lunes, 29 de abril de 2013

El auto rojo


 ENCUENTROS


 

“Desapareció el pequeño auto rojo”


Por: Mu-Kien Adriana Sang


 

 

“El júbilo y la ira, la tristeza y la felicidad, preocupaciones y pesares, indecisiones y miedos, son cosas que no sobrevienen por turnos, con humores siempre cambiantes como la música de las cavidades, como las setas de la humedad. El día y la noche alternan dentro de nosotros, pero no podemos decir cuándo surgirán…Pero el que descubramos o no la verdadera naturaleza del alma importa poco al alma misma Una vez entrada en esta forma material, sigue su curso hasta agotarse. Verse acosado por el desgaste de la vida e impulsado hacia delante sin posibilidad de detener el propio curso ¿no es algo muy lastimoso? Trabajar sin pausa durante toda la vida y luego, sin vida para recoger el fruto, agotado por el esfuerzo, tener que marcharse, no se sabe adónde ¿no es acaso una justa causa para la aflicción? Chuangtse, El desgaste dela vida.

 

 

En el Encuentro que apareció hoy domingo 18 de marzo, escribí un artículo que se tituló “El pequeño auto rojo”, en el cual relataba mi deleite  observando el cuidado, empeño y esmero con que su dueño, el chofer de mis vecinos de enfrente, trataba su viejo artefacto que le permitía transportarse de su casa a su lugar de trabajo.  Contaba cómo limpiaba y reparaba con tal dedicación el pequeño vehículo reconstruido  con la pericia imaginativa que la necesidad y la precariedad económica imponen a los pobres. Decía cuánto disfrutaba  “cómo su orgulloso dueño, mientras esperaba la orden de sus empleadores, para que los transportara de un lugar a otro de la ciudad manejando uno de los dos autos modernos  y costosos, aprovechaba para limpiar y dar brillo a su pequeño tesoro rojo.”

 

Esperé ansiosa esta mañana la llegada del periódico. Nunca antes había sentido ansiedad con la aparición de ninguno de mis artículos. Escribo inspirada, envío las pequeñas cuartillas a la redacción del periódico, y cuando aparecen, miro por arriba si no han cambiado nada, recorto la publicación y la archivo en un fólder destinado para tal fin. Pero el artículo de hoy era esperado por mí y mi familia con ansiedad. Cuando lo escribí la semana pasada, todo el mundo, incluyendo mi valiosa asistente doméstica, lo leyó, criticó o agregó alguna idea. Lo esperamos y lo recortamos. Pensé inicialmente sacar una copia para enviárselo a los vecinos y al responsable de mi inspiración. Después Rafael, mi siempre presente esposo, me sugirió que comprara dos periódicos más y le llevara hoy uno a los vecinos y le entregara el otro al chofer mañana cuando se incorporara de nuevo a su semana laboral. Así lo hice. Salí y compré los dos ejemplares convenidos, me dirigí a la casa de los vecinos y me abrió su hija mayor. Le expliqué el objeto de mi visita. Me escuchó atenta y emocionada. Al mostrarle el artículo lo vio con sumo interés. Me llevé una gran sorpresa, cuando ella me contó que ayer sábado había sido el último día de trabajo del chofer. Quince días antes había renunciado a su puesto de trabajo, argumentando que necesitaba aumentar sus ingresos pues su madre tenía un cáncer terminal. Pidió su liquidación para irse a trabajar por cuenta propia. Se sospecha que quizás decidió zarpar por el mar, enfrentarse contra los enemigos marinos y terrenales para iniciar una nueva aventura en su vida en otras tierras. Entré a mi casa. Mi hija Arancha y mi esposo Rafael esperaban ansiosos las noticias. Al contarles, una sombra de tristeza se asomó a sus rostros. “Ahí tienes el tema de un artículo” fue la triste conclusión a la que llegamos los tres.

 

Llegué triste y desesperanzada a mi casa. Tenía la ilusión de que este artículo podría ser un pequeño aliciente en su dura vida. Al hacer el pequeño trayecto de la casa de los vecinos a la  mía reparé que casi no había cruzado palabras con él, sólo el correcto “buenos días”, y algún comentario sobre el clima y el estado del tiempo. “Cuanto calor hace hoy”, le dije alguna que otra vez. “Es verdad y todavía falta lo bueno cuando llegue el verdadero verano”, me respondía con profundo respeto.  Es posible que saliendo de mi casa lo encontrara echado en la sombra de un árbol y le comentaba “Descansando, eh”, y casi siempre contestaba, “Hay que aprovechar el tiempo”.  Tal vez haya cruzado otras frases, producto del protocolo cortés de las relaciones impersonales. Sólo eso y nada más. Estoy segura que cuando me veía salir de mi casa me asimilaba como la “señora” de la casa de los Toribio. En su trato reconozco el respeto impuesto por la sociedad a los que se sienten y se saben en condición social por debajo de su interlocutor. Cualquier palabra mal dicha o empleada podría ser una afrenta a su seguridad laboral. Nunca supe de sus tragedias familiares, hasta ayer no sabía que su madre estaba muy enferma. Es más, todavía no sé si está casado o con hijos, si tiene mujer o concubina. No conozco su nombre, ni su edad, ni de donde viene. Sólo sé que era un hombre correcto, que se esmeraba en su apariencia; un trabajador más de los tantos miles que existen en nuestro país, que luchaba por sobrevivir y que tenía un pequeño, viejo, casi destartalado, carro rojo, que cuidaba como si fuera el mayor de los tesoros. 

 

Y al evaluar el episodio pensé ¡tantas cosas!  Hice conciencia de que pasamos por la vida, recorriendo nuestros días y noches, cruzando con muchas vidas que son anodinas y anónimas para nosotros. Reparé también que en cada contacto humano se esconde un mundo personal de traumas, ilusiones y tragedias que no pueden ser juzgadas por la simple apariencia o la primera impresión.

 

Reitero y reiteraré hoy y siempre, mi convencimiento de que debemos reparar en las cosas simples de la vida, porque en ellas podemos encontrar muchas grandezas.  Abogo por la humanización de las relaciones sociales. ¡Cuánta hipocresía se esconden detrás de las sonrisas clásicas y manidas  que imponen las buenas costumbres y la cortesía!

 

Adiós amigo desconocido y sin nombre. Quizás nunca más pueda volver a verte. Pienso que el pequeño carro rojo, ahora sin tu esmerado cuidado será víctima del tiempo y de su precaria condición física. Adiós héroe anodino de esta tierra que imagino amas y amaste, pero que no te brindó las oportunidades que buscaste. Adiós amigo, otra víctima más de las hipócritas políticas gubernamentales (de todos y cada uno de los cientos y tantos gobiernos que hemos tenido en nuestra historia republicana) que se dicen diseñadas para combatir la pobreza; políticas que se quedan en consultas infructuosas con las llamadas fuerzas vivas de la nación y en  planes absurdos, a veces hermosos, de los funcionarios de turnos, que ven en ese nuevo “Plan de lucha contra la pobreza” una forma de ascender socialmente o de sentar las bases para sus improntas proselitistas.

 

Adiós amigo, gracias por darme otra oportunidad de reflexionar y meditar sobre las grandes contradicciones de la existencia humana.  De nuevo, sin saberlo y sin mediar palabras entre nosotros, he encontrado en tu vida llena de obstáculos y sueños una fuente para pensar mejor en las diversas dimensiones de la vida. Que te vaya bien en la vida que has decidido iniciar.

 

“Porque en este sueño de cien años de la vida, el espíritu poético trágico está fuera, sin embargo, de los siete sentimientos humanos normales de alegría, ira, tristeza, felicidad, amor, odio y deseo. Me he concentrado, pues, en las verdades eternas y hundido mi pluma en la tinta para expresar estas ideas…”  Wang Kaiyun, Contradicciones humanas.

 

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