ENCUENTROS
“La Mujer maravilla” (y 2)
Por:
Mu-Kien Adriana Sang
“Normalmente cuando las distracciones de la vida
cotidiana menguan nuestras energías, lo primero que eliminamos es lo que más
necesitamos: tiempo para reflexionar, tiempo para soñar , tiempo para pensar, tiempo para
contemplar lo que funciona y lo que no,
para poder cambiar mejor. En el camino hacia la alegría y el bienestar
empezamos a saber cómo hacer pausas.” Sarah Ban Bretnach
No se debería considerar la enfermedad como un
enemigo sino todo lo contrario, como un amigo y compañero que nos advierte de
algo que nosotros hasta ahora no hemos sido capaces de constatar y comprender.
Hay que preguntar a la enfermedad qué pretende decirnos. La enfermedad es un
trastorno somático que apunta a otros trastornos psíquicos en el interior. ¿Qué
mensaje traen los síntomas de la enfermedad? ¿Qué cosas hay en mí que no
funcionan bien? ¿En qué me estoy perjudicando yo mismo? ¿A qué cosas no presto
la debida atención, qué otras necesito y qué podría hacerme bien? Podemos
dialogar con los síntomas de la enfermedad y preguntarles de qué quieren
liberarnos, qué peso vienen a quitarnos de encima. De Anselm Grun y Meinrad Dufner. La salud
como tarea espiritual. Actitudes para
encontrar un nuevo gusto por la vida
Contaba
en mi artículo de la semana pasada acerca de una experiencia personal dura.
Después de haber pasado muchos años sumergida en una vorágine de vital, de haber sometido a mi cuerpo a un estado de
tensión y actividades, mi cuerpo decidió cobrarme el maltrato al que lo había
sometido. Agotado, cansado de vivir en
permanente actividad, colapsó. Esta
experiencia, decía fue tan fuerte que me obligó a pensar y replantearme muchas
cosas. Enferma, obligada a tomar tiempo de reposo, tuve la oportunidad de
reencontrarme nuevamente. Me descubrí humana y profundamente vulnerable.
Detenerme
de golpe en el camino acelerado camino de mi vida, fue una lección, la más
importante en mi existencia. Pude hacer un balance. La soledad, la mejor
compañía, si deseamos hacer
introspección. Tratando de buscar mi
centro, y de lograr la completa armonía conmigo misma, aprendí varias cosas.
Aprendí
el valor del ocio. Había olvidado el simple placer de no hacer nada; el deleite
del silencio, acompañada solo de mis
recuerdos y mis pensamientos. Sentada en mi sillón de descanso, miré por la
ventana y disfruté el espectáculo de los pajaritos que se posan en las flores
que cuelgan de la ventana del estudio. Nadie en mi casa se había percatado que
nuestra terraza era un centro de reunión de pequeños cantores, que cada día por
las tardes, se alimentan del polen, comen y alzan vuelo canturreando. Obligada
a no hacer nada, observé y disfruté de los colores que presenta el cielo en un
solo día. Luz brillante que enceguece, para luego oscurecerse y ponerse gris.
La lluvia que llegó inesperada, bendijo las plantas y refrescó el ambiente
cargado. Estos cambios cotidianos, son imperceptibles, indiferentes más bien,
porque pasamos por la vida trabajando y agobiados por la rutina.
Comprobé
que la verdadera riqueza no está en la posesión de bienes materiales. Que soy
inmensamente rica con la gran cantidad de bienes espirituales que poseo, y
entonces al comprobar esa realidad, ya no me angustia tanto pensar en el ahorro
del retiro.
Valoré aún
más el valor de la familia y los amigos.
Ese grupo de seres que han acompañado mi vida, estuvieron se hicieron
presentes con visitas y llamadas para expresar sus preocupaciones por mi estado
de salud.
Hice
balance de mis ocupaciones, y al comprobar que la voluntad puede ser un factor
de motivación para seguir adelante, nos envuelve a veces de tal manera que nos
hace sentir imprescindibles e invulnerables. Durante mi ausencia de mis
múltiples obligaciones, la vida siguió su curso, y yo pude ser espectadora de
ella. Convenciéndome entonces que si
bien cada quien es necesario en el ámbito donde se mueve, hay una generación
espontánea de supervivencia, que tu reemplazo se hace de manera natural.
Entonces me doy cuenta que somos en nuestra individualidad un elemento pequeño
del universo, necesarios como complemento, pero nunca imprescindibles. Para
bien, muchas veces para mal, los grandes héroes y heroínas de la historia han
partido y han dejando sus huellas, y los recordamos con siempre cariño, pero la
historia no se detiene y debe seguir su curso.
No creo
que haya aprendido bien la lección. Estoy tratando de buscar el centro de mi
vida. No quiero ahora convertirme en un
ser egoísta que solo vive para sí. Tampoco en un hedonista que busca a toda
costa el placer. Me niego a vivir una vida contemplativa, sin retos por
delante. Me conozco y se muy bien que en el momento en que me sienta con las
fuerzas que he perdido, intentaré acelerar la marcha. Cuando suceda, me detendré para obligarme a
contemplar los placeres pequeños que ofrece la cotidianidad. Si por el contrario, un nuevo episodio me
hace detener en mi carrera por la vida, aprenderé a vivirlo con alegría, temor
también, y aprovecharé ese espacio para planificar el curso de mis nuevas
acciones, pero buscaré espacio para la contemplación y el silencio.
“Hoy
intenta disminuir el ritmo. Concibe el día como si fuera un
adagio...Escucha la música que calma y
edifica tu espíritu. Y mientras escuchas, haz una pausa..Así ocurrirá con tu
mundo. De la mano de la armonía ten fe en que tus momentos cotidianos no
tardarán en componer una rapsodia de deseos cumplidos.” Sarah Ban Breatnach, El
encanto de la vida simple.
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