lunes, 29 de abril de 2013

Reencuentro, 1


ENCUENTROS

 

 REENCUENTRO (El primero de varios)


 

 

“Un monje pregunta a su maestro ¿Haces algún esfuerzo para disciplinarte en la verdad? Sí responde el maestro. ¿Cómo te ejercitas, pregunta el monje. Cuando tengo hambre, como. Cuando estoy cansado, duermo. Eso, dice el monje, es lo que hace todo el mundo. ¿Puedes decirme si ellos se ejercitan como tú? No, responde el maestro. ¿Por qué no?, dice el monje. Porque ellos cuando comen no comen, sino que piensan en otras cosas, distrayéndose. Cuando duermen no duermen, sino que sueñan mil cosas. Por eso no se parecen a mí.”   D. Suzuki, Introducción al Budismo Zen. Citado por José Ramón Álvarez, China caos vital.


 

 

Desde que mamá partió hacia el infinito para acompañar a papá en su largo trayecto a la eternidad, sus nueve hijos decidimos iniciar la travesía inversa para reencontrarnos con la otra parte de la identidad, perdida ya en el laberinto de la vida y envuelta en los vaivenes del dominio occidental y caribeño de nuestra muy cargada cotidianidad. 

 

El viaje a China continental se constituyó en un punto de partida y llegada para reencontrarnos como familia en el más amplio y profundo sentido oriental, por eso invitamos a participar en el proyecto a algunos de los primos, así como amigos cercanos, chinos por afección. El grupo quedó finalmente integrado por 39 personas; 25 de las cuales, como bien delimitó el querido amigo Juan Bolívar Díaz en su hermoso artículo de hace unos días y por demás uno de los Sang-Ben de adopción, éramos parientes (hermanos, hermanas, esposos y esposas, cuñados y cuñadas, hijos, hijas, primos y primas). De los nueve hermanos Sang Ben, logramos ir siete.  Ping Sien y Ping Jan, no pudieron acompañarnos por razones familiares.  Partimos el miércoles 7 de agosto a un largo y hermoso viaje de tres semanas hacia China, situada en el corazón del oriente, y sobre todo, cuna de nuestros antepasados.

 

Creo que para los hermanos Sang, los primos Linkon Pons, Rosario Sang y Elena Ho este viaje significó un reencuentro con una parte  vital de nuestra identidad bifurcada.  Somos Dominico-Chinos, nacidos de la simbiosis y la doble raíz cultural y racial. ¡Viva esa riqueza! ¡Viva la identidad cultural!¡Multicolor es el nuevo signo de la identidad hoy!

 

Llegar a China es una verdadera travesía. Nos costó dos días completos para ir y la misma cantidad para regresar. Empleamos cuatro días de nuestras vidas encerrados en esas aves gigantescas.  El tiempo se hace eterno en este pequeño espacio infernal y monótono.  . El avión, un ejemplo indiscutible de la sabiduría humana, capaz de romper barreras físicas inimaginables está pensando parar el traslado, más para sus usuarios. Comidas infernales hechas de plástico; y espacios tan pequeños que nos hacen sentir prisioneros del aire.  A veces se dificulta respirar, moverse es una verdadera hazaña. Las lecturas, la música o el cine, únicos entretenimientos posibles, ayudan pero también aburren.

 

 

¡Todo sea por la gratificación de la llegada!   A mi alrededor, veía como la mayoría dormía como podía.  Pienso que el sueño que logramos conciliar es el mejor medio para olvidarnos de las horas. ¡Resiste! ¡Resiste!  Me decía constantemente  que el cansancio será recuperado.

 

Llegamos a Beijing agotados y felices un 9 de agosto, después de más de 48 horas trajinando entre aeropuertos. El guía que nos recibió, el Sr. Chu, un  ex diplomático, culto y con un español casi perfecto, nos informó que directo del aeropuerto haríamos la visita al TEMPLO DEL CIELO.  Necesitábamos adecuar nuestros cuerpos al cambio de horario. Así es que sin más protestas hicimos la visita y al ver la majestuosidad de este monumento, nos olvidamos del cansancio.  Mientras caminábamos por el trayecto

 

El templo fue construido durante la dinastía Ming, hace miles de años, con el propósito de que sirviera de morada al Dios del Cielo.  En la distribución del espacio, se advierte la creencia antigua de los chinos de que   el cielo era redondo y la tierra cuadrada.  Por esta razón, las edificaciones tienen esa simbiosis donde aparecen, de forma casi entrecruzada, espacios diseñados con las dos formas.

 

Aprendimos también que el número mágico chino es el 9. Consideran que los dígitos que van del 1 al 9 únicos, pues a partir de entonces son meras repeticiones. Por esta razón, el número 9 es la representación de la máxima categoría, que sólo podía ostentar el Emperador.. La estratificación social se expresaba de muchas formas. Por ejemplo, en los laterales de lo techos de los palacios  se decoraban con figuras de animales, y la cantidad de ellos indicaba la categoría del habitante. Existían cuatro categorías. La mínima tenía tres y la máxima 9 animales decorativos.

 

El área o cuerpo principal del Templo del Cielo tiene 3 edificaciones.  Rodeada de un muro redondo.  Los techos están de porcelana azul. Estaba bordeado por un muro, llamado muro del eco, porque propaga la voz de manera espectacular.  Se puede hablar desde una esquina a la otra, incluso como un susurro, y se escucha claramente.  En el centro está la loza de triple eco.  Una palmada se produce dos o tres veces.

 

La figura del Dragón se repite constantemente en esta edificación, en las pinturas y las esculturas. Evidencia clara de la cultura tradicional china de que este animal mitológico era el símbolo del emperador, y se creía además que su presencia aseguraba la prosperidad, e incluso  controlaba la lluvia en períodos de sequía. Salimos al palacio-templo del cielo de espaldas,  pues según la creencia de los chinos, ayuda a ejercitar la parte trasera del cerebro.

 

¡Creo que papá y mamá estarán felices en el cielo!.  Celebran con nosotros este encuentro.   En la próxima seguiré con otros episodios de esta maravillosa travesía por las raíces olvidadas.  Reencuentro con una parte de la identidad  no sólo de este grupo familiar, sino de las  otras 50,000 familias descendientes de chinos que habitan por las calles y barrios de este país nuestro. 

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