ENCUENTROS
Dulce esperanza
Por Mu-Kien Adriana Sang
La que rige a la humanidad es la ley del amor. Si la
violencia, o sea, el odio nos hubiera regido, nos habríamos extinguido hace
muchísimo tiempo. Y sin embargo, la
tragedia de ello es que en la llamada civilización, los hombres y las naciones
se conducen como si la base de la sociedad fuese la violencia. La existencia de
millones de hombres depende de la intervención de esta fuerza. Gracias a ella vemos cómo se disipan las
pequeñas peleas que entorpecen la vida cotidiana de millones de familias... La
historia...registra los acontecimientos que corresponden a una detención
momentánea en el funcionamiento de esa fuerza del amor o fuerza del
alma...” Ghandi, Reflexiones sobre el
amor incondicional.
Profundamente preocupada y con serias dudas,
como la mayoría del pueblo dominicano,
sobre la idoneidad de este proceso electoral; sumergida en mi propia cotidianidad laboral y
familiar; inquieta sobre el futuro que tendrá el sufrido pueblo haitiano;
rabiosa y alerta sobre la situación venezolana; alarmada y consternada por el
acto terrorista del 11 de marzo en Madrid; me pregunté si ante esa realidad
habría posibilidades de encontrar un poco de luz y esperanza en el trozo del
camino que actualmente transitamos.
El buen amigo Jorge Cela me invitó a participar en un encuentro de
educadores de las escuelas que asesora y apadrina Fe y Alegría. Confieso que saqué el tiempo de asistir a la
actividad, porque era una solicitud de Jorge, alguien a quien no puedo negar
casi nada. Llegué, me senté
tranquilamente en una silla que encontré por la amabilidad de una de las
jóvenes que me la cedió amablemente (¡Ya me entregan sillas, Dios!). Comencé a
escuchar diversos testimonios, entonces encontré de nuevo la esperanza. El panel era acerca de la relación escuela /
comunidad, para lo cual invitaron a cinco instituciones para que contaran sus
experiencias. Después de escuchar la presentación del Instituto Leonardo Da
Vinci, de Santiago, donde su Directora Frida de Villamil, contaba el trabajo de
servicio comunitario que habían hecho en sus escuelas a través de EDESA –
Cívica, tocó el turno a CODEGUA (Comité
de Desarrollo de los Guandules). El grupo
que representaba a CODEGUA estaba integrado por cuatro mujeres. Una de sus dirigentas, una joven mujer que se
arregló especialmente y con esmero para la ocasión, con su venda de color que
adornaba su largo pelo, tomó la palabra.
Comenzó a leer su texto preparado con anterioridad, la voz le temblaba,
se equivocó al leer. Pidió excusas. El público la aplaudió para animarla. Pudo
entonces continuar. Narró la experiencia del Plan Cigua, pero sobre todo de la
Agenda de Desarrollo Barrial para los Guandules. En este pliego de necesidades, elaborado
colectivamente, se destacaba la necesidad de construir una escuela para el
barrio. Buscaron ayuda y la encontraron:
Ciudad Alternativa y el Centro Padre Juan Montalvo se convirtieron en sus
asesores. Hicieron un plan que pusieron de inmediato sobre la marcha. Tocaron puertas para conseguir los recursos
y después de mucho luchar, lo lograron.
El Plan Social de Lucha contra la pobreza facilitó los fondos. Oxfam, una
entidad de cooperación internacional, colaboró con el mobiliario. La comunidad
conoció colectivamente el diseño del plantel escolar y está trabajando en la
construcción. Hoy la Escuela Primaria
Santa Filomena está en su fase final. Es casi una realidad, resultado, como ellos mismos dicen, del trabajo
conjunto de la comunidad, las organizaciones del sector, las ONG’s y el Estado.
Otro testimonio interesante fue el de una madre de “Villa
Esperanza”, una lejana comunidad de la
Provincia de La Vega. Agrupados en torno
al centro comunal, construyeron su escuela con la participación activa de los
padres y madres, quienes desde hacía tiempo demandaban una escuela primaria
para que sus hijos pudiera estudiar.
Casi me asaltaron las lágrimas cuando escuché el testimonio de una
madre, cabeza de hogar. Afirmaba sin
temor que gracias al trabajo comunitario se había motivado a estudiar. Se hizo bachiller a los pocos años y tiempo
después se graduó de enfermería, “así puedo mantener honradamente a mi
familia”, dijo. Cuando escuchamos su
relato, el público aplaudió vehementemente en signo de reconocimiento.
Siguieron los testimonios. Y
mientras escuchaba pensaba muchas cosas.
Estaba segura que el evento no sería recogido en las “nacionales” de
ningún periódico. ¡Cuántos héroes y heroínas cuenta la humanidad! Son ellos los que verdaderamente hacen y
construyen la historia, y no los que atropellan y destruyen, ni los que se
creen dueños de la vida y los destinos de los pueblos porque cuentan con dinero
y poder. Cuenta Ghandi en el libro
“Reflexiones sobre el amor infinito”, que una vez había dos hermanos que
estaban constantemente en riña, pero que una vez uno de ellos se arrepintió y
revivió el amor que habitaba en él, pudiendo luego los dos hermanos vivir en
paz. Este episodio, afirmaba el gran
líder hindú, no fue objeto de reflexión ni de noticia en ningún medio de
comunicación. Continuaba su reflexión
afirmando que por el contrario, la prensa recogería enseguida el hecho,
hablarían de él todos los vecinos y
hasta la historia se conservaría como parte suya si esos dos hermanos hubiesen
recurrido a la guerra. Y tenía razón el gran Gandhi. Estas experiencias
comunitarias no trascienden a la luz pública. A pocos interesa que existan en
el mundo gente digna que encamina sus energías al bien colectivo.
Vamos juntos a recoger el fruto de la tierra, igual que el alma cosecha
los granos de la dicha de la semilla de la lealtad; la misma que el Amor ha
plantado en lo hondo de nuestros corazones, ven a llenar nuestros cántaros de
los frutos de las estaciones, igual que la vida llena las pirámides de nuestros
sentimientos... Gibrán Jalil Gibrán, El Loco.
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