le pregunté por qué había llamado y me dijo que una fuerza externa lo
impulsó. Hace tres años mi madre murió, y me dejó con la tristeza de no haber
podido despedirme de ella, por la forma repentina de su deceso. Meses después
de su muerte, tuve un sueño tan hermoso, en el que las dos pudimos decirnos
todo aquello que con la rapidez de su partida no nos dijimos. Luego nos
despedimos abrazadas. Ella desapareció en mi presencia, convirtiéndose sólo en
energía. Desperté feliz, con la firme convicción de que había estado un largo
rato con mamá.. Algo similar le sucedió a otros de mis hermanos.
La intuición
se fue confirmando a medida que proseguía con la investigación; mientras hacía
las entrevistas y leía sobre el tema, más me convencía de la novedad de ese
“momentum” para el monólogo. Busqué información. Lecturas nuevas sobre ese tema
y algunos relatos. Indagué un poco sobre
lo que los hinduistas piensan sobre la muerte, pero no quise seguir
profundizando porque no me interesaban los temas del karma y la reencarnación.
Frida de Villamil, una educadora nata e innata, pero ante todo amiga
entrañable, me hizo llegar el libro “El hombre y sus cuerpos” de Annie Besant [6],
cuando supo de mis andanzas con el monólogo de Minerva Mirabal. La autora, sostiene, basándose en muchas
teorías hinduistas, que pueden definirse tres cuerpos en los seres humanos:
1. El cuerpo físico. Bajo este término, dice
la autora, se incluyen los dos principios inferiores del hombre, que en el
lenguaje teosófico se denominan Sthula Sharira y Linga Sharira. Ambos elementos
están compuestos de materia física y son abandonados al momento de la muerte.
Se desintegran juntos en el mundo físico.
2. El cuerpo astral. Convencidos los
defensores de las teorías teosóficas, que el ser humano es algo más allá que su
cuerpo físico, sostienen que también cuenta con el llamado plano astral. “En primer término, debe entenderse bien lo
que significan las palabras mundo astral...
El mundo astral es una región definida de universo que rodea y penetra
el mundo físico, pero que es imperceptible a la observación ordinaria, por
estar constituida en una clase distinta de materia...la materia astral sirve de
vehículo a Jiva, la Vida Una que todo lo anima, y por conducto de la materia
astral...sostienen y alimentan cada partícula de materia física...”. Este plano, según los esotéricos, es tan
real como el físico. Apoyándose en esta
teoría, Besant sostiene que mucha gente que muere y que despierta en la región
inferior del mundo astral, se encuentra a menudo y se cree que continúa
viviendo en el mundo físico, pululando, sin tiempo, entre dos planos.
3. El cuerpo mental. Este vehículo de conciencia, sostiene
Besant, pertenece a los cuatro niveles inferiores del Devechán, de cuya materia
está formado. El cuerpo mental, sigue
diciendo, es el vehículo del Ego, del Pensador, de la inteligencia. “Está formado de materia sutil; en cuanto a
sus funciones, es el vehículo inmediato, en el cual el Yo se manifiesta como
inteligencia; respecto a su crecimiento, crece vida tras vida en proporción del
desarrollo intelectual...
Gracias a
Argelia Tejada, conocí los trabajos de una gran investigadora sobre la muerte,
la siquiatra Elizabeth Kubler-Ross, quien dedicó toda su vida profesional a
estudiarla: el tránsito de la vida a la muerte, la despedida de los moribundos
del mundo real y sobre todo, la posibilidad de que en la otra vida, los
muertos, transformados en otra esencia, pudieran tener señales y contactos con
sus seres queridos desde las otras dimensiones.
La autora
cuenta en el libro “La rueda de la vida” [7]
, el caso de Manny, su ex marido y padre
de sus hijos, otro reconocido médico y científico, quien en desacuerdo con su
non ortodoxa visión de la ciencia, rompió profesional y sentimentalmente con
ella. Después de una larga enfermedad, Manny sucumbe. En su lecho de moribundo,
Elisabeth le rogó a su ex compañero sentimental que le diera una señal cuando
estuviese en el mundo de los muertos.
Días después de enterrado, su hija, el ser que más amaba, encontró un
ramo de rosas rojas, sus flores favoritas, sembrado en la nieve, señal
inequívoca del amor de su padre fallecido.
En este libro,
“La rueda de la vida”, una impresionante autobiografía, la intrépida siquiatra
nos relata las diferentes etapas que el ser humano tiene que vivir para pasar
del mundo material, lo que denominamos vida, al mundo inmaterial, que llamamos
muerte. En sus palabras:
“Esos extraordinarios hallazgos condujeron a la
conclusión científica aún más extraordinaria de que la muerte no existe en el
sentido de su definición tradicional. Pensé que
cualquier definición nueva debía trascender la muerte del cuerpo físico;
debía tomar en cuenta las pruebas que teníamos de que el hombre posee también
alma y espíritu, un motivo superior para vivir, una poesía, algo más que la
mera existencia y supervivencia física, algo que continúa.” [8]
Dice la
siquiatra Kubler Ross que la muerte nos llega cuando “hemos hecho todo el
trabajo que nos ha sido encomendado al enviarnos a la Tierra”, entonces, sigue
reflexionando, “se nos permite desprendernos del cuerpo, que nos aprisiona el
alma como el capullo envuelve a la mariposa...” [9] Afirma que no importa la forma de morir,
violenta o por enfermedad, en la muerte no hay dolor ni miedo, ansiedad ni
pena, sólo existe el agrado y la serenidad de una transformación en mariposa.
En sus investigaciones la doctora Kubler Ross llegó a la conclusión de que
cuando llega la muerte se suceden cuatro
fases, veamos:
PRIMERA
FASE: En esta fase, la persona que acaba de morir, sin
importar las causas (suicidio, accidente, enfermedad o asesinato) sale flotando de su cuerpo, como
la mariposa que sale del capullo, pero adopta una forma etérea. Sabe lo que
ocurre y observa como espectadora, el escenario donde ella misma es el centro
de la escena.
SEGUNDA
FASE: Aquellas personas que salen de sus cuerpos se
encuentran en un estado después de la muerte en que todo es espíritu y energía. Dice la investigadora, que fuera cual fuera
el lugar o la forma en que se muere, las personas son capaces de ir a cualquier
parte a la velocidad del pensamiento; aunque sus seres queridos estuviesen al
otro lado del mundo. “Esta fase es la más consoladora para las personas que
lloran la muerte de un ser querido, sobre todo cuando éste ha tenido una muerte
trágica y repentina.”
TERCERA
FASE: Es el momento, según la investigadora, en que
los muertos, entran en un túnel o una puerta de paso, y detrás de ella o al
final de este túnel se ve una luz brillante que es la fuente de la energía del
universo.
CUARTA
FASE: Lo define como el Encuentro con la Fuente Suprema,
lo que algunos llaman Dios. En ese estado la persona haría una revisión de su
vida, un proceso en el que ve todos los actos, palabras y pensamientos de su
existencia.
Durante los
meses que estuve entrevistándome con las diferentes personas que conocieron a Minerva, les comenté mi
intención de escribir el monólogo en la cuarta dimensión, y me sorprendió no
sólo la aceptación, sino que me contaron experiencias vividas, que a la luz de
estas teorías no podían ser otra cosa que señales de Minerva desde el mundo
inmaterial. Minou por ejemplo, tuvo la
confianza de narrarme un sueño que le pareció tan real cuando apenas era una
niña, que todavía lo recuerda como si hubiese sido ayer. Más aún, me dice, las
palabras de su madre en ese sueño han sido un importante aliciente durante toda su vida. Por su parte, Sina Cabral me contó dos
historias similares; una vivida la misma noche del asesinato, estando ella en
el exilio en Buenos Aires. Narra Sina con impresionante realismo que esa noche sintió cerca a Minerva
pidiendo auxilio. Asimismo, en otra
oportunidad me dijo que tuvo un sueño con las tres hermanas, las cuales habían
ido a visitarlas sólo para despedirse y darle un abrazo. La narración de Tonó fue de las más
interesantes, pues ella también vivió una experiencia similar el día del
asesinato, cuando cansada de esperar se fue a dormir, y entonces sintió a
Patria a su lado que le agarraba las manos y le pedía por su pequeño hijo
Raúl. Todas estas historias me hicieron
confirmar mi intuición inicial, lo cual me llenó de alegría.
Escribir este
monólogo ha sido una experiencia singular.
Me ha llevado por caminos desconocidos.
Siempre he tenido un profundo respeto por la muerte. Cuando era niña el
tema me atormentaba y me aterraba, tenía miedo de ese mundo desconocido,
extraño y lejano. Al morir mis padres, especialmente mamá, me he obligado a
replantearme el tema como un signo vital indiscutible, a sabiendas de que la
única certeza que tengo por estar viva es que mi muerte y la de los míos es un
hecho futuro innegable.
Conocer a
Minerva Mirabal a través de este monólogo, sumergirme en los detalles de su
vida, contactar a la gente que la amó, a
los suyos que lloraron su partida tan trágica e injusta, me ha obligado a
replantearme el tema de la muerte. Morir
es un designio de la vida, pero matar es atribuirse para sí una función que
sólo Dios, en el caso de los creyentes, o la existencia misma, para aquellos
que no creen en la trascendencia, puede hacer.
La historia ha demostrado que muchos hombres y mujeres, errando en su
propia percepción, se han creído poseedores de un designio especial para
arrancar la vida a otros seres. Dice
Elisabeth Kubler Ross que estamos en el mundo con un tiempo determinado, para
terminar tareas que nos fueron asignadas.
Yo me pregunto siempre ¿es posible aceptar la muerte de un ser querido,
cuya vida ha sido violenta e injustamente interrumpida? ¿Existe alguna diferencia de morir?
¿Significa que las tareas asignadas por el destino se cumplen de todas maneras
aun en los casos en que se ha arrebatado la vida? No tengo respuesta a esas y a otras preguntas
La complejidad de la vida y de la muerte escapan a mi limitada capacidad de
pensar y razonar.
No tengo
seguridad alguna de que la cuarta y las dimensiones siguientes existan. Creo
que la muerte, además de imperativo ha sido, es y será siempre un enigma. ¿Existe la vida después de la muerte? Tengo la confianza de que así sea. Mis
convicciones religiosas, mi profunda fe cristiana, mi certeza de que existe
Dios, mi deseo infinito de reencontrarme con los seres queridos, me hacen creer
que sí existe. Pero esta afirmación es
estrictamente personal.
Las lecturas
que hice sobre la muerte, me permitieron construir un discurso, un manojo de
reflexiones y pensamientos de una mujer, Minerva Mirabal, quien desde la cuarta
dimensión, analiza, escudriña,
interpreta, juzga y recuerda su vida y el mito en que se ha transformado.
Minerva Mirabal y sus dimensiones
humanas
¿Estaba Minerva? Estaba
¿Estaba Patria? Estaba
¿Estaba María Teresa? Estaba
Estaban las Mirabal.
Encendido en cada pecho
El dolor / la cruz
Chorro de sangre los ojos
Lágrimas de tantos huesos...
Las tres amaban la Patria
El tambor / la libertad
Las tres rodaron / cada una
Era bandera
Una bandera muy grande
Que aprisionaba sus cuerpos
Con la carne destrozada.
Donde flotan las banderas
Lloran por la libertad Minerva / Patria / María
Teresa
Que bellas en el tope están
Las hijas de Doña Chea
Madre de las Mirabal.”
Aída Cartagena Portalatín, Cantan las Mirabal
Conocía de
manera general y por qué no, también superficial, la vida de las hermanas
Mirabal. Minerva, la más intrépida y
comprometida de las cuatro (¿Dedé por qué siempre te dejan fuera?). Era uno de
mis personajes favoritos y admirados, pero claramente desconocido. Durante muchos años viví inmersa buscando los
vericuetos existenciales y políticos de Lilís, Báez y Espaillat; para luego
dedicarme, en los últimos cinco años de mi vida a estudiar la política exterior
dominicana. Concentrada como estaba en
mis investigaciones anteriores, había
dejado para después el conocimiento de Minerva Mirabal.
Confieso que
me he quedado maravillada ante la Minerva que se ha desnudado ante mis ojos. He
visto con detenimiento sus fotos; las publicadas en los libros y reportajes
sobre las hermanas, las que engalanan las paredes del museo, pero también
imágenes inéditas de Minerva, gracias a la cortesía de algunas de las personas
que entrevisté. En todos estos
testimonios gráficos me he encontrado con una mujer segura de sí, poderosa, por
su capacidad de influir en las personas que la rodeaban. Durante estos meses de
lecturas, entrevistas, visitas y anotaciones, he tenido ante mí a una mujer
valiente, aguerrida, comprometida, romántica, alegre y poderosamente atractiva.
Los diversos
instrumentos de investigación han permitido que me acercara tanto a ella, que
casi siento que la conocí personalmente.
A sabiendas de que disfrutaba profundamente con las flores, he llegado a
imaginármela arreglando el jardín en Ojo de Agua; vi el camino de piedras que
construyó y que todavía permanece intacto, en el santuario de Dedé, y la
imagino, tozuda como dicen que fue, colocando animosamente cada piedra. Todo el mundo ha confirmado su amor por la
poesía y de las largas noches dedicadas a memorizar y recitar los versos de sus
poetas favoritos. Releyendo los poemas que memorizó y recitó una y otra vez con
Violeta, Sina o Ángela, casi la escucho recitando el Nocturno de José Asunción
Silva; o aquella triste historia, según me relató Violeta Martínez, la amiga de
infancia, de San Francisco de Macorís, que siempre aparecía en las noches de
romanticismo. Cuenta Violeta que esta historia desgarradora y triste se refiere
a una pareja de esposos quienes producto de su pobreza, deciden entregar a uno
de sus hijos. Desconsolados por el hecho, se paran delante de las dos cunas,
para decidir a cuál se entregarán; al final, los esposos no regalan a ninguno
de sus hijos. Minerva terminaba la historia y
recitaba siempre el mismo trozo del poema: “Querido Juan que me amas todavía, con la
misma ternura de aquel día en que el cielo bendijo nuestra unión... ¿Cuál ha de
ser Dios mío? Yo al esposo miré y él me miró... Querido Juan...”
A través de
las lecturas, entrevistas y visitas; de las palabras expresadas, de los gestos,
las miradas, las lágrimas contenidas; he conocido el drama de esta familia,
pero sobre todo, la dimensión humana de la historia. He estado vinculada al relato histórico y a
la reconstrucción del pasado por algo más de dos décadas. Mis relaciones con los personajes de mis
historias eran extremadamente frías. Los conocí a través de los documentos
consultados en impersonales archivos. Fui feliz mientras descubría hechos y
sucesos. Me dediqué por años en cuerpo y alma a esas tareas. Hoy descubro que
sólo pude llegar al umbral de la interpretación intelectual. Mi alma fue
celosamente resguardada para dar paso a una escritura científica, con intentos
de objetividad. La dimensión humana no estaba presente en mis relatos, a pesar
de mis intentos por conocer todas las intríngulis en la vida de mis personajes.
Lilís, Ulises Heureaux[10]
, por ejemplo, ya lo he dicho en varias ocasiones, reconociendo su condición de
dictador y todas las secuelas que esta denominación implica, su personalidad me
sedujo, por su inteligencia y arrojo.
Buenaventura Báez [11],
por ejemplo, no me produjo ninguna seducción ni embrujo. Su figura y personalidad,
a pesar de haber sido un “bon vivant”,
no me resultaron atractivas. Mi
relación con Espaillat, por ejemplo, fue diferente a la que tuve con los otros
dos personajes. Su vínculo con la historia no fue por su participación en la
vida política dominicana, sino por la profundidad de su pensamiento y su
actitud ética ante la vida y la participación política; por eso amé y disfruté
profundamente hacer esa investigación [12].
Este monólogo
fue una nueva experiencia de investigación. Tuve que hacer uso, como antes, de
los recursos aprendidos durante los procesos investigativos. A diferencia de los trabajos anteriores, no
tenía la preocupación de hacer reconstrucciones exactas de los hechos
históricos, los datos recolectados pasaban a una fuente importante para
elaborar un discurso, en el cual, apegado a la verdad histórica, podía hacer
uso de la imaginación creadora. Y esa
nueva dimensión de mi vida de escritora me resultó extremadamente atractiva.
La idea de
escribir este monólogo a partir de la cuarta dimensión, es decir, una Minerva
hablando desde su nueva realidad, una nueva esencia, configurada a partir de la
energía vital, que ha visto el discurrir de la vida durante 41 años, de la
historia que ella misma escribió con su sangre, que ha sido testigo silente,
pero siempre presente de la vida de sus hijos, de los hijos de sus hijos, de
sus sobrinos, de su hermana, sus amigos y enemigos, es el producto de mi
imaginación. La investigación sólo me
permitió conocer, con cuatro décadas de distancia, a la Minerva Mirabal niña, a
la adolescente llena de una energía vital extraordinaria y a la joven mujer,
que apenas al iniciarse en el mundo adulto que el vil sátrapa se llevó.
El estilo, la estructura y la
forma del relato
Mientras hacía
las entrevistas, me atormentaban muchas cosas. Cada información nueva, cada
idea nacida de las conversaciones, me obligaban a hacerme nuevas preguntas: ¿Cómo desdoblarme para escribir asumiendo la
vida, el estilo y la forma de mi personaje?
¿Debo ser crítica o complaciente? ¿A qué darle prioridad a la Minerva
mujer, la Minerva hija convertida luego en madre, o a la Minerva política? ¿Dejarme llevar y hacer una apología más de
esta gran mujer? ¿Cómo evaluar la
Minerva histórica?
Lo primero que
hice fue leer algunos monólogos que Edilí y Ovalles me facilitaron. Uno de
ellos me impactó sobremanera. Leí con verdadero deleite “Diatribas de Amor
Contra un Hombre Sentado”, escrito nada más y nada menos que por Gabriel García
Márquez. En ese trabajo se evidencia la extraordinaria imaginación de este gran
escritor y sobre todo su dominio del lenguaje escrito. Me cuentan que la puesta en escena de esta
obra tuvo un extraordinario éxito en la persona de Edilí, consolidándose como
actriz no sólo de comedia, sino también de drama.
Durante días
enteros estuve pensando cómo debía iniciar y terminar este trabajo. En varias oportunidades conversé con Ovalles
sobre algunas de mis ideas, compartimos y nos entusiasmamos juntos, mientras le
daba forma concreta a mi imaginación. Antes de sentarme a escribir este
monólogo, tomé varias decisiones:
1. Decidí que el personaje de Minerva Mirabal
sería tratado fundamentalmente en su dimensión humana. El personaje histórico ha sido ya muy
estudiado y difundido.
2. El relato tendría dos grandes partes. La
primera se centraría en los detalles de la vida de Minerva, para lo cual tuve
que recurrir a los instrumentos que me ha dado la investigación histórica. Qué
hizo, qué no hizo, qué pensaba, cómo caminaba, cómo vestía, qué le gustaba, sus
amigos, su actividad política, su amor por Manolo, sus hijos, etc.
3. La segunda parte, sería a partir de 1960,
es decir 41 años después, cómo evalúa la Minerva –energía, el desarrollo de la historia que ella ayudó a
construir. ¿Estaría conforme con los
resultados? ¿Estaría de acuerdo de haber pagado el precio que pagó para hacer
lo que consideraba correcto como mujer comprometida? ¿Sabía ella que se
convertiría, junto a sus hermanas, en heroínas nacionales y en símbolos de las
luchas de las mujeres de todos los tiempos?
La consulta de materiales
Mis
reflexiones y decisiones estuvieron acompañadas de lecturas sobre Minerva
Mirabal. Busqué por donde pude, y lo
cierto es que encontré muy pocos libros. Algunos incluso no son lo
suficientemente profundos como para llamarlos investigaciones. Creo que mi instrumento más útil fue sin duda
la investigación de William Galván, siendo hasta el momento la biografía más
completa, científica y objetiva sobre esa gran líder política que fue Minerva
Mirabal. Indagué por Internet también.
Me encontré con la página electrónica de la Fundación, imprimí alguna
información. Compré en el museo los pocos libros que tienen sobre las
muchachas, incluyendo el de Leandro Guzmán, “De espigas y fuegos”, quien además
de haber sido un militante activo del 1J4 era el esposo de María Teresa y padre
de Jacqueline, la única descendiente de la menor de las Mirabal. Este relato no
me impresionó mucho, sin embargo me aportó algunos detalles interesantes sobre
la época y especialmente sobre la vida de las muchachas.
Julia
Álvarez y su notable novela “En el
tiempo de las Mariposas”, fue una
inspiración. Había leído la novela y me había encantado. Cuando empecé a escribir, decidí no volver a
abrir el libro, pues no quería sentir su influencia en mi trabajo. La
literatura de Julia Álvarez es muy poderosa y debía evitarla a toda costa en el
momento crítico de escribir. A pesar de la inexistencia de una amplia
bibliografía sobre las Mirabal, lo poco que encontré me ayudó mucho, unos como
información, otros para convencerme que debía hacer algo diferente.
José Rafael
Lantigua, un amigo siempre dispuesto a colaborar, me ayudó mucho en el
proceso. Me localizó muchas, casi todas,
las poesías que Minerva amaba recitar.,
Luego me obsequió la obra “Yo, Rubén Darío” de Ian Gibson, un gran
literato español de origen inglés.
Cuando recibí el libro me emocioné.
La obra llegó a mis manos cuando el monólogo había sido escrito y su título
seleccionado. Coincidencias de la
vida. El autor, Ian Gibson, escribió las
memorias póstumas de Rubén Darío, al que calificó como “un Rey de la Poesía”, también en la cuarta dimensión. Inicia la lectura con el relato en primera
persona del poeta nicaragüense: “Yo me morí en la ciudad de León a las diez y dieciocho minutos de la
noche del 6 de febrero de 1916...” . El
relato se inicia con la sorpresa que provocó su muerte, y a partir de entonces,
el propio Rubén Darío habla de su nacimiento, de los avatares de su vida, de
sus primeros versos, de su éxito como poeta, de su pasión por las mujeres y el
alcohol... Al final, el propio poeta hace un balance de su vida. Se arrepiente
de algunas cosas, valora otras tantas: “Fui comprendiendo poco a poco que, sin
el sufrimiento, compañero mío inseparable desde que naciera, no existiría mi
poesía, ni la de ningún poeta auténtico. Ello me consolaba y nunca dejé de
agradecer a Dios y a los dioses el alto don que se me había concedido...”
Finaliza como
comenzó, hablando de su muerte física y de la superación de su estilo poético:
“Cuando yo me morí, en medio de la más obscena contienda bélica..., el
modernismo ya no tenía nada más que decir, e intuí que, una vez apagadas las
llamas devastadoras , la nueva poesía española e hispanoamericana reaccionaría
contra la mía. Y así sería, por ley irreversible...”
Como lo hizo
Ian Gibson con Rubén Darío, la Minerva de mi relato también habla de su vida,
de sus tiempos felices, de su familia, de su vida política, de su amor y de sus
hijos, pero sobre todo pone en una balanza para evaluar los principales hechos
de su vida. Contado también en primera persona, Minerva reafirma su convicción
de mujer comprometida, llega al mundo de los vivos, observa, valora, evalúa y
juzga...al final, acepta con resignación
lo que encontró y parte de nuevo a la dimensión que le pertenece.
Esta hermosa
coincidencia me sorprendió, pero me tranquilizó enormemente el saber que mi
idea de una Minerva energía que regresa al presente, para evaluar el pasado, no
era algo descabellado.
Agradecimientos
Convencida de
que la vida se hace más fácil si cuenta con la ayuda de los demás, este
monólogo es el resultado de las observaciones de muchas personas. De manera generosa, un grupo de amigos y
amigas leyeron con interés el borrador que les presté. Incorporé lo mejor que pude sus
observaciones.
Mi familia fue
un testigo activo de este trabajo.
Arancha y Rafelito, mis hijos, acompañaron el proceso, leyendo conmigo
algunas de sus partes. Mi esposo Rafael,
fue un observador y lector muy crítico, que me hizo incluso eliminar algunas
páginas.
Mi amiga
Amparo de Mejía fue una lectora concienzuda y cuidadosa. Frida de Villamil y César Fañas, leyeron el
texto y le pusieron el ingrediente esotérico.
Sus observaciones fueron muy valiosas, por cuanto me introduje en un
tema que no dominaba. Wenceslao Vega fue el historiador elegido. Su formación y sobre todo su participación
activa en la lucha antitrujillista me fueron muy útiles para evaluar
críticamente algunas descripciones que hago de los sucesos. Juana Hernández, mi fiel asistente de
investigación, me ayudó mucho en la localización de fuentes y la transcripción
de notas. Mientras escribía, Rafael Ovalles acompañó el proceso, no sólo
participando activamente en las entrevistas, sino leyendo cada página que
escribía.
Agradezco de
manera especial a Minou Tavárez Mirabal y a Doña Dedé. Siempre quise que el monólogo fuera fiel a la
realidad, y quién mejor que la familia para hacer este juicio. Cuando conversé con Doña Dedé, días después
de que se lo enviara, me dijo que había llorado mucho. Se sorprendió con algunas escenas del relato,
pues según ella, eran fieles a la realidad.
Con Minou fue más especial. Me
interesaba mucho su opinión, no sólo como hija de Minerva y Manolo, sino
también por su formación profesional. Filóloga
al fin, me hizo una serie de concienzudas observaciones y críticas, que acepté
con la mayor humildad posible.
Giovanny Cruz,
el reconocido director teatral, también hizo sus aportes al texto. Le gustó mucho con el estilo y la novedad
utilizada, Minerva hablando desde la cuarta
dimensión. En la conversación
figuró algunas escenas y todo los presentes nos entusiasmamos mucho con su
energía y entusiasmo. Dijo, sin embargo, que a algunas escenas, se le debía dar
el lenguaje teatral.
El último lector
de este texto fue José Rafael Lantigua.
Ovalles y yo lo elegimos por muchas razones. Le pedí el favor de leer el texto, por sus
conocimientos como literato, pero también por su amor al teatro y a la
actuación, pues como él me mismo me confesó en su carta de observaciones al
monólogo hubiese sido actor. “Siempre he dicho que si me hubiese criado en
Santo Domingo hubiese sido actor y hoy, tal vez, dramaturgo...”
Esperé un
tiempo para que pudiese leer el trabajo con la paz de espíritu necesaria. Un día, recibí una carta, un libro y los
borradores corregidos. Leí con fruición
y avidez la misiva, pues me interesaba mucho su opinión. Le gustó, pero me hizo una serie de observaciones
importantes. Creo que las tomé en
cuenta, tanto, que me obligó a sentarme de nuevo en la computadora, a releer de
nuevo el texto en base a sus críticas y a incorporar las sugerencias.
De todas
maneras, todos estos amigos y amigas que sólo por amistad, dedicaron un tiempo
valioso a leer y sugerir, no son responsables del texto. Lo que de aquí ha resultado es de mi
responsabilidad absoluta.
Unas palabras finales
Consciente de
que escribía un monólogo para teatro, puedo jugar un poco con mi
imaginación. Basándome en las verdades
históricas recogidas durante las entrevistas, en documentos e investigaciones,
construí mi propia Minerva Mirabal.
La Minerva
Mirabal que sale en estas páginas siguió siendo la aguerrida, hermosa,
valiente, romántica y espontánea mujer que todos recuerdan, pero quizás puse en
sus labios consideraciones muy mías, al querer hacer una reflexión sobre los
mitos que construyen los pueblos. Imágenes que a fuerza de elogios casi
sobrenaturales, olvidan su condición humana, haciendo del mito un dios o una
diosa que a ojos de todos debe llegar casi a la perfección, modificando la
propia realidad.
Creo también
que la historia de las Mirabal debe volver a escribirse. Minerva fue una mujer
extraordinaria, afirmación que escribo con absoluto convencimiento. Sin
embargo, no hemos sido justos en el análisis de María Teresa, como dice Sina
Cabral. Ella no fue la hermana pequeña que siguió a la mayor o al esposo
revolucionario, sino una mujer de profundas convicciones que se entregó en
cuerpo y alma a una causa por la que creía. Patria Mirabal, se vinculó quizás
por accidente, pero ella y su esposo Pedro, fueron víctimas de la represión y
la rabia del dictador; sufriendo en carne viva los horrores de la violencia
estatal.
Todo el mundo
habla de “Las tres hermanas Mirabal”, pero hay una cuarta hermana. Dedé Mirabal
es esa cuarta, la que vivió para contar la historia. Es reconocida como la
mujer que luchó para tener en alto el valor y el heroísmo de sus hermanas
asesinadas. Sin embargo, yo creo que
Dedé, ha sido, es y será siempre, como sus hermanas, una verdadera mariposa. Asumir el compromiso, junto a su madre de
criar unos hijos huérfanos, educarlos con una visión positiva de la vida, sin
olvidar el pasado y en medio de un ambiente hostil, no fue tarea fácil. Y más aún,
luchar para situar la memoria de sus hermanas en el corazón del pueblo,
recordar que su sacrificio no fue en vano, y lograr que hoy, las Mirabal se
hayan constituido en un ícono de la lucha de las mujeres, sólo puede ser el
producto de un ser excepcional. Las
mujeres de hoy tenemos una gran deuda con Doña Dedé. Imitar su optimismo vital,
debe constituirse en un objetivo. Trabajar tanto como ella, como las hormigas
de su jardín, debe ser motivo de orgullo y de ejemplo a seguir por nuestro
género. Pero lo que más me impresiona de Dedé es su disposición permanente de
contar una y otra vez, ad infinitum, la historia de sus hermanas. Recibir a
todos los que quieren conocerla con la misma sonrisa. Abrir su casa a gente
extraña, para mostrarle sus recuerdos, y poner a la disposición de quien quiera
su pequeño espacio vital, sólo puede ser realizado por alguien verdaderamente
excepcional. Creo sinceramente que vivir como ella, es sencillamente un canto a
la esperanza. Minerva Mirabal y sus hermanas, fueron mujeres de su tiempo, que
asumieron los retos de ese tiempo con valor y sacrificio.
Finalizo estas
reflexiones asumiendo como mías las
palabras de Minou en el acto en que los restos de las hermanas y de Manolo,
fueron llevados a descansar ¡por fin! a Conuco:
“Los verdaderos héroes, dice la periodista
española Rosa Montero, son seres normales que en circunstancias excepcionales
son capaces de crecerse hasta dar el máximo.
Luego pasados los momentos críticos y los años del frío, los verdaderos
héroes se sumergen de nuevo en el anonimato, en esa cotidianidad sensata y
sustancial de la que son paladines. Con
este acto debemos hacer reverencia a muchos otros héroes, luchadores por la
libertad que durante más de tres décadas se involucraron en la resistencia, poniendo
con ello en peligro no sólo sus propias vidas sino los de los todos los
miembros de sus familias.” [13]
FUENTES DE INFORMACION
ENTREVISTAS
1. Dedé Mirabal el 5 de enero del 2002
2. Minou Taváres Mirabal el 20 de febrero del
2002
3. Tomasina Cabral el 17 de abril del 2002
4. Ambiorix Díaz Estrella el 25 de abril del
2002
5. Violeta Martínez el 25 de abril y el 25 de mayo del 2002
6. Ángela Tavárez el 6 de mayo del 2002
7. Antonia Rosario Rodríguez el 25 de mayo
del 2002
8. Norys y Nelson González el 22 de junio del
2002
9. Mercedes Conde, Doña Chelito, 22 de septiembre
del 2002
10. Violeta Martínez Bosch López el 24 de
septiembre del 2002
11. Manuel Tavárez Mirabal, 5 de octubre del
2002
12. Dr. Ángel Concepción, 5 de octubre del
2002
13. Binelly Ramírez, 23 de octubre del 2002
14. Luisa Jorge, 23 de octubre del 2002
15. Wenceslao Vega, 23 de octubre del 2002
16. Thelma Benedicto, 4 de noviembre del 2002.
BIBLIOGRAFÍA
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BESANT, Annie,
El hombre y sus cuerpos, Barcelona,
Editorial Humanitas, Segunda edición, 1997.
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FERRERAS,
Ramón Alberto, Las Miralbal. Media isla (3), Santo Domingo, Editora Cosmos, 1976.
GALVAN,
William, Minerva Mirabal. Historia de una heroína, Santo Domingo, Editora Taller, Tercera Edición, 1997.
GIBSON, Ian, Yo, Rubén Darío. Memorias póstumas de
un Rey de la Poesía, Bogotá, Colombia, Ediciones Santillana, 2002.
GOMEZ SÁNCHEZ,
Fuime, Minerva, Patria y María Teresa. Heroínas y Mártires, Santo
Domingo, Ediciones CONES, 1999.
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Barcelona, Ediciones B., SA, 2000.
MIRABAL,
Minerva, El principio de la
irretroactividad de las leyes y la jurisprudencia dominicana (tesis doctora,
1959l), Santo Domingo, Ediciones del
Comisionado de Apoyo a la Reforma y Modernización de la Justicia, Impreso en
Editora Búho, 2000.
MARTINEZ,
Violeta, Homenaje a las Hermanas Mirabal, Santo Domingo, s/r, Quinta Edición, 2001.
DOCUMENTOS
·
Correspondencia
entre Minerva Mirabal y Manuel Aurelio Tavárez
Justo
·
Correspondencia
entre Minerva Mirabal y Violeta Martínez Bosch-López
·
Auto
de envío al Tribunal Criminal del Doctor Ambiorix Díaz Estrella, 1962.
·
Entrevista
a Ambiorix Díaz Estrella, “Yo levanté los cadáveres de las Mirabal”, Revista Ahora No. 711 del 27 de junio de
1977.
VIDEOS
·
“De
regreso a casa”, traslado de los restos de las Hermanas Mirabal, noviembre del
2000.
·
“En
el tiempo de las mariposas”, película producida y actuada por Salma Hayek en
versión en español y en inglés.
·
Programa
SER HUMANO Especial sobre las Hermanas Mirabal en noviembre de 1994.
·
Entrevistas
en el Programa “Contacto” a Minou Tavárez Mirabal, noviembre del 2000.
·
Programa
Especial del Programa “Contacto” en homenaje a Dedé Mirabal., 2001
[1] Me refiero al libro de mi autoría “La
política exterior dominicana (1961-1974)”.
Tomo 1 “13 años de política exterior. Apuntes para un nuevo enfoque” y
Tomo II “La política exterior dominicana: del caos al abandono”, Santo Domingo, Banco de Reservas, 2002.
[2] Tomado del libro “Homenaje a las Hermanas
Mirabal”, textos de Violeta Martínez, Santo Domingo, quinta edición 2001.
[3] “Yo levanté los cadáveres de las Mirabal”
por Bonaparte Gautreaux P., Revista Ahora, Año XVI, No. 711 del 27 de junio del
1977.
[4]
Los restos de Ricardo Socías fueron trasladados al cementerio de Montecristi.
[5] Se refiere al muy reconocido literato Don Virgilio Díaz Grullón
[6]
Annie Besant, El hombre y sus
cuerpos, Barcelona, Editorial Humanitas, segunda edición, 1997.
[7]
Elisabeth Kubler-Ross, La rueda de la vida, Barcelona, Ediciones B, SA,
2000.
[8] Ibíd., p. 255.
[9] Ibíd., p. 256
[10] Me refiero a mi libro “Ulises Heureaux:
Biografía de un dictador”, Santo Domingo, Intec, 1987.
[11] Aquí estoy hablando de mi segundo libro,
Buenaventura Báez. El caudillo del Sur, Santo Domingo, Intec, 1990.
[12] Esta investigación fue mi tercer libro:
Una utopía inconclusa. Espaillat y el liberalismo dominicano del siglo XIX,
Santo Domingo, INTEC, 1997.
[13] Discurso de Minou Tavárez Mirabal en el
acto “De vuelta a casa” noviembre del 2000.
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