LA IDENTIDAD: UNA
MEDITACIÓN.
( A
propósito del trafico de chinos )
Por Mu-Kien Adriana Sang
“Perfeccionar el conocimiento
consiste en penetrar y profundizar en los principios de las cosas. Al profundizar en los principios de las
cosas, perfeccionaban su conocimiento; al perfeccionar su conocimiento, los
pensamientos se hacían puros; al hacer puros sus pensamientos, el corazón, la
persona se corregía; al corregirse la persona, la familia era bien dirigida; al
ser bien dirigida la familia, el Estado era bien gobernado; al ser bien
gobernado el Estado, la gente gozaba de paz y armonía.” TA HIO, La gran
enseñanza.
He
visto con tristeza las noticias que dan cuenta del aumento del volumen de
migrantes ilegales que utilizan nuestro país como puente para destinos más
“promisorios”. Una gran mafia, con apoyo de algunos funcionarios
gubernamentales, se ha desarrollado. Aprovechando la miseria de seres que
necesitan buscar formas de vivir, trafican con ellos prometiendo la realización
de sus sueños a cambio de dinero, mucho dinero. Asiáticos de todas partes
corren a la aventura. El drama humano es
también nuestro. Cientos de dominicanos toman barcazas para llegar a Puerto
Rico. Sin importar las consecuencias, se someten a la voracidad del mar y a los
engaños de sus traficantes. ¡Qué terrible tragedia humana!
Soy un ser humano a quien el destino dio la
oportunidad de haber nacido, formando parte de uno de esos grupos socialmente
excluidos y marginados. Tuve además el privilegio de ser bautizada con dos
nombres que reflejan fielmente los dobles senderos que formaron mi origen. Soy
el producto de los horrores que provoca la guerra. Soy hija de un emigrante que
zarpó desesperado a la aventura por el mar desconocido. Desde la China
continental, salió huyendo de las secuelas de miseria e inseguridad que produjo
la invasión japonesa a China. Soy una de sus hijas y me siento orgullosa de mi
doble y complementario origen. Doy gracias en nombre de los hombres y mujeres
que han vencido múltiples trabas impuestas y han soportado tantas exclusiones,
abiertas o soterradas. Las reservas sociales sobre mi origen no han hecho más
que fortalecer mi espíritu, y ratificar
la firme decisión de que es necesario avanzar en el camino de la vida.
Mi
padre, como emigrante, soñó con la vuelta a casa, a la patria chica. Es el
drama del migrante. Ser, nacer, pertenecer y amar una tierra que te asecha
y despoja de tu futuro, porque no brinda
las oportunidades necesarias para una vida digna, empujándote a la aventura.
Entonces llegas a una tierra desconocida que te rechaza y te margina. La forma
de caminar, de ver la vida, de hablar y comportante socialmente evidencia tu
condición de extranjero. El acento te delata y la nostalgia del regreso te
traiciona. Vivir con la esperanza del regreso es sólo un aliciente. Los que
tienen la oportunidad de visitar su tierra amada, se dan cuenta que aquí
también son extraños. ¡Qué dramas y
pruebas ofrece a veces la vida!
El Profesor Juan Hung Hui,
un prestigioso académico de la Universidad de Chengchi en Taipei, afirma en su
libro “Chinos en América” [1]
que la migración china ha sido el producto de la conjunción de dos factores:
por un lado la calamitosa situación de China en el siglo XIX, y por el otro, la necesidad de mano de obra barata que
demandaba la expansión capitalista. En
un principio, sigue afirmando Hung Hui, los migrantes chinos, como todo
migrante, pensaban en la temporalidad de
su permanencia en América. El regreso al suelo patrio era su signo
característico y sobre todo su utopía vital. Sin embargo, las condiciones
propias de la migración (el régimen semi esclavista de contratación, la lejanía
y el alto costo del transporte) hicieron del regreso una empresa verdaderamente
imposible. Partiendo de esa difícil
realidad, Hung caracteriza la historia de la migración china como “un cuadro
desolador de discriminaciones, malos tratos, trabajo duro y situaciones
conflictivas con los movimientos y agrupaciones obreras de las naciones
receptoras” Pensé al leer esto, ¡Dios
cuánto habrá sufrido mi pobre padre! ¡Qué difícil resulta hacer la historia de
tu propia historia y tu propia sangre!
La inestabilidad política de China hizo que
el flujo migratorio hacia América aumentara de manera considerable en los años
cuarenta de siglo XX. La migración china
al Caribe tenía (¡y tiene!) un claro objetivo:
servir de trampolín para llegar
hasta la tierra prometida de los Estados Unidos. Las islas de Cuba, Puerto Rico
o República Dominicana son vistas como
paradas necesarias para proseguir el trayecto hacia el destino final. Pero la realidad en la mayoría de los casos
se impone a los deseos. Muchos de los
migrantes chinos que llegaron tuvieron que quedarse en las islas, siempre con
la esperanza de zarpar nuevamente para llegar a la tierra salvadora. La gran mayoría
se quedó en el país. La utopía americana salvadora se convirtió en una gran
decepción. La imposibilidad del regreso a su China natal, fue la gran
frustración. Muchos optaron por crear y
recrear su propia cultura, quedándose en los ghetos, otros, como fue el caso de
mi padre, decidieron vencer las múltiples trabas y exclusiones para insertarse a la sociedad. Yo tuve esa ventaja. En mi condición de segunda generación,
encontré el camino allanado.
Mi padre adoptó la nacionalidad dominicana.
Asumió esa condición con celo inmaculado. Incluso decidió educar a sus hijos en
el marco de la cultura dominicana, los elementos chinos
de nuestra educación eran secundarios.
Tengo recuerdos muy gratos de las fiestas familiares para celebrar el
año nuevo chino de acuerdo al calendario lunar. Pero su decisión de insertarse
en la sociedad de Santiago lo hizo guardar en un lugar profundo de su corazón
algunos rasgos culturales de su vida cotidiana.
Sin embargo, cuando se le diagnosticó un cáncer mortal en sus pulmones, decidió retomar esos
rasgos rezagados de su identidad. Siendo un ferviente católico practicante,
ofrecía algunos saludos especiales a una estatua de un Buda que adornaba el
jardín interior de nuestra casa. Esa
decisión de sus últimos días le dieron una paz impresionante, al haber podido
combinar esos dos elementos de su identidad.
Al morir papá tomé la decisión de descubrir mis raíces orientales. Desde entonces soy una ferviente lectora de
la filosofía taoísta. Intento conocer y transitar los diferentes senderos de
una cultura tan milenaria como desconocida. Y lo estoy haciendo sin abandonar
uno de los oficios que más amo en la vida, la investigación histórica. Y lo
estoy haciendo, sin dejar de ser y sentirme tan dominicana como el que más. Y lo estoy haciendo, sin abandonar mi
compromiso político y social de participar activamente en el fortalecimiento y
transformación de la democracia dominicana. Y lo estoy haciendo, sin dejar de
reclamar mis derechos y de cumplir con mis deberes en el marco de una nueva
concepción de ciudadanía. Y lo estoy haciendo y
hoy, confieso que cada descubrimiento nuevo me hace sentir una mujer
mucho más plena y confiada. Y hoy, más convencida que nunca, comprendo cuán
compleja es el conocimiento del camino
de la identidad. Gracias por acompañarme
en mi propio laberinto existencial.
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