ENCUENTROS
“Diario íntimo. Dos. En rescate de lo verdadero
Por:
Mu-Kien Adriana Sang
El cuidado de sí mismo es un paso muy
importante en la comprensión y en la realización de nuestra totalidad humana:
vivimos gracias a nuestro cuerpo -y a
través de él- y por eso hemos de
cuidarlo como si se tratase de un objeto precioso que nos han entregado para su
custodia. El cuerpo es un instrumento
maravilloso, sabio. Nuestra arrogancia nos lo ha hecho olvidar y por eso lo
consideramos como una carrocería, como una cáscara que hay que idolatrar, y no
como el sitio físico a través del cual se manifiesta el Espíritu, Susana
Tamaro, Querida Matilda.
Los días de encierro, aunque largos, no se me hicieron
monótonos. Decidí no hacer uso de la
racionalidad. Abandoné lecturas intelectuales sobre historia, sociedad o
política. Las noticias de la prensa me parecían todas iguales. El presidente
saliente siguió diciendo cosas que no me interesaron. El Presidente electo
generaba expectativas con sus nombramientos. Leía las novedades de la vida
política sin interés. Me dejé llevar por los sentimientos y sensaciones. Decidí
ser, más que hacer. Hice una mirada hacia el pasado, evalué y reflexioné
mucho. Y, con todo el tiempo del mundo,
entre punzadas y pastillas, aprendí a valorar las cosas importantes de la vida.
Rescaté y coloqué en lugar privilegiado al amor verdadero y la amistad sincera.
La
presencia preocupada de Rafael y de sus hijos, mis hijos, me hizo confiar y
creer aún más en lo maravilloso que es el amor y la entrega incondicional. Amar no es sólo el disfrute de la
alegría y de los momentos placer,
tampoco es únicamente la compañía tranquila de los momentos de paz; amar es
también estar activamente presente cuando el dolor o la tragedia se presentan.
Afrontar juntos las cosas buenas y malas, es la mejor recompensa de amar y ser
amado. Así me sentí y por eso di las gracias mil veces a Dios y a la vida por ese privilegio que he podido disfrutar.
La
compañía de mis hermanos y sus hijos, mis sobrinos y sobrinas, colocó en un
pedestal más alto el amor filial como un especial punto de referencia en el
camino de la vida. La familia, nuclear y
ampliada, constituye, sin duda alguna, un soporte especial, un aliento
indispensable para seguir avanzando en nuestro largo caminar. Escuché una vez
decir a alguien una frase que ha marcado por siempre mi conducta con los míos:
“En las familias no hay pecados imperdonables”.
No hay mayor verdad que esa. No
elegimos a los padres ni a los hermanos, sencillamente nacimos y crecimos en
ese seno familiar, sin elección alguna, vínculo indisoluble que nada ni nadie
puede borrar. Lo que somos hoy, tiene
sus raíces, buenas y malas, en el entorno en que viste la luz por vez primera y
creciste. No hay familias perfectas. La
perfección no existe. Lo único
perdurable y perfecto es el sentimiento filial que nada ni nadie puede
destruir. Y esa certeza de que los tuyos
estarán siempre a tu lado, te permite transitar con mayor comodidad y alegría.
Las
llamadas expresando preocupaciones o buscando más informaciones sobre mi estado
de salud, las visitas de los amigos y amigas que simplemente con su presencia
en ese cautiverio obligado, fueron verdaderos alicientes para seguir
batallando. Los pequeños detalles, el libro que me prestó el amigo, el helado
para agradar el paladar, la flor que sólo pude ver desde lejos porque estaba
prohibida para mí, el chocolate que comí
con fruición, las sonrisas, los abrazos, me hicieron sentirme privilegiada de
poder disfrutar y sentir la amistad verdadera.
Y me convencí nueva vez que los amigos constituyen la familia
elegida. A este grupo de personas que
giran a tu alrededor y te acompañan en las buenas y en las malas, tienes la
oportunidad de agruparlos y seleccionarlos uno a uno, en base a tus propios
criterios y tus propios intereses. Amas
y convives con los amigos porque comparten tu propia visión de la vida, porque
sus gustos son similares a los tuyos, o porque sencillamente disfrutas de su
compañía. A esa familia seleccionada hay
que cultivarla y cuidarla.
En el
cautiverio-encierro de tantos días, ponderé también mi propia vida. Pensé en
cuánto a veces los humanos trabajamos mucho para disfrutar luego, cuando quizás
no hay tiempo ni lugar para el disfrute. Durante décadas trabajé en la
universidad, escribí durante los fines de semana, colaboré como pude en las
organizaciones, manteniendo mi vida ocupada durante los siete días de la
semana, sin encontrar el valor del NO HACER. No concebía la soledad, no daba
importancia al momento de paz que cada ser humano de encontrar para pensar y
repensar su propia existencia. Evalué y critiqué mi propia vanidad. Nos
preocupamos enormemente, me preocupé y me preocupo todavía, de la apariencia
como un fin, no como un medio para sentirnos bien. He acumulado por años, una cantidad
innecesaria de accesorios y vestimentas que a la postre en los momentos
difíciles de la vida, sólo representan un estorbo. Mientras estuve recluida pasé los días con
simples y cómodos ropajes, sin maquillaje de ningún tipo, sin pensar que el
zapato debía combinar con la cartera, y si los accesorios eran o no los
adecuados. ¿Por qué las mujeres a veces, incluso las que como yo se dicen
intelectuales, somos tan superfluas y vacías? ¿Vale la pena gastar tantas
energías en la apariencia? ¿No sería más conveniente dedicar parte de ese
tiempo a la soledad, a la búsqueda de la felicidad interior? ¿Por qué no
equilibramos mejor el ser, el hacer y el parecer?
Nunca he
sido ambiciosa de dinero y poder económico y político. Elegí desde joven una profesión de servicio,
que como mi padre me decía siempre “Hija, has elegido estudiar mucho en cosas
que no dejan dinero. Has estudiado para firmar un contrato con la miseria”.
Exageraba mi padre, claro está. Ambicioné más que nada ser una gran escritora y
una gran maestra. Creo que he logrado
las metas que me propuse en la vida. He
escrito mucho, menos de lo que pensaba a esta altura de mi vida, pero
suficiente para ser considerada como tal.
Nunca he dejado la docencia. En estos días de enfermedad, varios de mis
queridos estudiantes estuvieron pendientes de mi salud. Una de ellas incluso me
llevó una virgen bendecida para que me protegiera y me puso en sus oraciones
durante todo el mes. No puedo entonces quejarme, quise ser maestra y lo he sido
siempre.
Pero al final de todo, hoy pienso convencida
que lo más importante debe ser buscar la felicidad. ¿Qué significa ser feliz? ¿Tener o ser?
¿Vivir con los demás o para los demás?
Creo que ser feliz es estar en paz con lo que uno ha podido ser, siempre
y cuando haya sido el fruto del trabajo serio, honrado y tesonero. Sin ser conformistas, porque la lucha es el
motor de la existencia, debemos aceptar lo que somos para ser felices. Evaluando entonces, lo que he sido y lo que
tengo, mis bienes más preciados, que no son materiales, pienso que soy una
mujer feliz.
He tenido el privilegio de haber nacido tres veces en
mi vida. La primera fue hace 49 años
cuando mi madre me trajo a la vida. La
segunda vez renací a los 26 años, cuando mi profesor de historia, el gran Ruggiero
Romano, me hizo cambiar radicalmente mi forma de pensar, de ver y reconstruir
la historia; la tercera en este año 2004, cuando tomé conciencia de mi
fragilidad como ser humano, de la certeza de la muerte, de la necesidad de
luchar por la vida, de la enorme fortuna que tengo de ser amada
incondicionalmente, del valor verdadero de la amistad sincera y de la familia
ampliada que te acompaña siempre en las buenas y en las malas. Nací de nuevo hace unos días, cuando tomé
conciencia de la dicha que tengo de vivir como vivo, de privilegiar la soledad
como una forma de conocerme y conocer mejor el mundo, y de considerarme una
mujer que, a pesar del dolor, ha encontrado la felicidad.
¿Por qué había
aconsejado a mi amigo que se sumergiese en la naturaleza? Porque en este
período, la naturaleza, cuando demuestra la tozudez de mi mimosa, habla un
lenguaje único y extraordinario, el de volver a nacer. Y volver a nacer no
atañe solamente a las hebras de hierba, a los bulbos, a la linfa que corre por
las ramas más que abandonadas. Volver a nacer atañe también a nuestros
corazones: renacer, estar disponibles para reconstruirnos en un orden diferente
quiere decir construir un tiempo y un lugar donde realizar la esperanza, Susana
Tamaro, Querida Matilda.
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