lunes, 29 de abril de 2013

Testimonio


ENCUENTROS

 

Dulce esperanza


 

Por Mu-Kien Adriana Sang

 

La que rige a la humanidad es la ley del amor. Si la violencia, o sea, el odio nos hubiera regido, nos habríamos extinguido hace muchísimo tiempo.  Y sin embargo, la tragedia de ello es que en la llamada civilización, los hombres y las naciones se conducen como si la base de la sociedad fuese la violencia. La existencia de millones de hombres depende de la intervención de esta fuerza.  Gracias a ella vemos cómo se disipan las pequeñas peleas que entorpecen la vida cotidiana de millones de familias... La historia...registra los acontecimientos que corresponden a una detención momentánea en el funcionamiento de esa fuerza del amor o fuerza del alma...”  Ghandi, Reflexiones sobre el amor incondicional.

 

 Profundamente preocupada y con serias dudas, como la mayoría del pueblo dominicano,  sobre la idoneidad de este proceso electoral;  sumergida en mi propia cotidianidad laboral y familiar; inquieta sobre el futuro que tendrá el sufrido pueblo haitiano; rabiosa y alerta sobre la situación venezolana; alarmada y consternada por el acto terrorista del 11 de marzo en Madrid; me pregunté si ante esa realidad habría posibilidades de encontrar un poco de luz y esperanza en el trozo del camino que actualmente transitamos.

 

El buen amigo Jorge Cela me invitó a participar en un encuentro de educadores de las escuelas que asesora y apadrina Fe y Alegría.  Confieso que saqué el tiempo de asistir a la actividad, porque era una solicitud de Jorge, alguien a quien no puedo negar casi nada.  Llegué, me senté tranquilamente en una silla que encontré por la amabilidad de una de las jóvenes que me la cedió amablemente (¡Ya me entregan sillas, Dios!). Comencé a escuchar diversos testimonios, entonces encontré de nuevo la esperanza.  El panel era acerca de la relación escuela / comunidad, para lo cual invitaron a cinco instituciones para que contaran sus experiencias. Después de escuchar la presentación del Instituto Leonardo Da Vinci, de Santiago, donde su Directora Frida de Villamil, contaba el trabajo de servicio comunitario que habían hecho en sus escuelas a través de EDESA – Cívica,  tocó el turno a CODEGUA (Comité de Desarrollo de los Guandules).  El grupo que representaba a CODEGUA estaba integrado por cuatro mujeres.  Una de sus dirigentas, una joven mujer que se arregló especialmente y con esmero para la ocasión, con su venda de color que adornaba su largo pelo, tomó la palabra.  Comenzó a leer su texto preparado con anterioridad, la voz le temblaba, se equivocó al leer. Pidió excusas. El público la aplaudió para animarla. Pudo entonces continuar. Narró la experiencia del Plan Cigua, pero sobre todo de la Agenda de Desarrollo Barrial para los Guandules.  En este pliego de necesidades, elaborado colectivamente, se destacaba la necesidad de construir una escuela para el barrio.  Buscaron ayuda y la encontraron: Ciudad Alternativa y el Centro Padre Juan Montalvo se convirtieron en sus asesores. Hicieron un plan que pusieron de inmediato sobre la marcha.  Tocaron puertas para conseguir los recursos y  después de mucho luchar, lo lograron. El Plan Social de Lucha contra la pobreza facilitó los fondos. Oxfam, una entidad de cooperación internacional, colaboró con el mobiliario. La comunidad conoció colectivamente el diseño del plantel escolar y está trabajando en la construcción.  Hoy la Escuela Primaria Santa Filomena está en su fase final. Es casi una realidad,  resultado, como ellos mismos dicen, del trabajo conjunto de la comunidad, las organizaciones del sector, las ONG’s y el Estado.

 

Otro testimonio interesante fue el de una madre de “Villa Esperanza”,  una lejana comunidad de la Provincia de La Vega.  Agrupados en torno al centro comunal, construyeron su escuela con la participación activa de los padres y madres, quienes desde hacía tiempo demandaban una escuela primaria para que sus hijos pudiera estudiar.  Casi me asaltaron las lágrimas cuando escuché el testimonio de una madre, cabeza de hogar.  Afirmaba sin temor que gracias al trabajo comunitario se había motivado a estudiar.  Se hizo bachiller a los pocos años y tiempo después se graduó de enfermería, “así puedo mantener honradamente a mi familia”, dijo.  Cuando escuchamos su relato, el público aplaudió vehementemente en signo de reconocimiento.

 

Siguieron los testimonios.  Y mientras escuchaba pensaba muchas cosas.  Estaba segura que el evento no sería recogido en las “nacionales” de ningún periódico. ¡Cuántos héroes y heroínas cuenta la humanidad!  Son ellos los que verdaderamente hacen y construyen la historia, y no los que atropellan y destruyen, ni los que se creen dueños de la vida y los destinos de los pueblos porque cuentan con dinero y poder.  Cuenta Ghandi en el libro “Reflexiones sobre el amor infinito”, que una vez había dos hermanos que estaban constantemente en riña, pero que una vez uno de ellos se arrepintió y revivió el amor que habitaba en él, pudiendo luego los dos hermanos vivir en paz.  Este episodio, afirmaba el gran líder hindú, no fue objeto de reflexión ni de noticia en ningún medio de comunicación.  Continuaba su reflexión afirmando que por el contrario, la prensa recogería enseguida el hecho, hablarían de él todos los vecinos  y hasta la historia se conservaría como parte suya si esos dos hermanos hubiesen recurrido a la guerra. Y tenía razón el gran Gandhi. Estas experiencias comunitarias no trascienden a la luz pública. A pocos interesa que existan en el mundo gente digna que encamina sus energías al bien colectivo. 

 

Vamos juntos a recoger el fruto de la tierra, igual que el alma cosecha los granos de la dicha de la semilla de la lealtad; la misma que el Amor ha plantado en lo hondo de nuestros corazones, ven a llenar nuestros cántaros de los frutos de las estaciones, igual que la vida llena las pirámides de nuestros sentimientos... Gibrán Jalil Gibrán, El Loco.

 

 



                                                                                 

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