ENCUENTROS
“La estrella de Alberto”
Por Mu-Kien Adriana Sang
“Un
niño pequeño
miró una estrella
Y se echó a llorar.
Y la estrella dijo
¿Por qué estás llorando?
Y el niño respondió
Que
nunca te podré tocar.
Y la estrella respondió
Niño
Si no estuviera en tu corazón
No podrías verme.”
“Dentro de cincuenta años no importará qué clase de auto manejaste, en qué casa
viviste, cuánto tuviste en tu cuenta
bancaria o qué ropa usabas. El mundo
puede llegar a ser un poco mejor porque fuiste importante en la vida de un
niño”
John Magliola.
Hace ya unos meses, recibí una llamada de un jovencito llamado
Alberto Cubillas Gadea, estudiante de término del Colegio Calazans. Me dijo que
el Departamento de Orientación, en ocasión de la semana vocacional, le había
pedido a cada uno de ellos que hacer una entrevista a alguien que ejerciera la
profesión que aspiraban. Alberto, historiador en ciernes, amante de la historia
contemporánea como pocos, pidió entrevistarme. Halagada, respondí
afirmativamente.
Al llegar a mi
casa, vi la personificación exacta del nuevo héroe de la juventud, Harry
Potter: delgadito, de baja estatura, miope agudo, con sus pequeños lentes
redondos que le dan aires de genio, tímido pero firme en sus ideas, llevando a
cuestas una pesadísima mochila verde cargada de libros. Le dejé pasar, y desde
que nos sentamos y comenzó a hacerme preguntas me di cuenta que estaba en
presencia de un jovencito brillante, fuera de serie, muy maduro para sus años,
demasiado informado no sólo para su edad, sino para el común de los
adultos. Cuando finalizó su
cuestionario, le hice yo algunas preguntas. Me quedé anonadada. Manejaba la
bibliografía tan bien como un investigador entrenado. Estaba al tanto de las
posiciones de los grandes historiadores del mundo y, por supuesto, del país. Su
vida era, es y será, la historia, y los libros el instrumento para navegar por
esas aguas.
Impresionada por su
formación, lo invité a participar en mis clases de Historia de las Ideas
Políticas, en la cual participaban estudiantes de término de la universidad.
Sin mostrar temor, a pesar de su aparente timidez, Alberto aceptó el reto, y me
dijo que haría una exposición sobre la dictadura de Trujillo, su interés de
estudio, yo afirmo, su obsesión desmedida.
Lo hizo. Al hacer sus planteamientos, observé su nerviosismo, le
temblaban las manos, no así su voz. Nos impresionó a todos.
Hace unos días, en
mi clase sobre Pensamiento Dominicano, tuve el grato placer de verlo
nuevamente. Me preguntó si podía
participar de oyente en mis clases. En
ese momento estábamos hablando sobre la intelectualidad dominicana de
principios del siglo XX hasta la Era de Trujillo: José Ramón López, Federico García Godoy,
Pedro Henríquez Ureña, entre otros. El
grupo se mostró sorprendido con las intervenciones de Alberto, tanto que en la
clase siguiente llegó tarde y todos preguntaron por qué “Harry”, refiriéndose a
Alberto, no estaba presente. Al entrar en el período de Trujillo, le invité a
que presentara una ponencia. Aceptó gustoso. Cuando llegó su momento, Alberto
había preparado una tremenda exposición sobre “la intelectualidad en la Era de
Trujillo”, llevó textos, citó otros de memorias, vestido la osadía y gallardía
juvenil, se atrevió a hacer críticas a
algunos de los autores. Al terminar el curso lo aplaudió.
Envuelto en su necesidad de hacer la
“diferencia”, Alberto ha caído en el error histórico de justificar la dictadura
de Trujillo y de minimizar la participación del movimiento
anti-trujillista. Deslumbrado por la innegable
capacidad de control y dominio de Trujillo y sorprendido por la inserción
dominicana al mundo capitalista, mi querido Harry Potter asume una defensa
inusual e injustificada con un régimen a todas luces negador de la
libertad. Por eso, cuando terminó su
exposición, lo felicité de corazón, pero
me atreví a hacerle algunas críticas. Le dije que hace un tiempo, yo también
había sucumbido a los encantos de un dictador, Ulises Heureaux, Lilís, hasta
que tuve la dicha de encontrarme con Doña Guillermina Puigsubirá, quien inteligentemente
me dio algunas lecturas que me hicieron descubrir el lado humano de la
historia. La experiencia, les dije, me invitó a escribir un artículo
autocrítico, en el cual expresaba mi deseo de poder borrar todo aquello que
había pensado y había escrito. Les conté que desde ese momento me había
convertido en una defensora de la libertad, como el tesoro más preciado de un
ser humano. Concluí mi exposición parafraseando un texto de Norberto Bobbio,
quien afirmaba que él (Bobbio) era una de esas personas que había perdido la
esperanza, pero que estaba convencido que la peor de las democracias era
preferible a la mejor de todas las dictaduras.
Hablaba y observaba a Alberto, sus ojos me miraban inquisidores. No
tuvimos más tiempo de discutir, pues el tiempo de clases se había agotado.
Alberto y yo regresamos juntos a nuestros
respectivos hogares. En el trayecto
trató de explicarme de nuevo sus ideas y planteamientos, pero no hizo más que
reafirmar mi convencimiento. Le dije que siguiera así, defendiendo con pasión
sus ideas y que continuara trabajando el conocimiento histórico con ahínco. Era
en vano seguir con mis explicaciones.
Sólo el tiempo y la madurez le harán quizás cambiar de posición.
Al igual que el niño de la historia que
encabeza este artículo, Alberto anda en
la búsqueda de su estrella, y yo doy gracias a la vida de poder acompañarlo,
aunque sea un pequeño trozo de su largo camino por la vida. Cuando veo jóvenes
como él, siento el futuro promisorio. Me llena de emoción y alegría sentir su entusiasmo,
su avidez por aprender cosas nuevas y su pasión por la historia; me doy cuenta
que nuestro oficio no quedará excluido en este inmenso mercado competitivo y
destructivo.
Como dije hace un tiempo, hablando de otros dos brillantes alumnos, Kai
y Alejandro, el Maestro es sólo un punto de referencia, quizás una guía, y que
sus conocimientos son temporales y circunstanciales. Estos jóvenes aventajados
me hacen sentir feliz y orgullosa. Podría morir tranquila sabiendo que hay
nuevos bríos en la vida que buscan tomar la antorcha para sucedernos. ¡Sigue tu
camino Alberto!
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