lunes, 29 de abril de 2013

El milagro de las Cartas


ENCUENTROS

 

“El milagro de las cartas.”


 


Por: Mu-Kien Adriana Sang

 

 

“Gracias por compartir con nosotros, tus lectores, tus alegrías y tus penas, porque las escribas tú no quiere decir que son solo tuyas, son de todos los que todavía pensamos que se puede construir una mejor República Dominicana.”  Vilma Arbaje, el 19 de marzo del 2001.


 

“Mientras mis ojos recorrían cada letra, mi corazón se llenaba de ternura con tu relato. Sentí que no era casualidad que Dios me regalaba esta lectura para que iniciara una nueva semana llena de fe, de esperanza y de fuerzas para seguir desde mi espacio aportando lo que puedo para hacer un mundo mejor, para no cansarnos aunque a veces parezca que vence el egoísmo y la maldad...”Ana Isabel Acosta Columna, carta del 26 de marzo del 2001.

 

“Me sentí tentada a escribirle en mi nombre y en el de los que no tienen acceso a todos los medios y decirle que estamos identificados plenamente con su artículo “¿Sirve de alto esta tristeza?” Josefina de Santos, carta del 4 de abril del 2001.

 

“De verdad que tus palabras me tocaron el corazón y sé que serán un importante incentivo para Maridalia...” Aída Consuelo Hernández, mensaje del 27 de noviembre del 2001.

 

“Tu artículo sobre la felicidad me ha tocado profundamente. Pasamos la vida buscándola fuera de nosotros, culpando a otros si no la encontramos, para luego descubrir que siempre está a nuestro alcance.” Juliana Suardi, carta del 12 de noviembre del 2001.

 

“Me atreví a escribirle porque es usted una mujer... que cuestiona... las sinrazones sociales, por eso le envío este material para que compruebe que sus inquietudes sobre la navidad son fundadas y pueda ayudar a otros a conocer las verdades sobre el tema...” Rosa Ariza de Valera, carta del 24 de diciembre del 2001.

 

“Y al despedirme... con sinceridad le manifiesto que trataré de encontrar, ya en los últimos años de mi existencia, el camino que usted encontró para sentirse enteramente feliz, aunque pienso que se genera una dicotomía en el ser que siendo feliz quiera al mismo tiempo alcanzar una estrella.” Luis Menieur, carta del 12 de diciembre del 2001.

 

En los días finales de diciembre, encontré un formal señor que me esperaba en la puerta de mi oficina. Sonrió, me dijo que no lo conocía, pero que tenía un mensaje para mí. Se presentó: “Soy el arquitecto Menieur, pero vengo con un mensaje de mi padre, Luis Menieur, quien me encargó que le entregara esta carta”.  Sonreí y le pedía que entrara. No sé que contiene, me aseguró. Le dije, “¿quiere que la abramos juntos?” “Sí”, respondió. Abrí el sobre y comencé a leer. Y mientras leía reímos juntos.  Su padre me escribió porque había citado en varios artículos poemas de Ida Hernández, a quien había conocido siendo una niña y deseaba que le remitiera el poema que le había escrito y dedicado titulado “Vuelve viajera”. Leímos también el poema. Y descubrimos el manojo de sentimientos expresados en sus versos. Prometí que le haría llegar a Ida el mensaje.  De inmediato cumplí mi misión. Tanto así, que después llamé a Ida a su casa para asegurarme que había recibido el mensaje. ¡Qué hermoso me pareció todo aquello! ¡Mis encuentros servían no sólo como lectura, sino como vehículo de comunicación entre las almas!

 

Entonces recordé otras cartas recibidas a través del tiempo. Amigos, conocidos, desconocidos, seres que cono yo, buscan como un sentido distinto a sus vidas, me escribieron en algún momento para comunicarme los sentimientos provocados por la lectura de mis Encuentros.  Es posible que se sorprendan. He atesorado todas y cada una de las notas, cartas y mensajes electrónicos recibidos.  Cada frase, cada palabra es un regalo, el mejor premio y la más grande motivación para seguir escribiendo.

 

Me conmueve en lo más profundo de mi ser, saber que cuento con un pequeño grupo de gente que lee mis reflexiones, que se siente parte de mis angustias y preocupaciones, que se une al encono y la protesta ante las injusticias que produce nuestra propia humanidad. Me siento agradecida de la vida al saber que otros hombres y mujeres, como yo, en medio del pesar, buscan la alegría, la hermosura de lo cotidiano y han decidido aceptar la felicidad que está en sus (nuestras) propias manos. Sentir, saber  que tus palabras llegan hasta múltiples y recónditos lugares; que son leídas en la tranquilidad de una hamaca en el lejano Montecristi, o que son la compañía del desayuno dominical de otros, es un inmenso regalo de la vida.  

 

Y es por todas estas razones, que a través de los días, meses y años, he guardado con celo y profundo respeto estos mensajes escritos en papeles, tesituras emocionales y momentos diversos, enviados por los lectores, mis almas gemelas, con quienes comparto cada domingo mis alegrías, mis lágrimas, mis rabias y mis críticas a la vida y la sociedad. Gracias por esa agradable compañía dominical.

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