lunes, 29 de abril de 2013

El laberinto de la identidad


LA IDENTIDAD: UNA MEDITACIÓN.
( A propósito del trafico de chinos  )
 
 
Por Mu-Kien Adriana Sang


 

 

“Perfeccionar el conocimiento consiste en penetrar y profundizar en los principios de las cosas.  Al profundizar en los principios de las cosas, perfeccionaban su conocimiento; al perfeccionar su conocimiento, los pensamientos se hacían puros; al hacer puros sus pensamientos, el corazón, la persona se corregía; al corregirse la persona, la familia era bien dirigida; al ser bien dirigida la familia, el Estado era bien gobernado; al ser bien gobernado el Estado, la gente gozaba de paz y armonía.” TA HIO, La gran enseñanza.

 

 

He visto con tristeza las noticias que dan cuenta del aumento del volumen de migrantes ilegales que utilizan nuestro país como puente para destinos más “promisorios”. Una gran mafia, con apoyo de algunos funcionarios gubernamentales, se ha desarrollado. Aprovechando la miseria de seres que necesitan buscar formas de vivir, trafican con ellos prometiendo la realización de sus sueños a cambio de dinero, mucho dinero. Asiáticos de todas partes corren a la aventura.  El drama humano es también nuestro. Cientos de dominicanos toman barcazas para llegar a Puerto Rico. Sin importar las consecuencias, se someten a la voracidad del mar y a los engaños de sus traficantes. ¡Qué terrible tragedia humana!

 

Soy un ser humano a quien el destino dio la oportunidad de haber nacido, formando parte de uno de esos grupos socialmente excluidos y marginados. Tuve además el privilegio de ser bautizada con dos nombres que reflejan fielmente los dobles senderos que formaron mi origen. Soy el producto de los horrores que provoca la guerra. Soy hija de un emigrante que zarpó desesperado a la aventura por el mar desconocido. Desde la China continental, salió huyendo de las secuelas de miseria e inseguridad que produjo la invasión japonesa a China. Soy una de sus hijas y me siento orgullosa de mi doble y complementario origen. Doy gracias en nombre de los hombres y mujeres que han vencido múltiples trabas impuestas y han soportado tantas exclusiones, abiertas o soterradas. Las reservas sociales sobre mi origen no han hecho más que fortalecer mi espíritu,  y ratificar la firme decisión de que es necesario avanzar en el camino de la vida.

 

Mi padre, como emigrante, soñó con la vuelta a casa, a la patria chica. Es el drama del migrante. Ser, nacer, pertenecer y amar una tierra que te asecha y  despoja de tu futuro, porque no brinda las oportunidades necesarias para una vida digna, empujándote a la aventura. Entonces llegas a una tierra desconocida que te rechaza y te margina. La forma de caminar, de ver la vida, de hablar y comportante socialmente evidencia tu condición de extranjero. El acento te delata y la nostalgia del regreso te traiciona. Vivir con la esperanza del regreso es sólo un aliciente. Los que tienen la oportunidad de visitar su tierra amada, se dan cuenta que aquí también son extraños.  ¡Qué dramas y pruebas ofrece a veces la vida!

 

El Profesor Juan Hung Hui, un prestigioso académico de la Universidad de Chengchi en Taipei, afirma en su libro “Chinos en América” [1] que la migración china ha sido el producto de la conjunción de dos factores: por un lado la calamitosa situación de China en el siglo XIX,  y por el otro, la  necesidad de mano de obra barata que demandaba la expansión capitalista.  En un principio, sigue afirmando Hung Hui, los migrantes chinos, como todo migrante,  pensaban en la temporalidad de su permanencia en América. El regreso al suelo patrio era su signo característico y sobre todo su utopía vital. Sin embargo, las condiciones propias de la migración (el régimen semi esclavista de contratación, la lejanía y el alto costo del transporte) hicieron del regreso una empresa verdaderamente imposible.  Partiendo de esa difícil realidad, Hung caracteriza la historia de la migración china como “un cuadro desolador de discriminaciones, malos tratos, trabajo duro y situaciones conflictivas con los movimientos y agrupaciones obreras de las naciones receptoras”  Pensé al leer esto, ¡Dios cuánto habrá sufrido mi pobre padre! ¡Qué difícil resulta hacer la historia de tu propia historia y tu propia sangre!

 

La inestabilidad política de China hizo que el flujo migratorio hacia América aumentara de manera considerable en los años cuarenta de siglo XX.  La migración china al Caribe tenía (¡y tiene!) un claro objetivo:  servir de trampolín para  llegar hasta la tierra prometida de los Estados Unidos. Las islas de Cuba, Puerto Rico o República Dominicana son  vistas como paradas necesarias para proseguir el trayecto hacia el destino final.  Pero la realidad en la mayoría de los casos se impone a los deseos.  Muchos de los migrantes chinos que llegaron tuvieron que quedarse en las islas, siempre con la esperanza de zarpar nuevamente para llegar a la tierra salvadora. La gran mayoría se quedó en el país. La utopía americana salvadora se convirtió en una gran decepción. La imposibilidad del regreso a su China natal, fue la gran frustración.  Muchos optaron por crear y recrear su propia cultura, quedándose en los ghetos, otros, como fue el caso de mi padre, decidieron vencer las múltiples trabas y exclusiones para  insertarse a la sociedad.  Yo tuve esa ventaja.  En mi condición de segunda generación, encontré el camino allanado.

 

Mi padre adoptó la nacionalidad dominicana. Asumió esa condición con celo inmaculado. Incluso decidió educar a sus hijos en el marco de la cultura dominicana, los elementos  chinos  de nuestra educación eran secundarios.  Tengo recuerdos muy gratos de las fiestas familiares para celebrar el año nuevo chino de acuerdo al calendario lunar. Pero su decisión de insertarse en la sociedad de Santiago lo hizo guardar en un lugar profundo de su corazón algunos rasgos culturales de su vida cotidiana.  Sin embargo, cuando se le diagnosticó un cáncer  mortal en sus pulmones, decidió retomar esos rasgos rezagados de su identidad. Siendo un ferviente católico practicante, ofrecía algunos saludos especiales a una estatua de un Buda que adornaba el jardín interior de nuestra casa.  Esa decisión de sus últimos días le dieron una paz impresionante, al haber podido combinar esos dos elementos de su identidad.  Al morir papá tomé la decisión de descubrir mis raíces orientales.  Desde entonces soy una ferviente lectora de la filosofía taoísta. Intento conocer y transitar los diferentes senderos de una cultura tan milenaria como desconocida. Y lo estoy haciendo sin abandonar uno de los oficios que más amo en la vida, la investigación histórica. Y lo estoy haciendo, sin dejar de ser y sentirme tan dominicana como el que  más. Y lo estoy haciendo, sin abandonar mi compromiso político y social de participar activamente en el fortalecimiento y transformación de la democracia dominicana. Y lo estoy haciendo, sin dejar de reclamar mis derechos y de cumplir con mis deberes en el marco de una nueva concepción de ciudadanía. Y lo estoy haciendo y  hoy, confieso que cada descubrimiento nuevo me hace sentir una mujer mucho más plena y confiada. Y hoy, más convencida que nunca, comprendo cuán compleja es el  conocimiento del camino de la identidad.  Gracias por acompañarme en mi propio laberinto existencial.



[1] Juan Hung Hui, Chinos en América, Madrid, Editorial MAPFRE, 1992.

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