lunes, 29 de abril de 2013

Palabras de la brisa nocturna, 3


 

ENCUENTROS

 

PALABRAS DE LA BRISA NOCTURNA III


 

Por Mu-Kien Adriana Sang

 

 

Dedicado a Edgar Omar Ramírez, por su sensibilidad con las mujeres

 

“Una característica de la familia china moderna es tener una familia sin sentimientos, o tener sentimientos pero no familia.  Las condiciones de vida fuerzan a los jóvenes a convertir el trabajo y el alojamiento en las condiciones mínimas para acceder a casarse. Sus padres, sumergidos en los trastornos políticos y los cambios sociales, hicieron de la seguridad la base sobre la cual construir una familia.  Para ambas generaciones, cualquier sentimiento que pueda existir surge a partir de los arreglos prácticos que siempre se anteponen a los sentimientos, y cualquier sentimiento dentro de la familia surge posteriormente a estos.  Lo que la mayoría de las mujeres busca y anhela es una familia que se desarrollo a partir de los sentimientos.  Esta es la razón por la que hay tantas historias trágicas de amor en la historia china. Historias que no florecieron ni dieron sus frutos.” Xiran Sue, Nacer mujer en China

 

 

Es posible que los relatos de Xiran me hayan tocado tan profundamente porque provengo de una familia cuyos orígenes se remontan a China.  Todavía recuerdo las expresiones de alarma de mi abuela cantonesa ante la actitud tan occidental de la vida que teníamos mis hermanas y yo.  Traducidas por mi padre todas las peroratas y consejos de la abuela que había venido del lejano oriente, no comprendía sus insistencias y sus preocupaciones.

 

Hace dos años, cuando por primera vez pisé el suelo de la China continental,  noté una sociedad que se transformaba. Dos tendencias opuestas se encontraban en su realidad. Por un lado los valores tradicionales chinos, donde la mujer juega el mero papel de objeto, y por otro, la integración de valores de occidente, en la cual la mujer se integra al trabajo y busca su propio espacio en la sociedad.  Cuando fuimos a Xiam, la persona que nos sirvió de guía era una mujer. Aproveché algunos momentos para preguntarle algunas cosas. Era una defensora de la participación femenina en el mercado laboral, sin embargo, aún persistían en ella, valores tradicionales que no podía desprenderse.

 

Durante la visita a Shangai fuimos a la fábrica de las telas de seda. Allí las mujeres que extraen los hilos de seda de los gusanos trabajan en condiciones infrahumanas.  Metidas en locales sin la ventilación necesaria, tienen que soportar las altas temperaturas del agua donde son colocados los gusanos para hervirlos y extraer el hilo de su cuerpo.  El calor inaguantable y el olor que despiden, hacen del ambiente algo lúgubre y recuerda las explotaciones esclavas de la época imperial china.  Cuando vimos el espectáculo, algunas de las mujeres que allí estábamos nos preguntamos ¿cómo es posible que soporten esas condiciones laborales tan sumisamente? 

 

Al leer el libro de Xinran recordé que a veces, cuando he leído los textos que han llegado a mis manos de la sabiduría China, me ha molestado profundamente el valor que la filosofía y la religión y filosofía taoísta o confucionista ven a la mujer como un mero objeto de reproducción o servicio a los hombres, los seres más importantes de las sociedades chinas.

La sabiduría china, tan profunda y prolifera se detiene ante la mujer.  

 

Al leer todas estas historias, al mirar hacia atrás y ver mi propia historia, al escuchar las historias de otras mujeres chinas, al recordar las historias de las Geishas en Japón, al observar el triste papel que le otorgan a la mujer en las sociedades islámicas, me doy cuenta que nuestra historia, la historia de las mujeres, ha sido escrita con sangre y lágrimas. 

 

Tuve la suerte de haber nacido en un hogar de fuerte tradición china, pero con un grado suficiente de occidente para que nuestro padre otorgara a las mujeres de su familia un papel distinto a lo que él vio en su propio hogar.  Quizás por eso, las cinco mujeres que componemos el lado femenino de la familia somos mujeres fuertes.

 

Después de leer a Xinran recordé a mi padre. De era niña escuchaba algunos de sus relatos con gran incredulidad. No podía pensar que sus historias podían tener algo de verdad. ¿Cómo era posible? Parecían meras fantasías. Ahora recuerdo sus palabras, como si fuera ayer, cuando nos hablaba de la tragedia familiar que significó la revolución cultural; o el significado de la purga social de los hombres y mujeres considerados “parásitos” sociales. Lo que significó para muchos la destrucción de las familias.

 

Al leer todo esto y recordar mi propia historia familiar me doy cuenta, y constato, de nuevo, que la humanidad ha podido avanzar a costa del dolor de mucha gente. ¿Cómo es posible que por el triunfo de un proyecto político seamos capaces de violentar la propia dignidad humana? ¿Cómo es posible que en nombre  de la libertad, sometamos y amordacemos? ¿Es que acaso el fin justifica los medios?  No lo creo. Me resisto a pensarlo.

 

Gracias a Xinran por regalarnos estas historias. Escribió estas experiencias llevándose del consejo de un viejo amigo que le dijo:  “Deberías poner todo esto por escrito. La escritura es una especie de sala de exposición, y un almacén que puede ayudar a crear un espacio para dar cabida a nuevas ideas y sentimientos.  Si no pones estas historias por escrito, tu corazón se colmará de ellas y se romperá.” 

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