ENCUENTROS
“El milagro de las cartas.”
Por: Mu-Kien Adriana Sang
“Gracias por compartir con nosotros, tus lectores, tus alegrías y tus penas, porque las escribas tú no quiere decir que son solo tuyas, son de todos los que todavía pensamos que se puede construir una mejor República Dominicana.” Vilma Arbaje, el 19 de marzo del 2001.
“Mientras
mis ojos recorrían cada letra, mi corazón se llenaba de ternura con tu relato.
Sentí que no era casualidad que Dios me regalaba esta lectura para que iniciara
una nueva semana llena de fe, de esperanza y de fuerzas para seguir desde mi
espacio aportando lo que puedo para hacer un mundo mejor, para no cansarnos
aunque a veces parezca que vence el egoísmo y la maldad...”Ana Isabel Acosta
Columna, carta del 26 de marzo del 2001.
“Me sentí
tentada a escribirle en mi nombre y en el de los que no tienen acceso a todos
los medios y decirle que estamos identificados plenamente con su artículo
“¿Sirve de alto esta tristeza?” Josefina de Santos, carta del 4 de abril del
2001.
“De verdad que tus palabras me tocaron el corazón y sé que serán un
importante incentivo para Maridalia...” Aída Consuelo Hernández, mensaje del 27
de noviembre del 2001.
“Tu artículo sobre la felicidad me ha tocado profundamente. Pasamos la
vida buscándola fuera de nosotros, culpando a otros si no la encontramos, para
luego descubrir que siempre está a nuestro alcance.” Juliana Suardi, carta del
12 de noviembre del 2001.
“Me atreví a escribirle porque es usted una mujer... que cuestiona...
las sinrazones sociales, por eso le envío este material para que compruebe que
sus inquietudes sobre la navidad son fundadas y pueda ayudar a otros a conocer
las verdades sobre el tema...” Rosa Ariza de Valera, carta del 24 de diciembre
del 2001.
“Y al despedirme... con sinceridad le manifiesto que trataré de
encontrar, ya en los últimos años de mi existencia, el camino que usted
encontró para sentirse enteramente feliz, aunque pienso que se genera una
dicotomía en el ser que siendo feliz quiera al mismo tiempo alcanzar una
estrella.” Luis Menieur, carta del 12 de diciembre del 2001.
En los días finales de diciembre, encontré un formal señor que me
esperaba en la puerta de mi oficina. Sonrió, me dijo que no lo conocía, pero
que tenía un mensaje para mí. Se presentó: “Soy el arquitecto Menieur, pero
vengo con un mensaje de mi padre, Luis Menieur, quien me encargó que le
entregara esta carta”. Sonreí y le pedía
que entrara. No sé que contiene, me aseguró. Le dije, “¿quiere que la abramos
juntos?” “Sí”, respondió. Abrí el sobre y comencé a leer. Y mientras leía
reímos juntos. Su padre me escribió
porque había citado en varios artículos poemas de Ida Hernández, a quien había
conocido siendo una niña y deseaba que le remitiera el poema que le había
escrito y dedicado titulado “Vuelve viajera”. Leímos también el poema. Y
descubrimos el manojo de sentimientos expresados en sus versos. Prometí que le
haría llegar a Ida el mensaje. De
inmediato cumplí mi misión. Tanto así, que después llamé a Ida a su casa para
asegurarme que había recibido el mensaje. ¡Qué hermoso me pareció todo aquello!
¡Mis encuentros servían no sólo como lectura, sino como vehículo de
comunicación entre las almas!
Entonces recordé otras cartas recibidas a través del tiempo. Amigos,
conocidos, desconocidos, seres que cono yo, buscan como un sentido distinto a
sus vidas, me escribieron en algún momento para comunicarme los sentimientos
provocados por la lectura de mis Encuentros.
Es posible que se sorprendan. He atesorado todas y cada una de las
notas, cartas y mensajes electrónicos recibidos. Cada frase, cada palabra es un regalo, el
mejor premio y la más grande motivación para seguir escribiendo.
Me conmueve en lo más profundo de mi ser, saber que
cuento con un pequeño grupo de gente que lee mis reflexiones, que se siente
parte de mis angustias y preocupaciones, que se une al encono y la protesta
ante las injusticias que produce nuestra propia humanidad. Me siento agradecida
de la vida al saber que otros hombres y mujeres, como yo, en medio del pesar, buscan
la alegría, la hermosura de lo cotidiano y han decidido aceptar la felicidad
que está en sus (nuestras) propias manos. Sentir, saber que tus palabras llegan hasta múltiples y
recónditos lugares; que son leídas en la tranquilidad de una hamaca en el
lejano Montecristi, o que son la compañía del desayuno dominical de otros, es
un inmenso regalo de la vida.
Y es por todas estas razones, que a través de los días, meses y años, he
guardado con celo y profundo respeto estos mensajes escritos en papeles,
tesituras emocionales y momentos diversos, enviados por los lectores, mis almas
gemelas, con quienes comparto cada domingo mis alegrías, mis lágrimas, mis
rabias y mis críticas a la vida y la sociedad. Gracias por esa agradable
compañía dominical.
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