lunes, 29 de abril de 2013

La estrella de Alberto


ENCUENTROS      

 

“La estrella de Alberto”


 

Por Mu-Kien Adriana Sang


 

Un niño pequeño

miró una estrella

Y se echó a llorar.

Y la estrella dijo

¿Por qué estás llorando?

Y el niño respondió

Que nunca te podré tocar.

Y la estrella respondió

Niño

Si no estuviera en tu corazón

No podrías verme.”

 

 

“Dentro de cincuenta años no importará  qué clase de auto manejaste, en qué casa viviste,  cuánto tuviste en tu cuenta bancaria o qué ropa usabas.   El mundo puede llegar a ser un poco mejor porque fuiste importante en la vida de un niño” 


 

John Magliola.

 

 

Hace ya unos meses,  recibí una llamada de un jovencito llamado Alberto Cubillas Gadea, estudiante de término del Colegio Calazans. Me dijo que el Departamento de Orientación, en ocasión de la semana vocacional, le había pedido a cada uno de ellos que hacer una entrevista a alguien que ejerciera la profesión que aspiraban. Alberto, historiador en ciernes, amante de la historia contemporánea como pocos, pidió entrevistarme. Halagada, respondí afirmativamente.

 

Al llegar a mi casa, vi la personificación exacta del nuevo héroe de la juventud, Harry Potter: delgadito, de baja estatura, miope agudo, con sus pequeños lentes redondos que le dan aires de genio, tímido pero firme en sus ideas, llevando a cuestas una pesadísima mochila verde cargada de libros. Le dejé pasar, y desde que nos sentamos y comenzó a hacerme preguntas me di cuenta que estaba en presencia de un jovencito brillante, fuera de serie, muy maduro para sus años, demasiado informado no sólo para su edad, sino para el común de los adultos.  Cuando finalizó su cuestionario, le hice yo algunas preguntas. Me quedé anonadada. Manejaba la bibliografía tan bien como un investigador entrenado. Estaba al tanto de las posiciones de los grandes historiadores del mundo y, por supuesto, del país. Su vida era, es y será, la historia, y los libros el instrumento para navegar por esas aguas.

 

Impresionada por su formación, lo invité a participar en mis clases de Historia de las Ideas Políticas, en la cual participaban estudiantes de término de la universidad. Sin mostrar temor, a pesar de su aparente timidez, Alberto aceptó el reto, y me dijo que haría una exposición sobre la dictadura de Trujillo, su interés de estudio, yo afirmo, su obsesión desmedida.  Lo hizo. Al hacer sus planteamientos, observé su nerviosismo, le temblaban las manos, no así su voz. Nos impresionó a todos. 

 

Hace unos días, en mi clase sobre Pensamiento Dominicano, tuve el grato placer de verlo nuevamente.  Me preguntó si podía participar de oyente en mis clases.  En ese momento estábamos hablando sobre la intelectualidad dominicana de principios del siglo XX hasta la Era de Trujillo:  José Ramón López, Federico García Godoy, Pedro Henríquez Ureña, entre otros.  El grupo se mostró sorprendido con las intervenciones de Alberto, tanto que en la clase siguiente llegó tarde y todos preguntaron por qué “Harry”, refiriéndose a Alberto, no estaba presente. Al entrar en el período de Trujillo, le invité a que presentara una ponencia. Aceptó gustoso. Cuando llegó su momento, Alberto había preparado una tremenda exposición sobre “la intelectualidad en la Era de Trujillo”, llevó textos, citó otros de memorias, vestido la osadía y gallardía juvenil, se  atrevió a hacer críticas a algunos de los autores. Al terminar el curso lo aplaudió. 

 

Envuelto en su necesidad de hacer la “diferencia”, Alberto ha caído en el error histórico de justificar la dictadura de Trujillo y de minimizar la participación del movimiento anti-trujillista.  Deslumbrado por la innegable capacidad de control y dominio de Trujillo y sorprendido por la inserción dominicana al mundo capitalista, mi querido Harry Potter asume una defensa inusual e injustificada con un régimen a todas luces negador de la libertad.  Por eso, cuando terminó su exposición,  lo felicité de corazón, pero me atreví a hacerle algunas críticas. Le dije que hace un tiempo, yo también había sucumbido a los encantos de un dictador, Ulises Heureaux, Lilís, hasta que tuve la dicha de encontrarme con Doña Guillermina Puigsubirá, quien inteligentemente me dio algunas lecturas que me hicieron descubrir el lado humano de la historia. La experiencia, les dije, me invitó a escribir un artículo autocrítico, en el cual expresaba mi deseo de poder borrar todo aquello que había pensado y había escrito. Les conté que desde ese momento me había convertido en una defensora de la libertad, como el tesoro más preciado de un ser humano. Concluí mi exposición parafraseando un texto de Norberto Bobbio, quien afirmaba que él (Bobbio) era una de esas personas que había perdido la esperanza, pero que estaba convencido que la peor de las democracias era preferible a la mejor de todas las dictaduras.  Hablaba y observaba a Alberto, sus ojos me miraban inquisidores. No tuvimos más tiempo de discutir, pues el tiempo de clases se había agotado. 

 

Alberto y yo regresamos juntos a nuestros respectivos hogares.  En el trayecto trató de explicarme de nuevo sus ideas y planteamientos, pero no hizo más que reafirmar mi convencimiento. Le dije que siguiera así, defendiendo con pasión sus ideas y que continuara trabajando el conocimiento histórico con ahínco. Era en vano seguir con mis explicaciones.  Sólo el tiempo y la madurez le harán quizás cambiar de posición.

 

Al igual que el niño de la historia que encabeza este artículo,  Alberto anda en la búsqueda de su estrella, y yo doy gracias a la vida de poder acompañarlo, aunque sea un pequeño trozo de su largo camino por la vida. Cuando veo jóvenes como él, siento el futuro promisorio. Me llena de emoción y alegría sentir su entusiasmo, su avidez por aprender cosas nuevas y su pasión por la historia; me doy cuenta que nuestro oficio no quedará excluido en este inmenso mercado competitivo y destructivo. 

 

Como dije hace un tiempo, hablando de otros dos brillantes alumnos, Kai y Alejandro, el Maestro es sólo un punto de referencia, quizás una guía, y que sus conocimientos son temporales y circunstanciales. Estos jóvenes aventajados me hacen sentir feliz y orgullosa. Podría morir tranquila sabiendo que hay nuevos bríos en la vida que buscan tomar la antorcha para sucedernos. ¡Sigue tu camino Alberto!

  

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