lunes, 29 de abril de 2013

Diario íntimo. 2


ENCUENTROS


 


“Diario íntimo. Dos. En rescate de lo verdadero


Por: Mu-Kien Adriana Sang


 

El cuidado de sí mismo es un paso muy importante en la comprensión y en la realización de nuestra totalidad humana: vivimos gracias a nuestro cuerpo  -y a través de él-  y por eso hemos de cuidarlo como si se tratase de un objeto precioso que nos han entregado para su custodia.  El cuerpo es un instrumento maravilloso, sabio. Nuestra arrogancia nos lo ha hecho olvidar y por eso lo consideramos como una carrocería, como una cáscara que hay que idolatrar, y no como el sitio físico a través del cual se manifiesta el Espíritu, Susana Tamaro, Querida Matilda.

 

 

Los días de encierro, aunque largos, no se me hicieron monótonos.  Decidí no hacer uso de la racionalidad. Abandoné lecturas intelectuales sobre historia, sociedad o política. Las noticias de la prensa me parecían todas iguales. El presidente saliente siguió diciendo cosas que no me interesaron. El Presidente electo generaba expectativas con sus nombramientos. Leía las novedades de la vida política sin interés. Me dejé llevar por los sentimientos y sensaciones. Decidí ser, más que hacer. Hice una mirada hacia el pasado, evalué y reflexioné mucho.  Y, con todo el tiempo del mundo, entre punzadas y pastillas, aprendí a valorar las cosas importantes de la vida. Rescaté y coloqué en lugar privilegiado al amor verdadero y la amistad sincera.

 

La presencia preocupada de Rafael y de sus hijos, mis hijos, me hizo confiar y creer aún más en lo maravilloso que es el amor y la entrega incondicional.  Amar no es sólo el disfrute de la alegría  y de los momentos placer, tampoco es únicamente la compañía tranquila de los momentos de paz; amar es también estar activamente presente cuando el dolor o la tragedia se presentan. Afrontar juntos las cosas buenas y malas, es la mejor recompensa de amar y ser amado. Así me sentí y por eso di las gracias mil veces a Dios y a la vida  por ese privilegio que he podido disfrutar.

 

La compañía de mis hermanos y sus hijos, mis sobrinos y sobrinas, colocó en un pedestal más alto el amor filial como un especial punto de referencia en el camino de la vida.  La familia, nuclear y ampliada, constituye, sin duda alguna, un soporte especial, un aliento indispensable para seguir avanzando en nuestro largo caminar. Escuché una vez decir a alguien una frase que ha marcado por siempre mi conducta con los míos: “En las familias no hay pecados imperdonables”.  No hay mayor verdad que esa.  No elegimos a los padres ni a los hermanos, sencillamente nacimos y crecimos en ese seno familiar, sin elección alguna, vínculo indisoluble que nada ni nadie puede borrar.  Lo que somos hoy, tiene sus raíces, buenas y malas, en el entorno en que viste la luz por vez primera y creciste.  No hay familias perfectas. La perfección no existe.  Lo único perdurable y perfecto es el sentimiento filial que nada ni nadie puede destruir.  Y esa certeza de que los tuyos estarán siempre a tu lado, te permite transitar con mayor comodidad y alegría.

 

Las llamadas expresando preocupaciones o buscando más informaciones sobre mi estado de salud, las visitas de los amigos y amigas que simplemente con su presencia en ese cautiverio obligado, fueron verdaderos alicientes para seguir batallando. Los pequeños detalles, el libro que me prestó el amigo, el helado para agradar el paladar, la flor que sólo pude ver desde lejos porque estaba prohibida para mí,  el chocolate que comí con fruición, las sonrisas, los abrazos, me hicieron sentirme privilegiada de poder disfrutar y sentir la amistad verdadera.  Y me convencí nueva vez que los amigos constituyen la familia elegida.  A este grupo de personas que giran a tu alrededor y te acompañan en las buenas y en las malas, tienes la oportunidad de agruparlos y seleccionarlos uno a uno, en base a tus propios criterios y tus propios intereses.  Amas y convives con los amigos porque comparten tu propia visión de la vida, porque sus gustos son similares a los tuyos, o porque sencillamente disfrutas de su compañía.  A esa familia seleccionada hay que cultivarla y cuidarla.

 

En el cautiverio-encierro de tantos días, ponderé también mi propia vida. Pensé en cuánto a veces los humanos trabajamos mucho para disfrutar luego, cuando quizás no hay tiempo ni lugar para el disfrute. Durante décadas trabajé en la universidad, escribí durante los fines de semana, colaboré como pude en las organizaciones, manteniendo mi vida ocupada durante los siete días de la semana, sin encontrar el valor del NO HACER. No concebía la soledad, no daba importancia al momento de paz que cada ser humano de encontrar para pensar y repensar su propia existencia. Evalué y critiqué mi propia vanidad. Nos preocupamos enormemente, me preocupé y me preocupo todavía, de la apariencia como un fin, no como un medio para sentirnos bien. He acumulado por años, una cantidad innecesaria de accesorios y vestimentas que a la postre en los momentos difíciles de la vida, sólo representan un estorbo.  Mientras estuve recluida pasé los días con simples y cómodos ropajes, sin maquillaje de ningún tipo, sin pensar que el zapato debía combinar con la cartera, y si los accesorios eran o no los adecuados. ¿Por qué las mujeres a veces, incluso las que como yo se dicen intelectuales, somos tan superfluas y vacías? ¿Vale la pena gastar tantas energías en la apariencia? ¿No sería más conveniente dedicar parte de ese tiempo a la soledad, a la búsqueda de la felicidad interior? ¿Por qué no equilibramos mejor el ser, el hacer y el parecer?

 

Nunca he sido ambiciosa de dinero y poder económico y político.  Elegí desde joven una profesión de servicio, que como mi padre me decía siempre “Hija, has elegido estudiar mucho en cosas que no dejan dinero. Has estudiado para firmar un contrato con la miseria”. Exageraba mi padre, claro está. Ambicioné más que nada ser una gran escritora y una gran maestra.  Creo que he logrado las metas que me propuse en la vida.  He escrito mucho, menos de lo que pensaba a esta altura de mi vida, pero suficiente para ser considerada como tal.  Nunca he dejado la docencia. En estos días de enfermedad, varios de mis queridos estudiantes estuvieron pendientes de mi salud. Una de ellas incluso me llevó una virgen bendecida para que me protegiera y me puso en sus oraciones durante todo el mes. No puedo entonces quejarme, quise ser maestra y lo he sido siempre.

 

 Pero al final de todo, hoy pienso convencida que lo más importante debe ser buscar la felicidad.  ¿Qué significa ser feliz? ¿Tener o ser? ¿Vivir con los demás o para los demás?  Creo que ser feliz es estar en paz con lo que uno ha podido ser, siempre y cuando haya sido el fruto del trabajo serio, honrado y tesonero.  Sin ser conformistas, porque la lucha es el motor de la existencia, debemos aceptar lo que somos para ser felices.  Evaluando entonces, lo que he sido y lo que tengo, mis bienes más preciados, que no son materiales, pienso que soy una mujer feliz. 

 

He tenido el privilegio de haber nacido tres veces en mi vida.  La primera fue hace 49 años cuando mi madre me trajo a la vida.  La segunda vez renací a los 26 años, cuando mi profesor de historia, el gran Ruggiero Romano, me hizo cambiar radicalmente mi forma de pensar, de ver y reconstruir la historia; la tercera en este año 2004, cuando tomé conciencia de mi fragilidad como ser humano, de la certeza de la muerte, de la necesidad de luchar por la vida, de la enorme fortuna que tengo de ser amada incondicionalmente, del valor verdadero de la amistad sincera y de la familia ampliada que te acompaña siempre en las buenas y en las malas.  Nací de nuevo hace unos días, cuando tomé conciencia de la dicha que tengo de vivir como vivo, de privilegiar la soledad como una forma de conocerme y conocer mejor el mundo, y de considerarme una mujer que, a pesar del dolor, ha encontrado la felicidad.

 

¿Por qué había aconsejado a mi amigo que se sumergiese en la naturaleza? Porque en este período, la naturaleza, cuando demuestra la tozudez de mi mimosa, habla un lenguaje único y extraordinario, el de volver a nacer. Y volver a nacer no atañe solamente a las hebras de hierba, a los bulbos, a la linfa que corre por las ramas más que abandonadas. Volver a nacer atañe también a nuestros corazones: renacer, estar disponibles para reconstruirnos en un orden diferente quiere decir construir un tiempo y un lugar donde realizar la esperanza, Susana Tamaro, Querida Matilda.

 

 


 

 

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