domingo, 14 de abril de 2013

La mendiga y la política


 

La mendiga y la política

 

Por Mu-Kien Adriana Sang

 

Te sigo,
pobreza,
te vigilo,
te acerco,
te disparo,
te aislo,
te cerceno las uñas,
te rompo
los dientes que te quedan….

Donde vayas,              
pobreza,
mi canto
está cantando,
mi vida
está viviendo,
mi sangre
está luchando.
Derrotaré
tus pálidas banderas
en donde se levanten…
Yo te desafío,
con duros versos te golpeo el rostro,
te embarco y te destierro.
Yo con otros,
con otros, muchos otros,
te vamos expulsando
de la tierra a la luna
para que allí te quedes
fría y encarcelada
mirando con un ojo
el pan y los racimos
que cubrirá la tierra
de mañana.

Oda a la pobreza, Pablo Neruda

 

Hace casi dos décadas que la veo cada mañana y cada tarde.  Está más encorvada, sus ojos más lejanos, sus piernas más sucias y maltrechas, su vientre más grande, su pelo más cano y maltratado, la curvatura de su boca está más pronunciada… La eterna funda negra bajo su brazo  donde guarda harapos menos harapientos, sigue allí, para cambiarlos a las 7 de la noche cuando termina su jornada “labora”  y parte al barrio a tomar unos tragos.

Hemos envejecido juntas. Ella en las calles, yo con las condiciones favorables de la clase media. Hace unos días, me tocó el cristal del vehículo. Me pidió unas monedas. Le di un billete. Sonrió y entonces vi su boca desdentada. 

Mientras me preparaba para dar la limosna, escuchaba uno de esos programas matutinos de radio.  Se hablaba de las elecciones, de las últimas encuestas, de las declaraciones de uno y otro candidato, de las acusaciones y contra acusaciones de los partidarios de los dos partidos mayoritarios, de la insignificancia numérica de las muchas terceras opciones políticas… en fin, el diálogo entre sordos de los comunicadores contrastaba con la realidad de esta mendiga que ha pasado sus días, sus meses y años en esa esquina de la ciudad. 

Imagino que poco le interesa saber si la Junta Central Electoral terminó de dirimir sus diferencias con Participación Ciudadana.  No sé si sabe que ella es ciudadana y que tiene derecho a elegir al próximo Presidente de la República.  Creo que no le preocupa si sube el blanco o el morado. No está pendiente de la necesaria ley de partidos políticos que vive el sueño eterno de la indiferencia de los legisladores.  No sé si está consciente de que las mujeres estamos luchando por espacios más amplios de participación, y que exigimos igualdad de oportunidades e igualdad de trato laboral con los hombres.  A ella no le interesa si los vestidos de los premios Casandra fueron bellos, feos, caros o baratos. 

¿Qué le puede interesar a esta mujer, pobre entre los más pobres, aislada, vejada, excluida de los pocos beneficios sociales que ofrece el Estado?

Su vida se circunscribe al barrio ubicado en las afueras de la ciudad, allí donde las pandillas son dueñas del territorio y donde la miseria es su principal signo. Su vida tiene un solo trayecto, el barrio y la esquina que ya se cree dueña.  El lugar que  los demás mendigos respetan, porque es suya por uso.  El trayecto de muchos vehículos caros, baratos, lujosos y medianos que cruzan presurosos y que solo se detienen cuando la luz roja les impone el alto.  Entonces ella aprovecha los tres primeros vehículos para tocar por los cristales y pedir. 

Cuando termina su labor, sube en una guagua de transporte público. Su estado de suciedad, olor a sudor rancio y a alcohol acumulado, obliga a los que están a su lado a alejarse.  Se adueña, si puede, del asiento,  y vuelve a ser la reina del lugar, como en su esquina.  Hasta el otro día cuando la historia se repite. 

Pienso en todas las investigaciones, publicaciones, discursos y conferencias que sobre pobreza han organizado los organismos internacionales, los políticos y, nosotros, los llamados intelectuales.  A veces me pregunto si es honesto hablar de pobreza cuando no sabemos lo que significa no tener un horizonte más allá del desayuno, el almuerzo o la cena de hoy.  Si tenemos la suficiente calidad moral para hablar de los pobres que no tienen  mañana, porque su mañana es hoy, ahora…  Si somos capaces de entender la delincuencia, aunque hayamos sido víctimas de ella, cuando tenemos todo lo que necesitamos.  Me pregunto si hay estatura ética suficiente para organizar y gastar grandes sumas de dinero para repartir a los pobres, lo que sobra. No, no tengo respuesta. No puedo tenerlas. Solo sé que verla cada mañana y cada tarde se me lacera la conciencia.


 
PUBLICADO EN AREITO, PERIODICO HOY EL 21 DE ABRIL

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